lunes, 31 de octubre de 2022

Las marcas de la edición: Quehacer Editorial

 


Quehacer editorial:
el #21 y la impresión bajo demanda

Las marcas de la edición

 

Edgar A. G. Encina

Una versión del presente documento fue publicada 
en el número 85, vol. 5, de la revista QuehacerUAZ

   

Quehacer editorial es una revista producida por Solar Editores y Ediciones el Ermitaño que está celebrando, «contra todo pronóstico», 20 años de vida independiente. La revista, que se edita para consumo en físico y digital, ha permanecido en el escenario como «foro abierto de información, reflexión, análisis y debate en torno a la edición en una época de rápidos cambios» buscando la «reflexión constante sobre las ciencias y artes del libro, así como la opinión del lector a los lectores y editores para que la asimilen», asienta en la página legal como parte de sus propósitos idiosincráticos. Son destacables el par de décadas de vida porque a los impresos ligeros les cuesta llevar las tormentas y porque se ha convertido en medio preponderante para la exposición y el diálogo de y sobre la edición. Jorge Herralde en El optimismo de la voluntad (FCE, 2009) la ubicó desde 2002 como pilastra de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara por «ser el punto de encuentro profesional más importante y apostar decididamente por la cultura».

El número 21, que hace de conmemoración, es una cena en cuatro tiempos. El primero es la ronda de artículos que subrayan y conversan las experiencias, los daños y los retos que ha dejado la Covid en el mercado editorial. El segundo es una mixtura entre Ferias del libro y Lectores, subrayando la importancia de la presencialidad. Aquí destaca el «Diario de un bibliómano enclaustrado» de Camilo Ayala Ochoa porque, de botepronto, en la elección de palabras opta por bibliómano y no por bibliófilo. El misterio más o menos se aclara a lo largo de las páginas del ensayo, en parte porque tiene el acierto de contagiarnos sus preocupaciones sobre la fragilidad del sector, la tardanza en la construcción de redes y la urgencia en que los universitarios entiendan su papel de balsas de salvación, por ejemplo.

El tercero tiempo está enfocado a los específicos de los quehaceres editoriales. La disonancia en el menú la hace «El laberinto de la soledad bibliográfica: los libros, el cine, y la literatura en Latinoamérica y Estados Unidos» de Lauro Zavala que, por los tonos cítricos y el crujiente empaste de coacción, pudo estar en la selección anterior. El cuarto es memoria de las Primeras Jornadas México-Chile de Edición Universitaria y el Coloquio sobre los Futuros del Libro. El encuentro «permitió explorar temas en torno a la cultura editorial, establecer una red de estudiosos en el tema e integrar proyectos de colaboración sobre investigación, profesionalización, edición, distribución y comercialización, escribe Alejandro Zenker organizador del evento y director general de Quehacer editorial.


Marta Kiss, Reading and art


No quiero detenerme en celebrar el mantenimiento de la publicación extendida ahora por dos décadas. El valor y los méritos se explican solos. Lo que deseo es guiñar a una serie de elementos que la publicación provee. Sin escapar de las discusiones que se tienen, por ejemplo, sobre el dominio de Amazon, al que se suma Buscalibre, en la venta de impresos y el daño a los ecosistemas libreros o al sopeso imparable que se realiza entre el libro físico y el electrónico, aparecen temas poco dialogados y no menos importantes de los que comento brevemente uno: el libro bajo demanda (print on demand). El 24 de agosto el bibliófilo Alejandro García Ortega colgaba en sus redes la novedad de haber adquirido Editar y traducir. La movilidad y la materialidad de los textos de Roger Chartier (Gedisa, 2020) con el siguiente post:

Cuando un cliente ordena este libro se pone en movimiento una máquina que al menos imprime mi ejemplar, copia fiel de los ejemplares que podemos adquirir en una librería (presumo que en algún momento hubo un tiraje para la venta tradicional). Entre 12 y 15 días, dice la publicidad y cumplen. Por lo demás, el libro, la editorial, el autor, valen la pena. Se puede observar un ligero matiz en lo que respecta al papel al que estamos acostumbrados los lectores de Gedisa, pero si no lo digo, es posible que pase ni más ni menos que como un libro digno de Chartier.

En Las fiestas del libro (IZC, 2021) me tomo el tiempo con «Expreso» para exponer personalmente el tema, animándome a predecir que en menos de una década ésta será la manera más común que tendremos para acceder a un libro material, que puede convertirse en la salvación de los libreros y:

Pienso que, uno, el catálogo abre las puertas ad infinitum con la posibilidad de que nada quede fuera de stock. Dos, que toda librería y biblioteca universitaria debería tener como prioridad agenciarse la ebm. Tres, que han sido sumamente astutos; si bien el nombre del invento refiere a la velocidad de entrega, también alude a nuestra segunda máquina favorita y al poder que ejerce en los lectores la costumbre del café.

