sábado, 29 de octubre de 2011

Del mal al que Carrasco aprendió a curar en el mítico Oriente

Un cura -sustancial- para la enfermedad -primordial-

Te has enfermado. Es inevitable. Si estás aquí o lees estas palabras la toxina ya vive en tu cuerpo. Debes escuchar o la muerte con una bolsa de sífilis, gonorrea, gripe venezolana y drogas de mala calidad te visitará en cuanto des la vuelta. Deberás tomar las indicaciones igual a las pastilla que te dio el médico para no embarazarte o para quitarte ese dolor que te impedía la movilidad. El comprimido es más grande de lo acostumbrado; tragarás fuerte. No garantizo jarabes con sabor a cereza u olores frutales; serán espesos, rasposos. Quizá las inyecciones te dejen dolorida la nalga y tengas que maldecir a la enfermera. No es culpa de ella. Los costos parecen bajos; no te confíes. Sobrevendrán rebotes, luego no habrá seguro médico que las costee. Cada recaída será mortal. Sólo caballitos de tequila, breves sorbos de mezcal, enormes cantidades heladas de cerveza o algún selecto whiskey por la tarde podrán engañarte, hacerte creer que la enfermedad cedió; es el placebo corroyendo tu hígado. Creerás que ya has tomado la medicina, que estás a salvo. No es así. Es un virus contagioso, crónico, insalvable, terminal; aparece una y otra vez, fuerte, tan duro que no habrá calor en las sábanas que alivien el pesar. Luego de infectado, el paso de regreso es irrealizable. La pandemia asedia. Todos, todos, han enfermado.
. Dicho lo anterior, la ciencia, las religiones, los investigadores, los brujos, tienen una fórmula, tan secreta, tan hermética, tan mística, que sólo los iniciados la reconocen. Así, acomete lo siguiente.
. Haz un alto. Apaga la televisión. No enciendas la computadora. No te dejes seducir por los ritmos de la música que palpitan dentro. Lucha. El esfuerzo deberá ser supremo. Manda al más recóndito lado de la razón o del subconsciente los ruidos que te acechan. El tono del mensaje o de la llamada entrante en el celular no importa, si fuese trascendente estarían aquí, ahora. Abandónate a tu íntima soledad. No permitas que la memoria te avasalle. Tus corridas infantiles, tus aventuras adolescentes, tus amoríos juveniles, tus tropiezos, no importan. Nada importa. Sólo tú. Ahora, obsérvate rodeado de ti mismo. Solo. Los muebles tienen tu toque. Las personas que te rodean son clones tuyos, imperfectos por una seductora falda o la cabella larga o un pantalón ajustado; por unas cejas pobladas, unos labios maltratados o una loción que te marea. Descúbrete en el mundo y desconfía. Desconfía con temeridad, del porqué es tú y te engaña queriendo ser tú.
. Ahora ve lo que el maestro Emilio Carrasco ha pintado. Una sigilosa y furtiva pócima te depara viendo la «Memoria de oriente». Es un ungüento a las cansadas almas, untado con la mirada del autor. Las indicaciones son tajantes. Intenta detenerte en algún detalle. Fíjate en las líneas danzarinas. Es una mujer que baila y se reproduce, como tú en los demás. Es un cuerpo femenino que se contonea en ritmos tenorios; lento, callado, para ti. Al tiempo, las impresiones te destantean; confundido ves rostros o empalmes. Dudas, pero no puedes suspender. Dudas y sigues. Su cadera se ensancha, se adelgaza; saboreas la sal de su sudor en los labios. Sus senos se levantan, son más robustos o pequeños. Su cintura se alarga, junto con esas piernas que parecen gritar tu cercanía, para luego cerrarse, piernas y cintura, hasta ser un trazo señero. Empótrate en los colores. Pretende descubrir su lenguaje. Escucha lo que se dicen entre ellos y los susurros que te pellizcan el lóbulo de las orejas. Son cachondos, juiciosos y respetuosos. Son lo que dicen; que un tono se lee en la tranquilidad, que otro para la sabiduría, que ese es para el amor y aquel para ocultarse en las noches. Son lo que dicen, pero a su vez no tienen límites en su haber. Son para eso; para animarte el espíritu, para darte un breve respiro en la cotidianeidad, y la cura de un virus que se traga en enormes sorbos tu sangre.
. Carrasco tiene una cura, por lo menos una más duradera. El medicamento que nos vierte penetra y suerte efecto con las mismas capacidades al mal que combate. Entra por los ojos y la piel. Se escabulle similar que amante temeroso de ser descubierto. Baña el cuerpo y su veracidad mora en las veces que te detienes a observarlo. Debes poseerlo. Si en algo estimas tu salud, pregunta cómo conservarlo. La boticaria, acá galerista, se hará de la vista gorda y no te pedirá la receta; al fin y al cabo estás desahuciado. Decídete por uno de sus cuadros, como con el antigripal al que recures para no dormitar por el día. Todos contienen la cura. Fueron pensados para aliviarte los más indescriptibles de los dolores conocidos. Es difícil que halles esto en otro lugar. Es pintura hermética-mágica-mística; aprendida-aprehendida en el oriente con los saludos, el reconocimiento y los ojos alargados; proviene de antiguas técnicas, del viejo manejo de los inventores del papel, de los iniciadores del antiquísimo secreto del traspaso de las ideas sustanciales. Esta obra contiene la velación del profundo respiro, de la insoldable memoria del tacto; de lo impronunciable y profundamente propio.
. Sin embargo, tengo una última cosa que decirte. Se conocen algo de los síntomas. Se sabe poco de cómo combatir ese sufrimiento. Aún se ignora una fórmula real de sanación. Ora, medita, paga tus cuentas y voltea a Oriente; quizá ese sol que nace tenga el secreto por las mañanas. Haz el amor, toma bebidas espirituosas y peca como nadie; ten en tus paredes obra de Carrasco; apréciala porque ya tiene tus secretos, la irreverente fuerza del creador hecho que sigue atreviéndose y la cura para sanarte en las afecciones, que no lo sientes pero ya han empezado por mordisquear tu corazón. Luego, seguirán tus ojos.

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