jueves, 18 de septiembre de 2014

Runas, notas...

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Runas vikingas
notas al encuentro
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Edgar A. G. Encina
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Encontramos las runas vikingas en una tienda de artesanía oriental. Fue lo único que llamó mi atención, mientras Santi se entretenía con las cajas de madera e Iraís con los aromáticos. Parece una caja de dominó, pero con menos fichas. Me detuve de inmediato. No pregunté. Salte la advertencia de «No tocar». Tomé una caja amarilla con decorados en verde y saqué una de las tablillas. Honestamente, ignoraba por completo con lo que me encontraría. Me tropecé con un signo que parecía la punta de una flecha, sólo la punta, dirigida a la izquierda. La segunda y tercer ficha, una especie de pez y un uno con la cabeza al contrario, terminaron por aturdirme. ¿Qué eran bien a bien esos signos? Pero, no pregunté. Debajo de la cajilla en una pegatina blanca el costo: 250 pesos. No pregunté. Si ignoraba con toda precisión qué tenía en las manos, más ignorante lo era de su costo real. Pudiera ser una ganga o un timo, no importó. El hombre que me atendió puso junto con la caja una hoja con la significación de las runas que forró de un plástico adherente. Al final, Santi se llevó una pequeña cajilla de madera con forma de baúl en la que dijo aún no sabía que depositaría e Iraís un par de paquetes de incienso y un aromático líquido de aceite de manzanilla. Todo en una bolsa de plástico verde.


Al llegar a casa lo puse en el buró sobre una novela que me he prometido leer pero que ni siquiera he intentado hacerlo. Opté por una cajilla roja con decorados florales en verdes y negruzcos y delineados por un tono ocre que hace las de hilo dorado. Su interior es negro, las tablillas amarillas, las runas en plata. Antes de indagar qué son estas runas vikingas he vuelto a mi Biblioteca a buscar el lugar en el que se quedarán. He dejado saber qué son porque me atrae la idea de poseer algo tan cercano a la escritura primera, aquella que en las tablillas inició por contar las posesiones para saltar a contar historias. Junto a la Odisea y las pocas obras griegas que aún quedan, he pensado que ese es su lugar. Ahí, donde una escritura original contada por un ciego dio luz a los que vemos con lentejillas este mundo. Pienso que la cajilla es más que un elemento decorativo, que sus runas son más aún que letras esotéricas para la magia, la reflexión o el uso ritual. Pienso que la cajilla es un libro, que sus runas son capítulos de una historia o narraciones independientes que se cuenta sin fin o se entrelazan entre sí y con todas, como Rayuela. Que lo que tengo es el eco de una primera escritura, como la que vemos en las pirámides egipcias o mayas o aztecas, tan cercana a los códices y a los papiros egipcios que vuelven a los libreros guardianes poderosos, inquebrantables. Que estas runas aún cuando tengan sus antecedentes nativos en la Europa del norte, en la Europa fría, son cercanísimas a mí porque destilan en ellos los trazos del génesis, del umbral señero, de la intención de decir, de contar, de en la escritura no morir… Que las tablillas junto con su caja a manera de cofre pueden ser rastro de aquella Biblioteca nórdica en la que cada una de sus salas estaban dedicadas, a su vez, a cada letra del abecedario haciéndola «La Enciclopedia de los muertos (toda una vida)», narrada por Danilo Kiš, en la que todas las obras se encuentran encadenadas a su anaquel, haciendo imposible su reproducción y transformando la lectura en un ejercicio parcial, de olvido inmediato dice Jorge Carrión en sus Librerías.









miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cristina Gómez Álvarez en el «Seminario Manuscritos e Impersos: Lecturas...»

