miércoles, 23 de septiembre de 2015

Apenas notas a propósito de la Banda Sinfónica de Zacatecas


Fervor en el corazón

Edgar A. G. Encina
A Adolfo García
Para Manuel Arturo García Encina

Do.
El 1 de septiembre de este 2015 la Gaceta Parlamentaria del Poder Legislativo del Estado de Zacatecas (Tomo iii, No. 0292, Segundo Periodo de Receso, Segundo Año) dio a conocer la Iniciativa con Proyecto de Decreto 3.4 que el legislador Cliserio del Real Hernández sometió al pleno para declarar a la Banda Sinfónica del Estado, Patrimonio Cultural e Inmaterial, con fecha del 24 de agosto. La Iniciativa proviene de la Comisión de Cultura, Editorial y Difusión, integrada por Elisa Loera de Ávila, Alfredo Femat Bañuelos y del Real Hernández. En el mismo documento, además de exhortar al Instituto Zacatecano de Cultura y la Secretaría de Turismo, como parte del Poder Ejecutivo, a realizar las «acciones necesarias para preservar, difundir y promover la distinción», concluye de la siguiente forma:

En las filas de la Banda Sinfónica del estado, (sic) no sólo encontramos una serie de músicos zacatecanos; también vemos a familias que, por generaciones han forjado a sus hijos bajo principios morales y culturales propios del carácter e identidad de los zacatecanos; por ello, nos resulta indispensable reconocer y valorar los esfuerzos que se han hecho. Consideró oportuno hacer la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial pues, como señala la legislación competente, permite la difusión de tradiciones y promueve la identidad del pueblo.

Re.
La historia moderna de la Banda Sinfónica de Música ha vendió escribiéndose a partir de tres maestros que, a su vez, han infringido maneras personalísimas en su labor. Cada uno de éstos -hombres libres- recibió el nombramiento de director por parte del gobernador en turno, así Octavio Sigala Gómez fue designado en la década de los 30’s del siglo pasado por Luis R. Reyes, Juan Pablo García Maldonado en los 50’s fue elegido por Francisco E. García, y Salvador García y Ortega en los 90’s fue propuesto por Arturo Romo Gutiérrez.

Historia moderna de la Institución que sus orígenes pueden rastrarse en las Ceremonias Cívicas de principios del siglo xx donde las bandas de música participaban para el regocijo popular -anota Marco A. Flores Z., en su artículo «Inicia la otra revolución»- o aún más atrás, en las conmemoraciones decimonónicas que la Junta Patriótica del Estado programaba con presencia de bandas musicales –afirma el cronista de la Banda, Conrado Briseño Guzmán-.

          Mi
Si bien el dictamen de la Honorable Sexagésima Legislatura del Estado, anota con letras doradas a la Banda Sinfónica del Estado como Patrimonio Cultural Inmaterial de Zacatecas, es tangible que el evento es el último paso al que la opinión pública ya se había adelantado unánimemente por lo menos una década atrás. El reconocimiento a la labor, intangible dicta el título, suena melódica en las plazas y calles más importantes de todos los municipios del estado y en los escenarios más prestigiosos nacionales y de Estados Unidos, como un eco suave.

En nuestros tiempos convulsos y de descrédito de las instituciones, la Banda Sinfónica de Zacatecas parece elevarse por encima de esa abrumadora realidad. Sin debilidades aparentes, su presencia le atesora grandes frutos; estamos frente a la única institución estatal que mantiene innumerables diálogos gracias a su permanencia diaria en la sociedad. Más allá de los jueves concertinos en la Plazuela Goitia, los ecos de sus trompetas y los tonos de sus clarinetes, se van tatuando el espíritu de los que le escuchamos. La Banda nos propone una figura en la imaginación, con alas extendidas parece elevarse y bajar a vuelo raso; es un raro, es un único espécimen que en su estadía pronto alcanzará el siglo resonando la Marcha de Zacatecas.

