sábado, 17 de octubre de 2009

[·R··I·]

Los profesores saben,
pero suelen callar sobre éste y otros temas
Javier Acosta en «Vida sentimental de la secoya»
[·R··une lumière·]
Revelar es velar dos veces. Revelar es velar: ver y cuidar. El que vela es el que cubre un secreto o cualquier cosa, así este enigma o cosa cualquiera aparecerá ya como misterio, ergo cela. El que vela, así mismo, es el que resguarda o vigila: individuo, ser, animal, ente, que va por los caminos ocultos para dar luz o hace ronda para bien del sueño o compañía en la enfermedad o el dolor o el sexo placentero. Revelar es la dislexia que nos atrofia: ya la palabra dichosa en su tiempo proferida, ya denigrada al pronunciarse insulsamente. En la bifurcación, es la otra posibilidad. Es, escribe George Steiner[1] en Los logócratas, hallarse en el paradigma de ver con los ojos propios de la poiesis humana a la poiesis divina.[2] En apariencia, no existe novedad en la formula agustina de la moral humana frente a la suprema moral divina, sin embargo subyace el tema de la iluminación.[3] Fórmula iluminadora, que provee caminos y secretos, dadora de silencios y voces: suma revelación. Suprema poiesis que todo lo ve, lo oye y lo niega, visto ya en los trazos de El sueño y su resentimiento de Benjamín Domínguez.[4] Ж Revelar es enfrentar la poiesis humana con suprema moral; presenciar el «alumbramiento» heideggereano.[5] Es, pues, la iluminación; lo que se alumbra, lo resplandece por designio o provee centella. Es abolir el cendal; irradiar en aquello [lo que se desea], fulgurar parcialmente, dar luz o imagen que ansía. Octavio Paz[6], en La revelación poética, es tácito: «Cada rama del árbol habla un lenguaje que no entendemos; en cada espesura nos espía un par de ojos; criaturas desconocidas nos amenazan o se burlan de nosotros […] la naturaleza se repliega sobre sí misma y el mar se enrolla y se desenrolla frente a nosotros, indiferente; las rocas se vuelven aún más compactas e impenetrables; el desierto más vacío e insondable. No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma. Y de este sentirnos nada pasamos al estado opuesto: el ritmo del mar se acompasa al de nuestra sangre; el silencio de las piedras es nuestro propio silencio; andar entre las arenas es caminar por la extensión de nuestra conciencia, ilimitada como ellas; los ruidos del bosque nos aluden«.[7] La revelación, acto puramente humano de saciedad divina, es hecho fundamental del ser; parte de la conciencia tácita de la propia existencia. Nada y todo se revela sin antes distinguir qué está oculto. Para revelar –primero- se indaga el arcano: el conocimiento es un develamiento mismo, frío, pesado y nostálgico, que se descubre ante nuestros sentidos atónitos. Ж Paz –segundo- ejemplifica la revelación en un bosque que habla un lenguaje postergado e incomprensible, con ojos que asechan sin topar la mirada que penetra y, que, por arte de magia, del deseo, de la búsqueda, del afán de saber, de pronto se despliega majestuoso. Vuelvo a la referencia: «No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma» para después afirmar que «[…]los ruidos del bosque nos aluden». En ese «No somos nada», «existencia cerrada» y «ruidos que nos aluden» se encuentra la revelación luminosa. No ser ante lo que no se muestra, se envuelve cegado, y sin embargo sólo somos alusión en cuanto el exterior, dice. Tercera persona, además, que haya la revelación poética, no en las primeras: ni del yo ni del tu. Una generalidad que vemos, en nosotros en cuanto al todo, sólo en la alusión comprensible. Ж -Tercero- Stephane Mallarme,[8] en «Aparición», escribe:
La luna se velaba. Serafines llorosos
con el arco en los dedos, adolorida el alma,
