lunes, 26 de octubre de 2009

Leve

Leve, leve, muito leve
Um vento muito leve passa,
E vae-se, sempre muito leve.
E eu ñao sei o que penso
Nem procuro sabêl-o
Alberto Caeiro

martes, 20 de octubre de 2009

[·R··3·]

[·R··Les surveillants·]
Primer vigilante. José Saramago, guardia del sur, señala al iniciado que llama a su templo del Manual de pintura y caligrafía, con tono fuerte y seguro: «Seguiré pintando el segundo cuadro, pero sé que no voy a acabarlo nunca».[1] Ж Segundo vigilante. Luego de usar como epígrafe los Pensamientos 234 de Blaise Pascal al argüir que «San Agustín ha visto que se trabaja por lo incierto en el mar y las batallas y todo lo demás, pero no ha visto las reglas del juego», Arturo Pérez Reverte, guardia del norte en Pintor de batallas, invoca un veredicto al que llama a la puerta con: «Nadó ciento cincuenta brazadas mar adentro y otras tantas de regreso, como cada mañana, hasta que sintió bajo los pies los guijarros redondos de la orilla». Ж Ambos vigías, en su polo natural, provocan en el iniciado desazón. El primero niega la imposibilita de toda viable fortuna al que, pintor, fracasó en uno y los subsecuentes intentos. El segundo cita el llamado del santo para desdecirle su supra humanidad; luego retoza, del que nada, en palabras frías de las piedras frías que reciben. Ambos abren sus cámaras con diferentes designios. Uno: cuestiona la nula posibilidad del intento, como un relato crónico del desahuciado. Otro: resalta el llamado del sol en el amanecer, en el mar que se resbala y se siente perfecto y duro… Ж Gabriel Zaid afirma, en «La efectividad poética» de La poesía en práctica, la ex istencia de cuatro formas en el arte. La del «método moderno» -una- que entrevé más allá a pesar de cerrar la ventana. La del «método romántico» -segunda- que coqueta, sugiere entreabrirse. La del «método clásico» -tercera- que muestra un misterio más allá, patente, inagotable, inviolable con todo y ventana abierta. La que no es nada, no pertenece a nada, porque no tiene ni ventanas, ni escaleras, ni cámaras ocultas; es simple objeto del arte, no por ello despreciable aunque tampoco real y único representante del arte moderno».[2] Para el caso de Saramago y Pérez-Reverte, luego de afirmar que la obra de arte es más que ella misma, representan, en el tono iniciático, un mundo que se revela, iluminado por estos modelos que se mezclan en cada palabra. Tanto en Manual… como en Pintor… la clave del secretismo está en encontrar, descubrir. Pensar es revelar [triste nostalgia]; pero nada de eso tiene una razón. Ambas novelas revelan con una voz iluminada, porque nacen del paradigma liberador del lenguaje. La expresión que quita la opresión; que abre su cielo para integrarnos, darnos aún después de la imaginación. Así, volviendo a la hipótesis de Vargas Llosa, en las dos novelas encontramos la distancia que una en vez de separarnos. El lugar feliz del iluminador encuentro, que se revela.[3]
[1]José Saramago, Manual de pintura y caligrafía, México, Santillana ediciones, Colección Punto de Lectura, 2007, p.9.
[2] Cfr. Gabriel Zaid, «La efectividad poética» en La poesía en práctica, México, FCE, Lecturas Mexicanas 98, 1985, pp. de 40 a 51.
[3] Cfr. Zaid, 1985, p. 110 a 121.

lunes, 19 de octubre de 2009

[·R··2·]

[·R··écriture·]

En Cartas a un joven novelista, Mario Vargas Llosa afirma que la gran novela se tiene desde las primeras líneas. Dice, por ejemplo, que su grandeza la podemos intuir o escuchar o sentir porque su inicio es contundente y mágico.[1] Cervantes nos llevó a vuelo en su Don Quijote… partiendo «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme […]»,[2] Rabelais con sus Gargantúa y Pantagruel, nos desconectó de los convencionalismos cuando nos hizo sus
Amigos lectores que este libro leéis,
Renunciad a toda afección,
Y al leerlo, no os escandalicéis […][3]
Dante en el infierno de La divina comedia nos angustia con un futuro sombrío que «A la mitad del viaje de nuestra vida, me encontré en una selva obscura por haberme apartado del camino recto».[4] O, el Pedro Páramo de Rulfo nos anuncia la llegada de quien ignora todo cuando, como en voz cansada, dice: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre […]»[5] Todas estas novelas se caracterizan por esa «función motivadora» que aflora desde el inicio; como guía. Ж Cada línea marcada es la entrada al templo donde el lector se vuelve [me vuelvo-te vuelves] el iniciado en un rito, nuevo, secreto, mágico e impredecible. Rito de iniciación, único, en cada lectura. Rito iniciático en cada lector. Rito que inicia en todo libro. Rito que envuelve o arroja. Rito, que en secretismo, inserta y ahonda en/con tonos, claves, señas, desde su principio. Cuando el novelista dicta desde su trono, como gran maestre, el grado del lector es dado. Si te atrapa, la novela te será por siempre. Si no, entonces, la edad metafísica no corresponde a la esperada en tu evolución profana: expulsado del paraíso, con Adán desnudo.


