jueves, 2 de diciembre de 2010

De los maestros del cine mexicano (2)


Si quieres mirar mis cartas
tienes que pagar por ver
Martín contesta sereno
te apostaré mi mujer
tenía una mano segura
sabía que no iba a perder.
Los tigres del norte en «El tahúr»
Mario Almada Otero, según Wikipedia, tiene 88 años, y el 7 de enero cumplirá uno más. A diferencia de Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes, «Cantinflas», que nació en la Ciudad de México es norteño, de Huatabampo, Sonora. Su primer trabajo, Beloved Mother, fue en 1935, cuatro años después de que apareciera el cortometraje mudo de 17 minutos de Un perro andaluz dirigido por Luis Buñuel y con la colaboración en el guión de Salvador Dalí. Sin embargo, su verdadera producción parte en la década de los 60’s con el rodaje de tres cintas; cabe señalar que al momento en que eran sometidos, en Tlaltelolco, unos pocos estudiantes revoltosos, malagradecidos con el bendito sistema político mexicano, él participaba en El tesoro de Atahualpam. El número de filmes en los que ha tomado parte supera los cien. A pesar de la edad, este año intervino en un par: Mar muerto y El infierno. La primera está en post-producción, pero sé que fue rodada en el D.F., que dará vida a «Ulises» y que los adelantos son para vomitar. En la segunda todos pudimos apreciar su maestría en inigualable e insospechada escena para el cine mexicano donde hace de «el texano» traficante que vende alguna clase de mota con «el Benny» (Damian Alcazar) y «el cochiloco» (Joaquín Cosío). ¶ De Mario Almada poseo, en términos concretos, dos cosas. La primera es un recuerdo. En casa del «Colchas» tuvimos, hará cuatro o cinco años, varias personas una especie de encerrón para ver cine mexicano. En la selección apareció, por la dirección de Ruben Galindo, «La banda del carro rojo» (1978); de ella aprendí que los narcos son creativos pa’ llevar y traer y les encantan los burdeles y «pistear» (verbo conjunto que fusiona dos actos: «pist» y «ear», «pist» de pisto, vino y «ear» de andar, caminar; ergo «pistear» es tomar vino andando), que hablan fuerte, con lenguaje altisonante acentuaando el norteeño, siempre pistola en mano y que traen unas viejas carnosas de pasado trágico y muy gastadoras pero que lo recompensan con ropa ajustada, breve y mucho amoor. La segunda es un objeto. Una playera morada con la cara del tipo encañonando al de enfrente, con un automóvil ochentero, de esos de trompa larga y sillónsotes como pa’ ponerlos en la sala principal y cajuela suelta y presta a los arrumacos. El que sea amigo de mi padre es cosa aparte. ¶

Fotografías que se vuelven portadas

  Gabriel Casas, Día del libro , Barcelona, 1932 Fotografías que se vuelven portadas brevísima historia de un retrato   Edgar A. G. En...