Wassily Kandinsky en De lo espiritual en el arte
I. Cables sueltos
Parto, visto desde el idealismo, del desencanto. O, si quiere entenderse de una manera teórica, del materialismo. O, desde una propuesta sociológica, de la realidad restringida. Tomo a pie juntillas la idea de que existen una serie de elementos que condicionan la producción artística en la sociedad moderna. Y que, además, estos elementos condicionadores al rebotar en el fenómeno creativo son motivo amargo de la realidad actual, tangible y mercantilista.
Ejemplifico. En la mayoría de los regímenes o estructuras sociales que se enfrentan sin cortapisas con las libertades creadoras reciben como respuesta casi inevitable un despliegue portentoso de creaciones y obras. Esto puede verse en casi todas las manifestaciones artísticas, baste revisar como ejemplos el caso cubano con la literatura y el ruso con la pintura.
Distinto sucede en las sociedades que hacen gala de libertad expresiva y conciben obras que, de acuerdo al mercado, el arte logra llegar y llenar cuotas altísimas de valoración. Este hecho es visible en un infinito número de casos. Sin embargo, la creación artística, meramente dicha, ha adquirido rasgos acentuados de crisis.
En la actualidad, mientras autor y creación; arte y artistas, logran reconocimiento y valor sin precedentes en los campos económico y social, sus obras, en cambio, interesan cada vez menos a la sociedad a la cual van dirigidas produciéndose fisuras irreparables en el proceso de comunicación artística, que comporta la tríada: creador-obra (mensaje)-receptor (público). Por eso alego desencanto.
Los gustos artísticos –si así pueden o deben ser llamados- son ponderados entorno a su valía o plusvalía en el mercado, el nivel de movilidad y compra-venta del autor-obra y su categoría de inversión. Luego, lo que es arte o, mejor dicho, lo que es el arte más supremo de nuestro tiempo responde a su capacidad y necesidad de colocación en el mercado, en la garantía que producen creador y creación de incremento financiero y una mínima causa de riesgo en la adquisición del objeto. Para ponerlo más claro: el mejor artista y/o la mayor obra es la que se vende rápido, bien, mejor que las demás; la que es vista como garantía económica antes que artística. Ahí radica el desaliento.
Comprar una pintura para que, antes de ser colgada, se le piense como inversión y no como descanso espiritual. Adquirir un libro para que, antes de ser leído, se le catalogue como joya y no como creador de mundos irrealizables. Lograr un disco para que, antes de ser escuchado, se le cavile como inédito y no como placer lúdico del alma. Tener, obtener una obra de arte, antes que cualquier otra cosa, y juzgarle por su valor económico, prestigio social o enfoque seudo intelectual, es ponderar al cuerpo sobre el alma y esta es ya una anoréxica.
En ese sentido, Monstserrat Gali Boadella, investigadora de la Universidad Iberoamericana, bosqueja el conflicto en que se puede constatar el hecho de que están rotos los lazos que unen al creador y la obra con la sociedad. La solución, única posible, está en rescatar a ese público secuestrado por los medios y políticas culturales y educativas, reestableciendo los puentes con la sociedad y acortando la brecha abierta desde la época de las vanguardias.
II. Dependencias
La idea de que el arte es, al tiempo, inmensamente libre y servidumbre de altas jerarquías no es novedad alguna. Arte: noble varón o majestuosa princesa o soberano gobernante, de un lugar sin tiempo ni espacio, con vida propia, catalogado por acciones sui generis y constructor de universos especiales, casi intraducibles e incomprensibles, y al unísono esclavo de intereses ocultos, dedicados a ensombrecer vidas, enturbiar conocimientos; subyugar a todo ser humano.
¿Qué posición debe tomar el teórico ante la posibilidad libertaria o esclavista del arte? ¿Qué lugar debe ponderar la visión científica ante la posición, la funcionalidad y la interpretación del arte? ¿ Existe alguna posibilidad de separar el papel del artista, del de su medio ambiente; el de su obra, del rol, de la finalidad de esta?
Néstor García Canclini, en La producción simbólica, arguye que ninguna de esas interrogantes y muchas más son categóricamente imposible de responder debido a la disposición humanista tradicional de los estudios artísticos. Luego, lo único posible es el acercamiento. El estudioso del fenómeno artístico no alcanza llegar al centro del conflicto porque no lo desea o, lo más probable, porque no tenga la lucidez para hacerlo –y entra ahí en otro rompecabezas idealista-..
Por su lado, Jean Dubignaud, en Sociología del arte, habla de la primera “mistificación artística”; que no es otra cosa que la presunción idealista de una “esencia del arte”, siempre igual a sí misma más allá de las variaciones con que se manifiesta y a la cual se accede por una cuestión metafísica. El conflicto es idéntico: el artista es un ser divino –con todo lo que conlleva- y quien accede a su trabajo debe ser lo más próximo al concepto.
Vytautas Kabolis, en La expresión estética: un estudio sociológico, traduce la médula del asunto en el hecho de que el pobre desarrollo en los estudios científicos sobre el arte se deben a que la “disposición humanista” de los investigadores presta más atención al análisis sensorial de los estilos y a sus implicaciones filosóficas que al origen socioeconómico.
Por su parte, Arnold Hauser, en Historia social del arte y la literatura, y Pierre Bourdieu, en “Campo intelectual y proyecto creador”, demuestran que la concepción idealista y romántica del arte como un campo autónomo es desmentida por la evidencia de que esa ideología tiene causas sociohistóricas precisas. La aparición de un mercado propio para las obras de arte y el debilitamiento del poder religioso y cortesano hacen posible que los artistas gocen de una “independencia” nunca conocida en la elección de temas y formas.
