miércoles, 8 de marzo de 2023

Mapear Lecturas. Sobre geografías, cartografías, tierras y lugares imaginarios

 




Mapear lecturas

sobre geografías, cartografías, tierras y lugares imaginarios

 

 

Edgar A. G. Encina

Una versión de este artículo ha sido publicada en la revista
Memoria Universitaria (vol. iv, no. 01, 2023)

  

Cuando niño tuve dos lugares favoritos. Uno era el taller del tío Tomás. Otro una especie de bodeguilla en casa del abuelo Juan Pablo. Ambos se situaban en segundos o terceros pisos y para llegar debía sortear las miradas inquisidoras de los adultos que, quién sabe por qué, no permitían la presencia infantil en esos lugares. El taller del tío era eso, un lugar donde él trabajaba en las tardes con madera, vidrio, pegamento y una radio que tocaba danzones o narraba algún deporte. La bodeguilla del abuelo servía como memorial poque allí se reunían trajes, uniformes, afiches y libros que en poco tiempo descubrí tenían todos historia particular. Eran lugares de triques, polvorosos, reinados por arañas e insectos, en los que sentía un especial resguardo. A veces gozaba más estando allí que en la rebanada del pastel cumpleañero.

Recuerdo escurrirme con lápiz, colores y hojas, y reaparecer horas más tarde para ser reprendido por el adulto al frente. Eran regaños indoloros que soportaba como buen soldado. Me escondía allí para dibujar mapas que nunca encontré. En un momento esos sitios tuvieron tráfico. Primos y hermanos llegaron motivados por The Goonies (Warner Bros, 1985), pero al cerciorarse que allí no se escondía el mapa del tesoro secreto de La Bufa pronto se fueron con su club y balón a otro lado para no volver a perturbar el sitio. El gusto por esos lugares donde podía trazar e iluminar mapas para llegar a territorios soñados que guardaban secretos como árboles-perros, piedras-parlantes o tónicos-espumeantes que me evitarían volver al hospital, por ejemplo, eran lo que recreaba. Territorios, regiones de una mítica personal que me desvelaban o no me dejan concentrar con las tablas de multiplicar.



    Guardar el secreto se complicó a medida que ganaba años y estatura, que al final no fue mucha. Al ingresar a la preparatoria dejé de esconderme para escribir mapas. Entrado en la universidad, mi habitación y un par de bibliotecas me cobijaron con el mismo cariño, silencio y respeto sagrado por la imaginación. Entonces que comencé a leer otros libros, más allá de los relatos en los textos escolares o algunas novelas y poemarios obsequiados. Las bibliotecas me dieron lecturas que de otra manera jamás hubiera tenido acceso. Entonces tomaba lo que fuere y lo leía con desparpajo como desposeído, pero algo me detenía. Todo el tiempo, al finalizar cualquier lectura advertía la necesidad de escribir su mapa; dibujar los espacios recién descubiertos para no olvidar que allí había algo y, sobre todo, que yo había dejado otro algo.

Aún guardo esa necesidad. Creo fehacientemente que toda lectura debe tener su mapa propio y único y que debe ser escrito con lápices, colores, montañas, ríos y la cruz del tesoro. Esta necesidad no me es única. La comparto con otros seres que, descubro entre líneas, tuvieron una infancia también alimentada por la fantasía y la literatura. Están, por ejemplo, The dictionary of imaginary places de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi (Harvest Bok, 1999), Historias de las tierras y los lugares legendarios de Umberto Eco (Lumen, 2013), Cartografías imaginarias (siglos xvi-xviii) de Roger Chartier (Ampersand, 2022) o Geografía narrativa de una ciudad de Karla Ceceña (cultura-fonca, 2022). Estos títulos y una decena más que guardo en el estudio me han proveído de cierta tranquilidad no resuelta del todo. Con ellos descansa mi paz porque hay libros y lugares fantásticos mapeados, pero continúo sintiendo agobio por los que no. Por ejemplo, esta semana leo Sin justificar. Apuntes de un editor de Tomás Granados (Trama 2019) y tengo la contrariedad hormigueante porque entre sus páginas no se desdobla el mapa del tesoro donde el autor marcó ríos, puentes y escaldas y yo, yo pienso en «El tuerto» Willy y un barco pirata escondido aquí.

 










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