miércoles, 2 de diciembre de 2020

Apuntes para una idea en "Sitiar" en Miguel Ángel Cid

 

La mirada que sostiene el mundo

Apuntes para una idea en Sitiar de Miguel Ángel Cid

 

Edgar A. G. Encina

 

 

 

En Las memorias de Adriano, biografía ficcionalizada por Marguerite Yourcenar, el emperador escribe consejos, confesiones y reflexiones para Marco Aurelio, su descendiente al trono. En medio de un oleaje de admoniciones sensitivas profundamente reflexionadas, destacan los «tres medios» que éste posee par evaluar la existencia humana: uno es el estudio de sí mismo, otro la observación de los hombres y el último los libros.[1]De cada cual destaca valores y contrariedades, gracias, concesiones, desamparos e impugnaciones, aunque en el último se detiene para afirmar que:

Los escritores mienten, aun los más sinceros. Los menos hábiles, carentes de palabras y frases capaces de encerrarla, retienen una imagen pobre y chata de la vida…la cargan y abruman con una dignidad que no posee…Los poetas nos transportan a un mundo más vasto o más hermoso, más ardiente o dulce que el que nos ha sido dado… Para estudiarla en toda su pureza, los filósofos hacen sufrir a la realidad casi las mismas transformaciones del fuego o el mortero hacen sufrir los cuerpos… los historiadores nos proponen sistemas demasiado complejos del pasado…[y] Los narradores, los autores de fábulas milesias, hacienden como los carniceros, exponen en su tabanco pedacitos de carne que las moscas aprecian. Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.[2]

 

El emperador no agregó pintores ni dibujantes, porque no le significaba igual la pintura o la imagen que un libro. Empero, sí habría que sumar al inventario de mentirosos no sinceros a los artistas visuales porque también estrujan, crujen y hacen chillar a las imágenes sin alcanzar jamás la dignidad real de la vida. Encantadores de ciegos que en sus líneas marcadas y en sus trazos difuminados esconcen un mundo injusto, doloroso y plagado de traiciones.

            Me atrevo a señalar a uno de estos embusteros o magos que para conversar del dolor arrojan tinta verde o de la soledad abandonan toda imagen tangible; que para narrar su día a día se esfuerzan por desnudar las vistas y que para tomar fuerza en el trajín de las labores se alimentan de un rayo cruzando el cielo. En este caso, nuestro personaje utiliza un perfil mayor; se presenta como Atlas, salvo que acá no tiene que cargar el mundo sobre sus hombros. Se ha impuesto una tarea mayor; separar el piso del cielo, hacer que la distancia que mengua entre nuestra cabeza y las nubes sea sólo considerada por su propia voluntad y poder. ¿Cómo es posible dar fe del acto? Sencillo, tiene un arte fabuloso e infalible; se ha colocado todos los días a la misma hora en el mismo lugar con silencioso ritual para detener el tiempo y adjudicarse la vista de un escenario que sería impensable sin él.

            Miguel Ángel Cid se encuentra allí, sin saberlo, poseedor de una especial genética cultural, alimentada desde los poros por una extraña y única sensibilidad que le permite apropiarse del mundo de forma impar. En su prolífico ensayo fotográfico Sitiar, se esconde detrás el Atlas que soporta la distancia del mundo habitable y lo registra como agenda para recomponer los detalles. Es un ejercicio disciplinado convirtiéndose en, escribe Yolanda Alonso en la presentación de la edición digital, «una manera de detenerse y respirar, tomarse un instante del día y del paisaje para sí. Nosotros mismos como espectadores podemos encontrar este momento de consuelo al recorrer las páginas».

            El ritual hace posible el mundo y la toma de sentido de la vida. Si bien para Adriano emperador se trata de falaces lecciones que pretender apoderarse de lo sígnico de la vida, lo que Sitiar exhibe es la mirada contemplativa en la que, dice el autor, «Toda pasión tiene la posibilidad de no tener algún fin», como el fuego o el viento frío o la sonrisa detrás del cubrebocas. En este libro hay, luego, un tiempo detenido y sostenido; el flashazo de la instantánea en la que vemos que es posible que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas. La mirada que sostiene el mundo.



[1]      Cfr. Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, traducción de Julio Cortázar, México, De Bolsillo, 2011, p. 26.

[2]     Op. Cit., Marguerite Yourcenar, pp. 26-27.

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