sábado, 7 de agosto de 2010

Animal de papel [2]

∙ Los sin club ∙
[Ho, stop]
Para el año de 1999 se estrenó la cinta «Fight Club» y casi al instante sus ocho reglas se universalizaron; podían encontrarse pintas en barrios peligrosos, alguna de ellas era pronunciada en el café o en la cantina, fueron emuladas en reuniones, múltiples asociaciones las hicieron propias e incontables citas fueron leídas en baños, parques o respaldos de autobuses. Aún más, el soundtrack fue uno de los más vistos en su tiempo; junto con la selección de contundentes imágenes la banda sonora de Pixies con «Where is my mind?», se volvió leyenda. Al tiempo, Google da referencias aproximadas a 1,830,000 sitios que aluden, en lo menos, el título del filme –va en aumento-; Wikipedia semi-detalla la película proporcionando citas de estudio y recomienda links con regular atino; en la página oficial de la Fox 20 Century está a la venta el Dvd, con sinopsis, la tarjeta de equipo, características, trailer, descargas, promociones, newsletter, aunado al punch que otorga Tyler Durden acusando al lector: «¿Qué tanto conoces de tí [sic]mismo si nunca has estado en una pelea?»; todo ello es mínimo al lado de direcciones que emulan, citan y/o estimulan clanes prototipo.
. El principio de identidad y diferencia: el eje simplista de la otredad se hacía/es tan evidente. Sólo un miembro conoce otro cofrade; con la mirada, por las señas, quizá con alguna secretísima cortesía desconocida, porque «nadie», «NADIE» debe hablar del Club… Ergo el que no es o desea-ser o ignora lo que no es. Sin embargo, si desea-ser o lo hace público o lo niega, pero en lo privado no lo hace. Si ignora es peor, aunque no doloroso; sin sufrimiento desconoce esa vida «esotérica». El que es posee-discierne un color más en/a diferencia del que no: la identidad frente a la otredad. Ser del Club entinta, coloreando, a su vez, el entorno: un juego de adjetivos. El concepto masificado devino en un principio de identidad –me atrevo a afirmar, casi tan profundo como el que Steiner da al café para entender Europa-. En esa idea, Clément Rosset en su en su ensayo «Identidad social e identidad personal» cita las líneas de Michel Tournier:
Había una vez un hombre que había tenido una escaramuza con la policía. Una vez acabado el asunto, queda una carpeta que corre el riesgo de resurgir a la primera ocasión. Entonces, nuestro hombre decide destruirla y se introduce con este fin en los locales del Quai des Orfèvres. Naturalmente, no tiene ni el tiempo ni el medio de encontrar su carpeta. Entonces debe suprimir todo el «sumario», lo que hace en efecto incendiando los locales con la ayuda de un bidón de gasolina.
Esta primera aventura coronada por el éxito y su convicción de que los papeles son un mal absoluto del que conviene liberar a la humanidad lo animan a perseverar en esta vía. Habiendo convertido su fortuna metódica de las prefecturas, los ayuntamientos, las comisarías, etc., incendiando todas las carpetas, todos los registros, todos los archivos, y, como trabajaba solo, era inatrapable.
Ahora bien, he aquí que constata un fenómeno extraordinario: en los barrios en los que había llevado a cabo su obra, la gente caminaba curvada hacia el suelo, de su boca escapaban sonidos inarticulados, en resumen, estaban en vía de convertirse en animal.
Terminó por comprender que queriendo liberar a la humanidad, la rebajaba a un nivel bestial, porque el alma humana está hecha de papel.

http://www.youtube.com/watch?v=RCD14IrOcIs

lunes, 2 de agosto de 2010

animal.de.papel...

Remise
Luego del armagedón la última generación de seres humanos vivos luchó por preservar-perseverar lo que les era. Todo había sido destruido por las explosiones nucleares, además que se encontraban rodeados por abundantes mares venidos del descongelamiento de los polos. Con pocas herramientas y sin mucha imaginación para «hacércela», pensaron en volver a la tradición primigenia: re-hacer el fuego, anecdotar sobre las paredes de las cavernas, cobijar los sueños de los niños con cuentos, alegrar la existencia en cánticos. Nada más sólido –recrearon- que fundar la nueva civilización con los pretéritos instrumentos y reglas. Sin embargo, sucedió lo no contemplado; los niños que nacían ya no poseían las cualidades físicas e inteligibles necesarias: töricht. Calvos por entero, con la espalda curva, los brazos alargados, las piernas encogidas; prácticamente cuadrúpedos, deambulaban torpes entre pastizales olfateándose los rincones del cuerpo. Sin retener aprendizaje alguno, emitiendo sonidos chillantes desarticulados, se recostaban temerosos de la oscuridad nocturna igual que cualquier otra criatura; estultos hasta la ofensa, habían perdido toda cualidad pensante.
. Julio Verne, con el toque profético que caracterizó su prosa, recreo en una singular historia la idea del fin de la humanidad en un juego de/con el tiempo: el futuro vuelto al pasado. Un sarcasmo literario donde el último hombre era hermano siamés del primer hombre; donde el proceso evolutivo del lenguaje, del conocimiento, de las artes, de la cultura, de las sociedades, quedaba en el olvido y ese primer-último encarna la repulsa del homo omnimödus. En esencia, es el trazo que dejan las huellas al caminar sobre la arena del mar que terminan por encontrarse, al final del día, en el mismo punto donde esa caminata debió iniciar, al amanecer. Predispuesto en la ficción, el être humain deberá errar sobre el eterno círculo de sus propios trancos, la infancia recurrente sin tiempo por recordad, sin memoria que vigilar.
. Es imposible recordar quién declaró la guerra a quién, quién oprimió primero el botón rojo, quién olvidó el poder autodestructivo y, sucumbiendo a su ambición de/por el dominio, parió la destrucción total. Los pocos seres humanos que sobrevivieron a la masiva catástrofe optaron por reunirse formando pequeñas comunas, sociedades sin contacto ni comunicación de ningún tipo con otras por ahí regadas. El mundo se transformó en una estela de campos grisáceos, cielos negruzcos, aíres difíciles de respirar; con breves comunas de hombres y mujeres decrépitos dañados en lo físico y mental a causa de lo vivido, de lo visto. En su sano juicio optaron concisar los asuntos en no más de tres: tener un techo, llevar alimento a la boca, cubrirse del frío. Trataron la tierra con respeto asignándole propiedades mágicas; se vieron a sí mismos como reflejos en espejos hallando en los cielos pocas respuestas, muchas preguntas; concibieron en los cantos, en las breves historias, la más elemental de las formas de sentirse humanos, formas exotéricas, especiales, míticas.
. Y, a pesar de esa lucha, cada uno de los recién nacidos no contaba con herramienta inteligible alguna. La nueva raza había sido de-generada; la negación de su antecesora. Todo lo pasado no era lo mejor; una venganza sutil e irónica de la naturaleza. Fue la vuelta al inicio, el cierre del círculo trazado por la humanidad que llegaba a su final-principio. En ese lugar dieron cuenta de la fatalidad. Nada pasado fue posible. Sin papel no subsistía ni existiría manera de permanecer. Sin escritura no hubo forma de perpetuarse para los pasos evolutivos… El tiempo se reinicia, entonces.

Fotografías que se vuelven portadas

  Gabriel Casas, Día del libro , Barcelona, 1932 Fotografías que se vuelven portadas brevísima historia de un retrato   Edgar A. G. En...