pensaban en la calma
de las dormidas flores de tallos vaporosos.[9]
La luz se vela en la oscuridad. Ni alude, ni minimiza, ni cierra; es el tiempo que se desnuda para doler, para dormir y para mudarse. Es el ciclo natural que se viste y desnuda. Que del estado material, «luna» tangible, se metamorfosea en vario cambio: del mágico «[…] Serafines llorosos» al sensible, «[…] adolorida el alma» que fue, para llegar al volátil «[…] de tallos vaporosos». La «calma» es el verbo clave: no el silencio sino, en todo caso, el «ritmo del mar» que alude al canto: el decir de Orfeo que, introvertido, corre el velo. Ж Ezra Pound[10] –cuarto-, en «En una estación del metro», redacta:
La aparición de estas caras entre la muchedumbre;
Pétalos en una rama húmeda, negra.
[11]
«La muchedumbre» y «negra» son los elementos que se suman. Uno, el rostro sin personificarse; la individualidad generalizada de varios perfiles; su categoría es la humana. Otro, calidad visible o la imagen pintada; ahora es negra, no oscura, ni grisácea, ni lóbrega. El tono del verso es mágico, en cuanto que «aparece» de su no estar, nocturno, humano y, quizá, de quebranto. Ж Revelar, ergo, es iluminar. Su contenido mágico-esotérico se da como un acto; parte del advenimiento. Su estar ahí, así-luego, también es un trance denunciado, similar al de los marineros en medio del mar -«No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma» [Paz]-, que de pronto se encontraban maravillados por esas sirenas y su canto providencial ­–la poiesis humana frente a la poiesis divina [Steiner]-. Ellas, seres míticos se revelaban -«La aparición de estas» [Pound]-, surgiendo entre las olas, sobre algunas rocas o en el avistamiento del archipiélago -«y el mar se enrolla y se desenrolla frente a nosotros» [Paz]-. Luego, en su canto, los hombres -«caras entre la muchedumbre» [Pound]- caían presa de la cadencia y los silencios: compás y quietud -«el ritmo del mar se acompasa al de nuestra sangre» [Paz] en «adolorida el alma, / pensaban en la calma» [Mallarme]-. Ellos, nosotros, que no podían más que sucumbir ante el delirante Orfeo nublaban -«en una rama húmeda, negra» [Pound]- la vista de los desdichados.
[1] George Steiner, nació en París el 23 de abril de 1929.
[2] Cfr. George Steiner, Los logócratas, traducción de María Condor, México, F.C.E., Ediciones Siruela, 2007.
[3] Cfr. C. C. Martinadale, «A Sketch of life: St. Augustine» en Saint Augustine, His Age, Life and Thought, Meridiann Books, New York, 1960. Y, Étienne Gilson, Introduction à l’étude de saint Augustin, Vrin, París, 1943.
[4] Cfr. Benjamín Domínguez, El sueño y su resentimiento, Óleo sobre tela, 130 x 150cms. La obra es parte de una colección privada, sin embargo la «Revista de la Universidad de México» le dedicó un reportaje gráfico, el cual puede verse en: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4307/4307/pdfs/43reportaje.pdf
[5] Cfr. Martín Heidegger, El ser y el tiempo, Traducción de José Gaos, México, F.C.E., 1986.
[6] Octavio Paz nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914 y murió en ese mismo lugar el 19 de abril de 1998.
[7] Octavio Paz, La revelación poética, México, Ediciones Elaleph.com, pp. 3 a 4. La
[8] Stéphane Mallarmé nación en París el 18 de marzo de 1842 y murió en ese mismo lugar el 9 de septiembre de 1898.
[9] Stephane Mallarme, «Aparición» en Poesía francesa. México-Cuba, El caballito ediciones, 1973, p.26.
[10] Ezra Pound nació en Estados Unidos el 30 de octubre de 1885 y murió en Venecia, Italia, el 1 de noviembre de 1972.
[11] Ezra Pound, «En una estación del metro» en Seis poetas de lengua inglesa, México, SEP-Setentas, 1976, p.21.

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