En Quehacer editorial son puntuales con Librántida [librantida.com] que ofrece en México lo posibilidad a empresas editoriales dejar de tener libros agotados y garantizar la distribución en las librerías nacionales a costos sufragables para los involucrados. Con ello, en lo personal, veo cada vez más lejana la imposibilidad de localizar una lectura, agotándose ese sentido de frustración amarga.


Diseño de Gunter Rambow para la editorial S. Fischer Verlag en la década de 1970


lunes, 10 de octubre de 2022

LAS MARCAS DE LA EDICIÓN: VIRGINIA WOOLF

Leer el mundo: Virginia Woolf
Las marcas de la edición

 

Edgar A. G. Encina

 Una versión del presente fue publicada por la revista QuehacerUAZ

 

De Virginia Woolf (Kensington, 1882-1941) se está suscitando una especial resurrección editorial. Como autora perteneciente al canon occidental de literatura, su presencia es constante, sin posibilidades modernas de difuminarse. Lo que se produce ahora es el tratamiento distinto de sus obras que, por ese carácter universal, –al parecer– el mercado a olfateado una nueva necesidad: libros de mayor calidad física. Por ejemplo, en inglés está el Box Set del sello editorial Del Fondo y en castellano la caja de la editorial Austral. En ambos casos se trata de un «estuche» de cartoncillo con libros en pasta dura, con diferencia que la primera guarda siete títulos y la segunda dos. Es menester señalar que no es el único caso, pero sí detenta la apuesta que el sector tiene para autores e impresos del tipo.

George Van Hook, The Iris Garden, 1954, 30x25cms. 

En este contexto, sigue pareciendo interesante la apuesta de las colecciones Centellas y El barquero, a cargo de José J. de Olañeta en Edicions la Foradada. Estas forman una «extensa colección en pequeño formato, que, junto con obras de autores consagrados […] busca también dar a conocer autores u obras poco conocidos pero que presentan un gran interés y originalidad; en esta colección encontramos asimismo libros sobre arte que incluyen estudios sobre artistas, escritos de artistas, etc.», puntualizan en su página electrónica. Tomándome la libertad comparativa, puede sostener que estamos frente a la versión española más actualizada de la  Colección «Sepan Cuantos…» de Editorial Porrúa; libros de calidad física más o menos aceptable, estudios preliminares de regular calidad y a veces ponderables, y con un diseño que parece tener mucho por afinar. Las salvedades sería los costos, pues la española no es económica debido a los aranceles y distribución.

Pieter «Parra» Janssen, Reading it wrong, 2016, 100x140cms.

En la colección Centellas está ¿Cómo debería leerse un libro? (2017), de Virginia Woolf, con traducción al castellano y notas de Ángela Pérez, y en portada la fotografía de la autora leyendo en junio de 1926. ¿Cómo debería leerse un libro?, es un ensayo que ha tenido una vida prolongada y azarosa. Nació el 30 de enero de 1926 con motivo de una conferencia para el colegio Hayes Court y, en octubre, publicado en The Yale Revieur. Después, en 1931, le rehízo como «El amor a la lectura» para Hampshire Bookshop, fundada en Massachusetts en 1916. Finalmente, al siguiente año le reunió en la segunda edición de El lector común, conjunto de textos en los que la autora explora sus influencias más persistentes y comparte la visión de mundo que le singularizó. De éste, hay una propuesta asequible de Debolsillo, traducido por Daniel Nisa Cáceres.

Káron Ferenczy, October, 1903

¿Cómo debería leerse un libro?, está integrado por cuatro apartados: «La autora», «El texto», «¿Cómo debería leerse un libro?» y «Cronología», en 69 páginas. El eje son las leyes internan que dictan los impresos y las maneras para desentrañarlas. La autora propone, para no «malgastar nuestras facultades necia e inútilmente mojando media casa para regar un rosal; hemos de disciplinarlas con firmeza y precisión aquí, en el lugar concreto», una forma dividida en dos tiempos. En el primero formula no enjuiciar ni dictar «al autor, procuremos ser él. Seamos su colega y su cómplice. La indecisión, la reserva y la crítica al principio nos impiden apreciar plenamente lo que leemos». Esto debe licenciar el entendimiento de la obra, percatándonos de las dificultades y los riesgos de la escritura para, de esta manera, tomar conciencia que leer es un arte complejo al que se debe quitar el manto de la trivialidad.

Es hasta el segundo momento cuando se hace posible enjuiciar y comparar la obra, pero no de forma inmediata. «Esperemos a que el polvo de la lectura se asiente; a que se apacigüen el conflicto y las preguntas: paseemos, conversemos, arranquemos los pétalos marchitos de una rosa o durmamos. Y así luego, de forma súbita y espontánea, como la naturaleza lleva acaso esas transiciones, el libro volverá, pero de forma distinta». Resalta el valor del tiempo y la maduración invitando a dominar el ímpetu; lo importante de la lectura es lo que queda asentado.



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