Sin embargo esta autonomía, que nunca fue absoluta y cayó en una nueva dependencia: del mercado, generó la ilusión de que el campo estético es indiferente a las presiones sociales, que las obras trascienden los cambios históricos y están siempre disponibles para ser disfrutadas, como un “lenguaje sin fronteras” por hombres de cualquier época, nación o clase social.
En cualquier sentido, las cuatro posturas teóricas impugnan los recursos idealistas para diferenciar el arte de las diferentes actividades sociales y de sí mismo. También reconocen que los hechos estéticos son resultado de una multiplicidad de vivencias, procedentes de campos diversos, y que ésta es difícil de aprehender con los instrumentos habituales, pues no todo arte es definible socialmente.
El arte ha pasado por varias “etapas serviciales”: la utopía y culto al cuerpo humano y la perfección del mismo, luego la religión y su aspecto profetizante pasando al Estado funcional, que educa y muestra el “verdadero” camino, para llegar al mercantilismo actual.
III. Del marchante al marketing
1774, Londres: Sotheby’s abre sus puertas. 1776, Londres: Christie’s aparece en el escenario. Ambas son las galerías y casas de subastas de arte más afamadas y exitosas en la actualidad y, aunque, han trasladado su teatro y centro de operaciones a New York continúan en el Reino Unido. Ambas, también, son la mejor expresión del cambio de marchante a marketing artístico.
El cambio es sustancial; un vuelco en la orientación. Marchante es el viejo concepto galerista de venta al visitador, al amigo, al interesado; una especie de mercado secundario. Marketing es la orientación directa al coleccionista, al museo y a cualquiera que pueda y tenga los medios para adquirir el producto. Es, entonces, el paso del griterío del mercado al espíritu globalizado, que no siempre universal.
Ambas casas son, en ese sentido, representantes máximas del decaimiento del “arte libre” a manos de los controles mercantilistas e institucionales. Son, pues, traducción del desencanto profesado por el “arte puro”, iniciado a mitad del siglo XX, y reflejo del enorme desarrollo de la producción comercial: promoción y consumo.
A partir de Christie’s y Sotheby’s la obra se desempeña como un producto mercantil afinado en una economía. En claro: el arte vive de/en una sociedad de consumo. Esto lleva al creador a definir su lugar desde una posición ideológica, estética o social económica. Una imprime un deber social y estético. Otra le obliga a reconocer los deseos y exigencias del mercado con determinación absoluta y ha suscribirse a la calidad definida y apreciada por sus representantes, piénsese en galeristas, críticos, medios de comunicación, museos y compradores.
Utópicamente, cualquiera que sea forma asumida del artista, ya sea ideológica, estética, social o económica, éste debe comprometerse; ir más allá. El creador debe apostar su vida, su obra y su destino, a una perspectiva que presupone un cambio en las actitudes y principios prevalecientes en el mercado del arte actual. Debe creer que la vuelta a la trueca, a ese “arte libre” por él mismo, y su labor podrá afectar el juicio estético y económico de galeristas, coleccionistas, museógrafos y críticos.
IV. Atrapado: entre las esclavitudes del siglo XXI
Es irónico ver ciertas conductas humanas ponderar los placeres comunes a los exquisitos. Por ejemplo, en la celebración de matrimonio, ya sea ceremonia religiosa o civil, los allegados al evento se pueden contar con los dedos de la mano y hasta recordar detalles minúsculos entorno a ellos. Se olvidan que el germen sustancial del acontecimiento está en la etiqueta y el rito. Por un lado, en el acto de estado se encuentra la consolidación formal de unión entre dos individuos que además de decidir vivir en unión crean un eslabón más en el gen de la sociedad. Por el otro, en la práctica del culto está, además de la fe y el amor, el concepto del alma, que se alimenta de hechos como ese.
Es irónico porque en ambos casos la el simbolismo y la metafísica anteceden a la realidad tangible. Son acontecimientos humanos que surgen para estrechar los vínculos con ejercicios físicos pero desde planos semióticos. Esto es que, en ambos acontecimientos, quien se profesa extasiada es la libertad.
Es irónico porque el gozoso momento es compartido al mundo y, sin embargo, quien acepta la invitación son unos cuantos, los demás esperan la comilona; el banquete para el cuerpo. De ahí surge lo inevitable: ¿aun existe el alma?, ¿esa señora que ha sido obligada a enfermarse de anorexia aún vive o pereció en algún hospital de bajos recursos?
Lo mismo es con el arte, sólo que ahora tiene un agregado. En muchos sentidos, continua siendo el mismo; catalogado de elitista, complicado, etc., y por ello la un alto porcentaje del denominador de la gente sigue viendo de lejos los museos, galerías, exposiciones y librerías.
El agregado es un condimento: el mercantilismo. Este elemento no es nuevo sino que es mayor en su porción. Busca agradar a los más y desea alojarse para su confort en sus paredes, libreros y aparatos reproductores. El nuevo toque del gourmet pretende cambiar del lugar en la carta de exótico a las sopas del día o al platillo del mes. Es obvio que se ignora hasta dónde y cuáles serán las consecuencias reales y tangibles de la permuta en la carta. No se puede saber –aunque sí apostar- si esa señora llamada arte dejará de ser anoréxica. Desconocemos si ese alimento contiene lo necesario para proveerle de vida o sólo engulle comida chatarra que al tiempo rebotará llevándola al hospital; al desenlace trágico.
Luego, ¿qué como el alma?, o ¿cuándo el alma come arte, este le proporciona los nutrientes necesarios para seguir respirando y vivir una vida con sus aflicciones y júbilos cotidianos? Usted qué cree, amable lector.