[1] Cfr. Mario Vargas Llosa, Cartas a un joven novelista, España, Planeta, 1997.
[2] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, España, RAE, AAL, Española, Santillana editores, 2004, p. 27.
[3] François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, México, Brugera ediciones, 1977, p. 55.
[4] Dante Alighieri, La divina comedia, México, Ediciones selectas, 1982, p. 11.
[5] Juan Rulfo, Pedro Páramo, México, Planeta, 1987, p.7.

sábado, 17 de octubre de 2009

[·R··I·]

Los profesores saben,
pero suelen callar sobre éste y otros temas
Javier Acosta en «Vida sentimental de la secoya»
[·R··une lumière·]
Revelar es velar dos veces. Revelar es velar: ver y cuidar. El que vela es el que cubre un secreto o cualquier cosa, así este enigma o cosa cualquiera aparecerá ya como misterio, ergo cela. El que vela, así mismo, es el que resguarda o vigila: individuo, ser, animal, ente, que va por los caminos ocultos para dar luz o hace ronda para bien del sueño o compañía en la enfermedad o el dolor o el sexo placentero. Revelar es la dislexia que nos atrofia: ya la palabra dichosa en su tiempo proferida, ya denigrada al pronunciarse insulsamente. En la bifurcación, es la otra posibilidad. Es, escribe George Steiner[1] en Los logócratas, hallarse en el paradigma de ver con los ojos propios de la poiesis humana a la poiesis divina.[2] En apariencia, no existe novedad en la formula agustina de la moral humana frente a la suprema moral divina, sin embargo subyace el tema de la iluminación.[3] Fórmula iluminadora, que provee caminos y secretos, dadora de silencios y voces: suma revelación. Suprema poiesis que todo lo ve, lo oye y lo niega, visto ya en los trazos de El sueño y su resentimiento de Benjamín Domínguez.[4] Ж Revelar es enfrentar la poiesis humana con suprema moral; presenciar el «alumbramiento» heideggereano.[5] Es, pues, la iluminación; lo que se alumbra, lo resplandece por designio o provee centella. Es abolir el cendal; irradiar en aquello [lo que se desea], fulgurar parcialmente, dar luz o imagen que ansía. Octavio Paz[6], en La revelación poética, es tácito: «Cada rama del árbol habla un lenguaje que no entendemos; en cada espesura nos espía un par de ojos; criaturas desconocidas nos amenazan o se burlan de nosotros […] la naturaleza se repliega sobre sí misma y el mar se enrolla y se desenrolla frente a nosotros, indiferente; las rocas se vuelven aún más compactas e impenetrables; el desierto más vacío e insondable. No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma. Y de este sentirnos nada pasamos al estado opuesto: el ritmo del mar se acompasa al de nuestra sangre; el silencio de las piedras es nuestro propio silencio; andar entre las arenas es caminar por la extensión de nuestra conciencia, ilimitada como ellas; los ruidos del bosque nos aluden«.[7] La revelación, acto puramente humano de saciedad divina, es hecho fundamental del ser; parte de la conciencia tácita de la propia existencia. Nada y todo se revela sin antes distinguir qué está oculto. Para revelar –primero- se indaga el arcano: el conocimiento es un develamiento mismo, frío, pesado y nostálgico, que se descubre ante nuestros sentidos atónitos. Ж Paz –segundo- ejemplifica la revelación en un bosque que habla un lenguaje postergado e incomprensible, con ojos que asechan sin topar la mirada que penetra y, que, por arte de magia, del deseo, de la búsqueda, del afán de saber, de pronto se despliega majestuoso. Vuelvo a la referencia: «No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma» para después afirmar que «[…]los ruidos del bosque nos aluden». En ese «No somos nada», «existencia cerrada» y «ruidos que nos aluden» se encuentra la revelación luminosa. No ser ante lo que no se muestra, se envuelve cegado, y sin embargo sólo somos alusión en cuanto el exterior, dice. Tercera persona, además, que haya la revelación poética, no en las primeras: ni del yo ni del tu. Una generalidad que vemos, en nosotros en cuanto al todo, sólo en la alusión comprensible. Ж -Tercero- Stephane Mallarme,[8] en «Aparición», escribe:
