miércoles, 30 de mayo de 2018

Salvar la ciudad


conjeturas inacabadas sobre las ferias de Libros

Edgar A. G. Encina
Profesor-investigador de la Unidad Académica de Letras, Uaz,
Conductor de la columna universitaria para radio y multimedios «Certezas y Paradojas»
Artículo publicado en la revista Crítica. Fondo y forma.



Cuando un concierto va de malas los que anuncian la noticia dicen que fueron apenas mil o tres mil personas. Poca cosa para las multitudes que van a corear las canción que se les han pegado. Todavía con que fueran cien, para los que tenemos gustos no tan masivos, el número es un escándalo si lo llevamos a un concierto de «música clásica», a la inauguración en alguna galería de arte o al aforo en una presentación de libro. Si fuera un concierto sinfónico, la presentación colectiva de algunos artistas consagrados o la lectura de los poemas del reciente premio nacional y allí estuvieran más de cien individuos, hablaríamos de borbollones, un acto masivo, el evento de la década. Aún, a nadie le molesta que allí acudan 25 seres, porque sabemos que las cuentas salen sobrando, porque la cultura se mide cualitativamente. O, al menos, eso deseamos creer.
Apliquemos la tesis a cualquiera de las 153 Ferias del Libro que según el Sistema de Información de México [sic.cultura.gob.mx] se celebran al año. Sólo habrá que dejar de lado los escasos éxitos de Guadalajara [www.fil.com.mx], Minería [filmineria.unam.mx] y Monterrey [www.feriadellibromonterrey.mx] que —por cierto— son organizadas por las Universidades más prestigiosas del país. Las demás, en Oaxaca o Mérida, en Puebla o Mazatlán, en Guanajuato o Xalapa, en Tijuana o Colima, los éxitos son medianos. Entiende —lector— por éxito la cantidad de libros ofertados y vendidos, porque las presentaciones, talleres, conciertos y demás actividades son la cobija de un cuerpo que anda semidesnudo. Son ferias de éxito mediano porque —invariablemente— terminan superponiendo en las explicaciones el valor del ambiente, la inmediación cultural, las relaciones entre autores locales y nacionales, sobre el importe de los números. Es verdad, la ciudad se viste de festival, pero el festival acaba.
Ahora, pensemos en la Feria del Libro y la Lectura Zacatecas 2018 dedicada a Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928), autora de los Arboles petrificados (Joaquín Mortiz, 1977) y Salmos bajo la luna (El Troquel, 1950), y conjeturemos. El ambiente del mundo del libro es catastrofista desde finales de la década de 1980 porque las cifras, estadísticas y análisis, profetizan su crisis. Por un lado, se dice que el libro físico desaparecerá pronto, frente a la supremacía del digital que gobierna nuestros móviles, tabletas y ordenadores. Por el otro, la desaparición de editoriales independientes y librerías de barrio alertan al mercado, prediciendo con alta voz que nadie quiere libreros, que es tema muerto, que a otra cosa y menos lamentos.
Algo es cierto, en Argentina el libro digital ha ido del 20 al 30% de las ventas dice Andrés Krom, en «Crisis y reconversión editorial…» (La Nación, 2 de mayo de 2018), y en México nada nos lleva a pensar que las cifras difieran mucho. El impulso que recibe el digital ha llevado a edificar en los países más civilizados bibliotecas sin libros, un sinsentido aunque se explique. Así que, para ¿qué ir a una feria de libro?, si es posible adquirir cualquier título desde la comodidad del sillón, en un clic, sin necesidad de trasladarme y soportar los soporíficos vientos de mayo.
Aún, con esos y otros factores no citados, los necios continúan organizando ferias de libro, conciertos en teatros, exposiciones en galerías. Es un tema de consumo; los libros, la música y el arte, son productos que tienen valor de mercado. Aún, al tiempo, éstas celebraciones permiten pensar y re-significar los espacios físicos, como la ciudad, los elementos humanos, como los autores locales, y las disposiciones, como los libreros foráneos. Pienso que en esas actividades están la respuestas —en parte—a quién o qué «¿Salvará a las ciudades», según cuestionó Joan Subirats (La Vanguardia, 13 de mayo de 2018). Seguro los libros, junto a creadores, libreros y lectores, contribuyen al salvamento del lugar porque allí, casi en susurros, se dialoga sobre las definiciones del país que es y vendrá, porque su latir refleja el contexto artístico-cultural de un sitio vivo o desahuciado y, sobre todo, porque —junto a las Universidades— son los espacios para contemplar, meditar, entender, gozar y vivir la igualdad, diversidad y autonomía ciudadana.


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