martes, 15 de julio de 2014

Remington en casa


Remington en casa

 Santiago me ha regalado la «Remington Noiseless Portable» junto con un hermoso tablero de ajedrez. Lo ha hecho para celebrarme y porque su abuelo materno le ha motivado a desprenderse cuando el cariño se le sale del corazón. Fuerte. Recio. Contundente. «Toma tú la máquina –dijo- que yo llevo a tu coche el ajedrez». Autómata, le seguí por la sala, el pasillo, el corredor de la calle y al auto. Noqueado, me quedé sin palabra. El chico no pasa los doce años y ya ha superado una altura sensible que adultos nunca alcanzarán. Su detalle. Las frases. Quizá pasó, porque le conozco, días enteros pensando el escenario, lo que diría, lo que haría; estoy seguro que planeo el cruce de las miradas y las respuestas a cada una de mis acciones. De sobra sé que no se sorprendió por mi falta. De sobra sé que tenía prescrito que iría a la lona o que alguna lagrima detuviera su asomo o que diera un discurso de cada objeto o su acto. De sobra sé que él sabe. Quizá pasen otros doce años para que vuelva a detallarme con ese sentido o quizá cincuenta años o quizá a mi muerte o en mi memoria. No importa, aunque sí. Es ya un gigante montado sobre un blanco espíritu del que los hombres nos bajamos a fuerza del día a día, de la economía, de las labores, de arrojar las ensoñaciones por un carácter que se quiebra de vez en cuando.
Santiago me ha regalado la «Remington Noiseless Portable» junto con un hermoso tablero de ajedrez. Es la silenciosa máquina de escribir, que pesa poco más de siete kilogramos, famosa en las décadas de los 30’s y 40’s del siglo pasado por su portabilidad. Una página de internet que pone a la venta objetos «typerwriter», la subasta, cuando su valor original fue de 92,50, en 595 dólares, poco más de siete mil pesos,* costo similar al del iPad o iPod o minilap, según se prefiera. No pocos visitantes al departamento, sorprendidos, me han sugerido rematarla por algo más moderno, más útil, menos pesado, ostentoso, viejo. Sonrío socarronamente. Para qué explicarle a ese sordo el tono de aquella nota que zumba y chilla, si su deseo es ver, ver su perfil en facebook. La vieja máquina de escribir que a poco cumplirá cien años debió su fama, además de lo dicho, a su silencioso artificio que permitía trabajar en espacios públicos. Por todos lados he buscado la memoria gráfica de su utilización en Bibliotecas o estudios o Librerías, pero no he dado con fotografía alguna. No así en la literatura, con los guiños de T. S. Eliot (Misuri; 1888-1965), Archibald MacLeish (Glencoe; 1892-1982) o Edmund Wilson (Red Bank; 1895-1972).
Santiago me ha regalado la «Remington Noiseless Portable» junto con un hermoso tablero de ajedrez. Y, a diferencia de Homero y Borges que la vista se mes fue, me ha devuelta la mirada a un pasado, a un fragmento del pasado, del que sólo yo puedo ver. Si lector. Si escribiente. Me ha vuelta al poder de determinar, de valorar, de someter lo que está en frente. Me ha vuelto el poder, como el poder le vuelve al lector cuando deshace al autor y se torna a su vez en autor. Me ha vuelto el poder e inventada la lectura retomo la cima del desmemoriado para encontrar mis propios precursores. La Remington me ha vuelto a la inminencia de una revelación que no se produce y, aunque quizá no escriba en ella ya lo hago.




*     http://mytypewriter.com/remingtonnoiselessportablec1931.aspx.


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