La luna se velaba. Serafines llorosos
con el arco en los dedos, adolorida el alma,
pensaban en la calma
de las dormidas flores de tallos vaporosos.[9]
La luz se vela en la oscuridad. Ni alude, ni minimiza, ni cierra; es el tiempo que se desnuda para doler, para dormir y para mudarse. Es el ciclo natural que se viste y desnuda. Que del estado material, «luna» tangible, se metamorfosea en vario cambio: del mágico «[…] Serafines llorosos» al sensible, «[…] adolorida el alma» que fue, para llegar al volátil «[…] de tallos vaporosos». La «calma» es el verbo clave: no el silencio sino, en todo caso, el «ritmo del mar» que alude al canto: el decir de Orfeo que, introvertido, corre el velo. Ж Ezra Pound[10] –cuarto-, en «En una estación del metro», redacta:
La aparición de estas caras entre la muchedumbre;
Pétalos en una rama húmeda, negra.
[11]
«La muchedumbre» y «negra» son los elementos que se suman. Uno, el rostro sin personificarse; la individualidad generalizada de varios perfiles; su categoría es la humana. Otro, calidad visible o la imagen pintada; ahora es negra, no oscura, ni grisácea, ni lóbrega. El tono del verso es mágico, en cuanto que «aparece» de su no estar, nocturno, humano y, quizá, de quebranto. Ж Revelar, ergo, es iluminar. Su contenido mágico-esotérico se da como un acto; parte del advenimiento. Su estar ahí, así-luego, también es un trance denunciado, similar al de los marineros en medio del mar -«No somos nada frente a tanta existencia cerrada sobre sí misma» [Paz]-, que de pronto se encontraban maravillados por esas sirenas y su canto providencial ­–la poiesis humana frente a la poiesis divina [Steiner]-. Ellas, seres míticos se revelaban -«La aparición de estas» [Pound]-, surgiendo entre las olas, sobre algunas rocas o en el avistamiento del archipiélago -«y el mar se enrolla y se desenrolla frente a nosotros» [Paz]-. Luego, en su canto, los hombres -«caras entre la muchedumbre» [Pound]- caían presa de la cadencia y los silencios: compás y quietud -«el ritmo del mar se acompasa al de nuestra sangre» [Paz] en «adolorida el alma, / pensaban en la calma» [Mallarme]-. Ellos, nosotros, que no podían más que sucumbir ante el delirante Orfeo nublaban -«en una rama húmeda, negra» [Pound]- la vista de los desdichados.
[1] George Steiner, nació en París el 23 de abril de 1929.
[2] Cfr. George Steiner, Los logócratas, traducción de María Condor, México, F.C.E., Ediciones Siruela, 2007.
[3] Cfr. C. C. Martinadale, «A Sketch of life: St. Augustine» en Saint Augustine, His Age, Life and Thought, Meridiann Books, New York, 1960. Y, Étienne Gilson, Introduction à l’étude de saint Augustin, Vrin, París, 1943.
[4] Cfr. Benjamín Domínguez, El sueño y su resentimiento, Óleo sobre tela, 130 x 150cms. La obra es parte de una colección privada, sin embargo la «Revista de la Universidad de México» le dedicó un reportaje gráfico, el cual puede verse en: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4307/4307/pdfs/43reportaje.pdf
[5] Cfr. Martín Heidegger, El ser y el tiempo, Traducción de José Gaos, México, F.C.E., 1986.
[6] Octavio Paz nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914 y murió en ese mismo lugar el 19 de abril de 1998.
[7] Octavio Paz, La revelación poética, México, Ediciones Elaleph.com, pp. 3 a 4. La
[8] Stéphane Mallarmé nación en París el 18 de marzo de 1842 y murió en ese mismo lugar el 9 de septiembre de 1898.
[9] Stephane Mallarme, «Aparición» en Poesía francesa. México-Cuba, El caballito ediciones, 1973, p.26.
[10] Ezra Pound nació en Estados Unidos el 30 de octubre de 1885 y murió en Venecia, Italia, el 1 de noviembre de 1972.
[11] Ezra Pound, «En una estación del metro» en Seis poetas de lengua inglesa, México, SEP-Setentas, 1976, p.21.

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