Estas líneas son apenas alguna nota a pie de página de otras ideas que se han presentando de algo inmaterial, eso que apenas le descubrimos como al respiro jadeante de la amante o la alegría de los chicos que van tras la pelota o el viento de aquellos que hacen frente a su propia libertad. Fervor en el corazón; más que alegría, más que orgullo, es el alojamiento del espíritu lo que la Banda Sinfónica contiene y departe. Fervor en el corazón; más que epicentro de revoluciones culturales o artísticas, es la casa de incontables hombres y mujeres, que aprendiendo un oficio aprehendiendo la vida. Fervor en el corazón; con versos melódicos que agitaron los júbilos y recogieron sinsabores, la intangibilidad de esta institución se va, se vuelve, se queda en el aire que respiramos o en la última luz que brilla en el ocaso.



Artículo publicado en el suplemento cultural La Gualdra, número 215, página 3 
de La Jornada Zacatecas

viernes, 18 de septiembre de 2015

La Biblioteca, a propósito de los espacios sociales


Biblioteca Nacional de México

La Biblioteca, a propósito de los espacios sociales


Edgar A. G. Encina



Cuando del tema de Bibliotecas se trata, Alejandría se asoma como imagen mítica. Ésta, la que fuera ideada en el siglo iii a.n.e. por Ptolomeo i, para –se dice- reunir lo escrito por el mundo entonces conocido, gobierna las ensoñaciones nublando la existencia de otras aun más antiguas, notables y fantásticas. Ésta, la que fuera ideada con los sueños aristotélicos de ver reunido todo el conocimiento del mundo en un sitio único, fue armada con la adquisición, saqueo y copia de otras tantas bibliotecas existentes, pero menos famosas e icónicas. Ésta, la que fuera inaugurada en 2002 en remembranza de aquella supuesta original, fue, como anota Eutidemo, biblioteca profesional y biblioteca de consulta.

Cuando del tema de Bibliotecas se trata, poco se aduce a su práctica necesidad social y las transformaciones que han venido sucediéndole. «Clínica del alma», nos recuerda Alberto Manguel en su charla en la Biblioteca Nacional de España, era lo que los egipcios hacían grabar en los dinteles de sus bibliotecas, aún en las más recónditas del reino, según cuenta Diódoro Sículo. «Clínica del alma». Sin condena al hurto o prohibición al ruido; sin escápelos que sortear ni maldiciones infernales por las devoluciones atrasadas. «Clínica del alma». Es la Biblioteca el sitio, el mayor y más pleno de todos, en que el espíritu humano puede intervenir universalmente e ir, de libro en libro, como quien va por el mundo andando de un lado a otro, cruzando continentes, vagando como insaciable nómada fantasioso.

Cuando del tema de Bibliotecas se trata, todo parece espontáneo y cómodo pero olvidamos en nuestra cotidiana vida lo trascendental de su existencia. «Las bibliotecas y archivos son espacios relevantes para la construcción de sociedades democráticas ya que en sus recintos se alberga una gran riqueza de información y conocimiento, insumos imprescindibles para el desarrollo económico, social, educativo y científico de los pueblos. Por tanto, estos recintos son considerados como un derecho y bien social, elementos importantes para disminuir las desigualdades a favor de la construcción de sociedades más equitativas e incluyentes», apunta Celia Mireles Cárdenas en el prólogo de Impacto académico y social de la construcción de espacios en los servicios de información de Bibliotecas y archivos.

