lunes, 17 de agosto de 2020

«Junturas de María Luisa Puga» [reseña]

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Alientos y correspondencias
Junturas de María Luisa Puga por Yolanda Alonso

reseña

 

Edgar A. G. Encina

Este artículo fue publicado en la revista digital Quehacer. El acontecer de la vida universitaria, que edita Alejandro Lizaardo en la Universidad Autónoma de Zacatecas

 

Luego de un respiro meditabundo de más de un lustro, Yolanda Alonso (Zacatecas, 1986) ha publicado Junturas de María Luisa Puga (izc, 2019, 79p.). Su anterior y primer libro, Postalesa casa (Texere, 2012, 134p.), es un relato dividido por el tiempo y los reflejos de Yolanda madre y Yolanda hija. Espinoso e insólito relato dividido por un ensortijado juego de destellos y ecos donde persiste en el pago de deudas para reconocerse en el bastimento del mundo propio. Aquellas Postales… tuvieron una recepción in crescendo que en la actualidad ha sumado buen número de comentarios y reseñas y que, también, trajo a la autora presión por publicar la segunda obra, tema que atenuó desde su «Mesita de noche» en Maremoto Maristain.

            Junturas de María Luisa Puga es una producción híbrida que conjunta al relato, el ensayo, la sintonía y la entrevista desde las «Notas al margen», «Memoria sesgada», «La huida» y «María Luisa sigue». El impreso, inspirado por una cabaña «en medio de un bosque, enfrente de un lago» en Zirahuén, Michoacán, es habitado por aliento del alma y las correspondencias vivenciales con María Luisa Puga (Ciudad de México, 1944-2004), autora de novelas como La forma del silencio (Siglo xxi, 1987), La ceremonia deiniciación (fce, 1994) y el ensayo Lo que pasa al lector (Grijalbo, 1991), entre una extensa producción difícil de adquirir.

            El corpus general del libro está determinado por una narrativa que se pinta como el pago al derecho de voz teñido de simbolismos donde se invoca y combate espiritualmente con Puga.

Pienso en María Luisa y en su rutina inquebrantable de levantarse cada madrugada a escribir, en contraste con mi búsqueda del orden y mi frustración por no conseguirlo. Despierto y enumero todos los pendientes. Siento cómo al vestirme voy renovando esa conocida sensación de angustia, de cómo las cosas bailan alrededor de mí, me cosquillean, y muero de pánico, me gustaría poner a cada una en un hilito e irlas arrastrando y en el camino irlas perdiendo bajo la pisada de alguien o simplemente que el hilo se rompiera. Hago esfuerzos por ordenarme: ya intenté dividiendo las actividades en bloques de cinco minutos e ir aumentando el tiempo de concentración; ya intenté con la autocalificación, con listas, calendarizaciones, plazos definidos… y no veo un progreso. Solo me veo navegando en este día a día, y es como están en un pasillo angosto con altos muros de piedra: una vez que llego ahí, me doy cuenta de que estoy en el paredón.


Acá no hay dolor ni iniciaciones ni melancolías; es invocación —lo he dicho— al espíritu creativo desde el conjuro, la restauración, la deuda y la luz. Estamos frente a un libro que, por un lado, opta por junturas en vez de trama, acusando al sentido semántico de reunir, aproximarse, sentir y, por el otro, busca un lector universal y las apostillas de la escritura femenina.

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