«Bookshelves, Study
for “Edmond Duranty”» por Edgar Degas (c.
1876)
La Azotea, a
la Lista de las desaparecidas
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Edgar A. G. Encina
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Texto publicado en el suplemento cultural La Gualdra
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A mediados de noviembre del 2016
compartí un conversatorio con Esther Cárdenas, Anna María D’Amore y Héctor
Ávila. El evento, organizado por la Asociación Otoño Editoras y Editores a.c. y la Comisión de Igualdad entre los
Géneros de la lxii Legislatura del
Estado de Zacatecas, se realizó en el vestíbulo del Congreso y tuvo el
propósito de hablar de libros. Entre las cosas que se dijeron, Cárdenas habló
de los retos que tienen los libreros en un mercado donde las lecturas
electrónicas ganan terreno; D’Amore dijo de los traductores, las traducciones y
los prejuicios editoriales respecto de ellos y su autoría; Ávila fue
institucional y subrayó el trabajo del Gobierno por fomentar la lectura y, su
servidor habló de librerías y bibliotecas y lectores.
Allí,
a propósito de estas líneas, Esther Cárdenas, propietaria de la librería
André-a y presidenta de la Asociación de Libreros, dijo que en Zacatecas
existían nueve librerías formales, sin contar otros puntos de venta como
centros comerciales establecidos. Nueve librerías que puedes ver de vez en
cuando en el Portal de Rosales. Nueve librerías y nada más. Nueve librerías que
estaban por sortear una de las temporadas más bajas para las ventas o, recapitula
lector, ¿cuántos libros obsequiaste o te regalaron en las fiestas navideñas?
No todas sobrevivieron
al invierno, a pesar de que este ha sido extrañamente cálido.
No
todas han sobrevivido.
El
recuento de caídos inició este 1 de enero. La librería La Azotea bajó sus
cortinas. Su administrador, Uriel Martínez, alega que las ventas del ’16 fueron
a la baja, que la renta lo ahogaba, que hacienda lo exprimía, que sus vecinos
en la avenida San Marcos poco ayudaban y que los ahorros se terminaron. La
desventura recae en que ésta se especializó en ofertar títulos editados por
universidades nacionales, permitiendo cierta actualización docente, fomentando
la versatilidad cultural-intelectual e inspirando el contacto académico entre
pares.
En fin, que ha sido el
fin.
Es bien sabido que
administrar una librería es una aventura. De la experiencia hay varios títulos
y la reflexión es la misma. Quizá continuemos encontrando a Martínez por las
calles y las oficinas del centro de la ciudad, con su típica bolsa cargada de
títulos más o menos recientes. Con el cierre de La Azotea, Cárdenas deberá
contar ahora sólo ocho. Sin embargo, la ciudad no pierde del todo. Pensemos en
esos oficios que sólo en el centro son posibles; el de ofertador bibliográfico es uno de estos y –creo- Uriel el último de
su especie.
En fin, que ha sido el
fin.
Pero, no del todo. En
este país que da la sensación de ser un puzle
desprendiéndose, pareciera que una librería de menos no es la mayor de las
tragedias. Sin embargo, lo que perdemos no es una tienda, no es un abarrote;
no. Es una Librería que cierra y la pérdida es también del espíritu; si una
biblioteca es el reflejo culto de una ciudad, la librería es el reflejo
aspiracional de esa cultura en una ciudad que no siempre parece tan culta.
En fin, que ha sido el
fin.