La primera edición del «Seminario Manuscritos e Impresos: Lecturas...» se realizó en la ciudad de Zacatecas, del 25 al 29 de agosto de 2014 en la sala Hermanos de Santiago del Centro Cultural Ciudadela del Arte, en el marco de la «XIV Feria Nacional del Libro Zacatecas 2014». Organizado en conjunto, la Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas» y el Instituto Zacatecano de Cultura «Ramón López Velarde», un grupo de investigadores, profesionales e interesados en las maneras de la lectura se reunieron para intercambiar experiencias e información, presentar avances y advertir sobre pesquisas e investigaciones. El evento fue revestido, además de 10 exposiciones-expositores, con la presentación de tres libros: Bibliografía Literaria de la Revolución Mexicana de Fernando Tola de Habich, Navegar con Libros de Cristina Gómez Álvarez y Nazario Espinosa: litógrafo zacatecano. Historia de un impresor, a lo que se sumó una charla magistral y una ponencia principal. El resultado fue fructífero.
          En esta ocasión, lo que publico es el texto con el que presenté a la ponente principal del evento: Cristina Gómez Álvarez. 



Aun cuando Cristina y yo habíamos quedado de vernos en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la verdad es que ya le conocía. Me la presentaron los Orduño, que tienen una librería-casa editorial en Madrid (por la avenida de Europa y la calle Inglaterra), a manera de libros. La leí en las catorce largas horas de vuelo que atraviesan el Atlántico y le hube escrito algunos correos electrónicos que, ahora –pienso-, fueron tempestuosos, confusos. Y, es que, los Ortuño tienen un especial imán para allegarse hispanos a su librería-editorial. Allí, por lo regular, te encuentras con alguien de acento distinto al propio y al de la ciudad, personas que están allá para escribir, estudiar, huir y, sobre todo, leer. Así que, mientras ojeaba algún número de Trama & Texturas, Manuel (hijo) me preguntó de mí con el tono mandón madrileño pero sin tono en «d». Le dije en pocas palabras que estaba allá para estudiar y en algún momento de la charla comenté de mi interés académico por escribir de/sobre las librerías, las bibliotecas y los libros bonitos. Se levantó. Pasó a mi lado dejando un halo oloroso a cigarrillo y me dijo: «tienes que leerte esto», poniendo dos libros sobre una mesa-escritorio: Censura y revolución. Libros prohibidos por la Inquisición de México, (1790-1819), (Madrid, Trama editorial, 2009) y Navegar con libros. El comercio de libros entre España y la Nueva España. Una visión cultural de la Independencia, 1750-1820, (Madrid, Trama editorial-UNAM, 2011). Me los llevé. Volví. He vuelto a «Trama editorial» varias veces, haciéndome obligada la visita siempre que llego a Madrid. En una de esas vueltas, Manuel (padre), dijo «¿Ya has leído esos libros o qué?». «-Glup. No. Lo estoy dejando para otro tiempo menos atareado –respondí-». «Déjate de eso –dijo-». Y le pidió a su hija me diera la dirección electrónica de Cristina.
         Por un lado, Censura y revolución engorda con 330 páginas seccionadas en dos partes, escritas junto con Guillermo Tovar y de Teresa (México, D.F.; 1956-2013), de culta memoria. La primera sección, con cinco capítulos, aborda las «Lecturas prohibidas» (1790-1819). La segunda sección, con los edictos de 1790 a 1819, entre libros, folletos, papeles, hojas sueltas, periódicos, gacetas, manuscritos, proclamas comedias impresas y manuscritas. Por otro lado, Navegar con libros es más delgado, el hijo segundo, con 173 páginas. Con él ha ganado un premio al fino diseño y cuidado editorial y el reconocimiento de sus lectores por la profusa investigación. Cristina, por su parte, se apellida Gómez Álvarez, es doctora en Historia (1993, UNAM) y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1994). Además de Censura y revolución y Navegar con Libros (que presentará en esta Feria del Libro), también ha escrito otro libro: El alto clero poblano y la Revolución de Independencia, 1808-1821, (México, UNAM, 1997). Sus investigaciones recientes las ha orientado al estudio del libro durante el siglo XVIII y principios del XIX en la Nueva España, en especial al estudio del comercio, los comerciantes, las bibliotecas particulares, los lectores y la censura. Ha realizado estancias de investigación en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, España, y cuenta con numerosas publicaciones en México y el extranjero sobre la Independencia mexicana y la historia cultural. A todo ello se suma que desde 1987 es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, actualmente con la distinción de Investigador Nacional nivel 2.
Cristina, estás entre amigos.

Fotografías que se vuelven portadas

  Gabriel Casas, Día del libro , Barcelona, 1932 Fotografías que se vuelven portadas brevísima historia de un retrato   Edgar A. G. En...