Las Portadas de libros de Richar Baker
Edgar A. G. Encina
Una versión de este documento fue publicada en la revista Gaceta Universitaria de abril
He
descubierto el trabajo de Richard Baker (Baltimore, 1959) en una tienda
de accesorios para casa, durante las vacaciones de Pascua. Premeditadamente
acudimos al negocio ubicado en el que puede ser el centro comercial más grande de
Ciudad de México y de la América hispana. Iraís, mi esposa, buscaba una edición
en oferta de La Boule que Villeroy & Boch diseñó como juego de vajilla
en siete piezas. Mientras ella veía la posibilidad de llevarse una que mezcla
colores negros y blancos, yo andaba los pasillos. A cada paso que daba lo hacía
con cuidado, temeroso de tropezar con algún set de Harcourt o de tentear
algo de Krosno o de Saarum.
En
ese mar de lámparas, juegos de vasos y copas, de banderines y sets de no sé qué
infinidad de artículos decorativos, apareció sobre una mesa de centro Beverly una
caja que ponía Classic Paperbacks Memory Game. Paintings by Rchard Baker (Princeton
Architectural Press, 2020). A juzgar por mi temeroso recorrido, aquello era lo
único allí del mundo de los libros, además de los costosos libreros de Jafer, Casa
Armida o De Toro Mu. Levanté el objeto para sopesar de qué iba y cuando lo
tenía a la altura del pecho Santiago, mi hijo, espetó: «¿Qué haces? ¿No sabes
que aquí es ver y no tocar?». «Esto me habló, respondí, y mira, no es tan caro
como todo lo demás. Me lo llevaré». No aprobó la decisión, pero quiero pensar
que lo hizo más por hambre que por otra cosa.
Luego fuimos a comer y regresamos al hotel. En ese lapso busqué por la internet
quién diablos es/era Richard Baker. En castellano poca cosa. Algunas
referencias de autores traducidos al castellano que hablan de su labor, pero
poco. Parvadas de aves que se desintegran. Apareció un homónimo, autor de una zaga
titulada Corsario dedicada al público juvenil, interesado en historias
de piratas o aventuras de mares embravecidos. De nuestro Baker apenas descubrí
que inició pintando bodegones y en el ambiente anglosajón goza de fama por sus esculturas,
óleos e instalaciones representacionales inspiradas en las portadas de los
libros que le han influido; que su trabajo se oferta a través de las Galerías
de Arte de Albert Merola y Tibor de Nagy. Al parecer en México es un desconocido.
La
trayectoria de Baker encontró, desde la década de 1990, en esta definitoria
expresión artística su sello, el cual le ha llevado a formar parte de distintas
colecciones norteamericanas y europeas e impartir cursos en las más prestigiosas
universidades de occidente. Esa pequeña arca, más allá de ser un afiche de
colección, me es útil para releer a Gérard Genette, cita primaria y obligada
para teorizar en torno a los paratextos. La obra contiene, al menos, tres elementos
sustanciales de interpretación: estatus pragmático en la forma
direccional de comunicación, la sustancia de orden textual y el aspecto funcional
que aporta cierto grado auxiliar accesorio al libro. El elemento retratista,
desde mi enfoque, no dista de las funciones complementarias que realiza cualquier
portada de libro, las cuales son atracción de público y presentación de obra
(título, autor, editorial). Si usted ve, por ejemplo, la pintura de Poetry a
moder guide to its understandign and enjoyment de Elizabeth Drew se
preguntará, al menos de primera instancia, la calidad y los alcances del libro.
La diferencia aquí es que el cuadro es mucho más grande que el libro y por ende
más espectacular. Luego, el poder sensible del arte aquí se multiplica.
Nota histórico-contextual.
Fue
hasta mediados del siglo XV que se estandarizaron los libros con portadas. La
historia del libro situó al calígrafo alemán Peter Schoeffer (1425-1503) como
el primer diseñador de portadas. Schoeffer trabajó junto a Gutenberg en aquel mítico
taller de usos móviles. Después se popularizó la utilización de grabados de
madera para decorar los bordes e interiores de las portadas. Quizá las grandes
transformaciones ocurrirán en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las
portadas comienzan a presentarse de forma austera, y con el siglo XIX, que enfocó
gran parte de sus energías en la creación de tipografías. México no es la
excepción, la Historia crítica de la tipografía en la Ciudad de México (Palacio
de Bellas Artes, 1934-35) de Enrique Fernández Ledesma prueba la tesis. El
siglo XX se caracteriza por la incursión de artistas en la conformación de
portadas; una revolución visual se dio en toda la centuria. Basta ojear los
distintos estudios en materia de cultura gráfica que se producen en las
universidades para descubrir esa pluralidad de estrellas en el universo
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