Al momento que redacto estas líneas he leído apenas una vez este libro, pero lo he ojeado más de diez veces. ¿La razón? Envida, puritita y maldita envida. Nada más. En Zacatecas apenas tenemos un par de Bibliotecas decentes: la Mauricio Magdaleno y la Central de la Uaz; las demás son nimias, apenas intentos. Sin embargo, ese par no llega al medio millón de volúmenes, ni poseen un número decoroso de computadoras, ni una red decente que permita a los usuarios multiplicarse, viajar, navegar; tampoco hay espacios de esparcimiento, de descanso, ni para actividades no precisamente académicas. Aún, peco de candidez, hay tiempo y, como lector, voy por el camino pensando que ese, este o aquel lugar, bien podría funcionar, podría construir, podría remodelar una biblioteca.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Bibliofilia, a propósito de una revista





Bibliofilia, a propósito de una revista

Edgar A. G. Encina


El «cuaderno de tópicos» ha sido uno de los objetos representativos de la lectura humanista, junto a la «rueda de libros». Ésta, «rueda de libros», que tuvo sus antecedentes en la Edad Media, fue afinada con los adelantos técnicos renacentistas que forjaron un redondo armatoste giratorio que hacía aparecer a un mismo tiempo varios libros abiertos permitiendo una lectura simultánea y múltiple que, a su vez, consentía comparar, cotejar, confrontar, extraer, todo tipo de conocimiento que luego era recogido en índices que permitían el fácil acceso a ciertos pasajes, citas, disertaciones o cualesquiera cosa que en esos libros hubiera e interesara. Éste, el «cuaderno de tópicos», muchas veces consecuencia de la anterior, fue recurso didáctico, pedagógico, hasta nemotécnico –cada vez más en desuso- en el que el individuo anotaba el nombre del libro y la página y hasta la cita textual de la cuestión de su interés, creando así un índice variado, aunque personalísimo, de temas gustados. Ambos, «cuaderno de tópicos» y «rueda de libros», conforman, arman la cofradía del intelectualismo y la lectura erudita materializada por el humanismo revolucionario.[1]
         Buxi. Revista de bibliofilia bien puede leerse como «cuaderno de tópicos» resultado de la «rueda de libros» de su editor. Se trata, por un lado, de una edición para intereses muy específicos, numerada hasta llegar a los mil ejemplares, con una cuidada selección de textos que tratan el amor; el inmenso, doloroso, fatuo, caprichoso e incomprendido amor por los libros. Se trata, por otro lado, de una –¿histérica?- edición cuidada en que la portada en blanco brillante que reproduce, en el número 1, las enseñanzas del maestro y, en el número 2, el detalle del caballero armado al, número 3, empastado en duro y con grabado de San Jordi asesinando al dragón, como frontispicio. Se trata, por otro lado más, de una edición que refleja la gozosa labor selectiva de su editor por escritos ufanados por/en los libros y por las imágenes que representan, aducen, significan este placer.
         Buxi, revista de bibliofilia, se expande a distintas realidades. La una, material, que se imprime en la Ciudad de México y entre su publicidad puede leerse sobre la «Asociación Mexicana de Bibliotecas e Instituciones con Fondos Antiguos», el «Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego», «La Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada», el «Museo Franz Mayer» o «El Laberinto. Librería de las utopías posibles». La otra, virtual, en sus páginas de Youtube y Facebook -hasta donde tengo conocimiento- que comparte conciertos de Yo-Yo Ma y Pablo Casals, videos de rescate y curaduría de antiguos manuscritos, hasta rótulos, portadas e impresos de obras preciadas. Buxi, al igual que «[…]el libro ilustrado no es absolutamente necesario en la vida del hombre pero nos proporciona tal placer duradero y está tan íntimamente ligado con ese otro arte de la literatura imaginativa que debe seguir siendo una de las cosas que más vale la pena producir y a las que el hombre debería aspirar».[2]



Artículo impreso en la Revista Crítica. Forma y Fondo



[1]      Cfr. Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dir), Historia de la lectura en el mundo occidental, México, Taurus, 2011, pp. 57 a 65 y 229 a 268.
[2]     «Un apunte de William Morris» en Buxi. Revista de Bibliofilia, México, Editorial Buxi, No. 1., p. 28.

Fotografías que se vuelven portadas

  Gabriel Casas, Día del libro , Barcelona, 1932 Fotografías que se vuelven portadas brevísima historia de un retrato   Edgar A. G. En...