martes, 23 de julio de 2013

Volver al estado original, al de la palabra

 En general, creo que sólo debemos leer libros que muerdan y arañen.
Si el libro que estamos leyendo no nos despierta como un golpe en el cráneo,
¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices tú?
Cielo santo, seríamos igual de felices si no tuviéramos ningún libro.
Los libros que nos hacen felices también podríamos escribirlos 
nosotros mismos si no nos quedara otro remedio.
Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa,
como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos,
libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más lejanos,
lejos de toda presencia humana, como un suicidio.
Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros.
Eso es lo que creo.
[Carta enviada en 1904 por de Franz Kafka a Oskar Pollak,
en Ernst Pawel, The Nigtmare of Reason: a life of Franz Kafka, London, Harvill, 1984]



Arropado por un tapiz azul, un diablo blanco lee un libro de portada roja ocultando detrás de sí un escuálido árbol negro sobre el que se posa una blanca «A» invertida, decorada por un paño colorado. Dos portadas en una que bien puede excitar el odio de los demonios y la envidia de los ángeles y provocar vergüenza en los ángeles y arrepentimiento en los demonios. Tal es el tema de la impresión con que Almadía publicó, en 2011, Una Historia de la Lectura de Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948). Hubieron de pasar más de cinco años desde que apareció A History of Reading para que fuera traducida y luego una casa editorial mexicana se aventurara a imprimir.
Se trata de una obra que comprende más de una veintena de ensayos que gravitan en torno a los libros, los lectores, las bibliotecas, los misterios versos de la escritura. La redacción del texto es seductora, como ha dicho George Steiner, y una exaltada alegoría del señorío de los lectores, según Vila-Matas. Se trata de un libro que no se encuentra en el tablón de las novedades pero que su sugerente narrativa nos permite creer que nos enfrentamos a un trabajo perdurable
¿Es posible que un individuo, en ejercicio pleno de su soledad, extienda un turbador e inexcusable poder con el ejercicio de la lectura? Una Historia de la lectura se abre a los entresijos caprichosos de ese lector que no cederá a chantajes, lloriqueos o súplicas; se expone a la implacable crítica con anécdotas que recorren los tiempos, los climas, las lenguas; describe aquellos lectores que nos precedieron atestiguando el paso de la memoria; alude a una suerte de gusto universal para salvarse de las llamas del olvido y acogerse, junto con otro pequeño lote de libros que creemos supratrascendentales, a una suerte de amparo humanista.
Manguel acentúa en cada oración que leer con profundidad y detenimiento no sólo nos permite adquirir conciencia del mundo, también nos devuelve a nuestro estado original, al de la palabra, al que en esencia somos. Un estado donde la palabra, propiciado por el gozoso arte de la lectura, rehace la memoria, reinventa los sentimientos, urde el conocimiento, nos otorga personalidad en medio de la urbe. Una lectura que nos da la palabra para avergonzar ángeles y arrepentir demonios, aún si el tiempo nubla nuestro cielo.




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