martes, 6 de septiembre de 2011

Del antiguo oficio de las tejedoras

«Lugar visto y Escuchado», los telares de Patricia Dunn

Los tapices de Patricia Dunn [New York, 1944] son herederos de los secretos que alguna vez la mítica Penélope guardó en su telar, deslizándolos en cada hilo, mientras esperaba la llegada de Odiseo de la Guerra de Troya. Igual que la hija de Icario, rey de Esparta, cada uno de los hilos que recorren el telar fueron pensados, meditados, sometidos a intensos sueños, subyugados a las vacilaciones del carácter femenino. De la misma forma que la reina de Ítaca fraguaba los colores, la densidad, las necesidades y las combinaciones materiales; todas las imágenes fueron maduradas, catadas, fantaseadas y vueltas a divagar. Como la madre de Telémaco, la suerte de cada día habrá de caracterizar las formas del trabajo; con algo de fortuna podremos ver un rojo chispeante inspirado en la lengua canina.
. Los tapices de Patricia Dunn corren con mejor suerte que los de aquella Penélope, que tuvo que soportar a hombres consentidos, llenos de excesos. Sin esperar el paso del tiempo y el designio divino para caer en el mito, los hilos de la neoyorkina no desaparecen por las noches. Elaborados originalmente desde la esperanza de la vuelta, de la paz, del bienhacer; representan, a su vez, el secreto de la fidelidad al tiempo, al viento, a los colores, a la vida que corre en oleajes invisibles frente a las mareas que nos arrebatan. Igual a los tiempos de Odiseo, colgados ahora sobre las paredes, quizá descubramos algunas formas nostálgicas o charlas de amigos que vaciaron la cafetera; es probable que las materias nos remitan a los sueños que nos arrebatan o las pesadillas infantiles. Son colores, son texturas, que alguna vez nos fueron, sin reservas.
. Los tapices de Patricia Dunn poseen símbolos ocultos, voces que creímos olvidadas. Las siluetas son el tema que se repite constante, a la manera del eco subliminal dejado por el ding dong de las campanas. Destejido en el preámbulo de la creación, sus lenguajes aparecen de apoco, para cantar o gritar o susurrar momentos simples que recargan la existencia. Son retratos de paisajes. Son cuadros que juguetean con los elementos de la naturaleza; ya una rama, ya un aroma, ya una piedra original. El primer paso del ritual son los paseos por el Cerro del Grillo: el mundo que da licencia para su descubrimiento. Luego, en el taller de su casa, en el telar que recorrió los caminos de Norte América, prepara los materiales, tiñe a mano la seda, la lana y cerca la urdimbre con lino: la magia para dominar los mundos es el secreto de esta iniciada.
. La fuerza motora para tejer son sus paseos. El incentivo es vivir con las cosas más simples y cruzarlas en los hilos que quedan arriba, que se destellan abajo, que se ven marchando en varias dimensiones. Todas las mañanas, acompañada por su perra «Mina», deambula los caminos trazados por otros pies similares a los suyos; unos que vagabundean en busca de la tranquilidad. Sus pasos la transportan al umbral que ausenta la ciudad de los pensamientos, al caminar que ejercita el cuerpo dando respiración azul, profunda, al espíritu. Mientras esto sucede, los ojos buscan entre las ramas, las piedras, los árboles, las hiervas saltadoras. Para Dunn todo es breves siluetas que emanan, líneas que decoran el espectro de la obra, colores únicos elaborados ad hoc.
. En su «Declaración de artista» [www.patriciadunntapestries.com], Patricia Dunn dice que su inspiración viene del mundo. Afirma que la poesía, la música, la literatura, las charlas cotidianas, los paseos son su punto de creación. Le basta estar alerta con lo que le asedia para reproducir en sus tapices y esculturas cada una de esas experiencias vitales. Con un telar de sesenta pulgadas de ancho, el lino es la urdimbre; el secreto oculto que subyace para soportar el engranaje interno y externo de toda obra. Por su lado, la lana aporta la textura y la calidez a los tejidos; si algún elemento refiere al humano quizá lo sea este por su templanza y carácter. La seda brinda una superficie reflectante que contrasta; es la luna y el amanecer, los tiempos que en un momento parecen confundirse en el cielo. El alambre de cobre es el elemento recio y soportable; una aguja que cose los detalles para bordear la estructura.
. Los tapices de Patricia Dunn no sólo recogen el secreto mítico de Penélope, también son una fuente de pequeñas verdades que parecen solas. En la reflexión de su obra lo primero que gusta son los colores y los materiales; no hay duda que ese carácter primario, a veces demasiado palpable, puede dejarnos quietos, tal vez sobre impresionados. Sus temas y sus claves nos seducen al momento: encontrar las siluetas, traducir las líneas que se levantan, interpretar los tonos dominantes, dejarse abrazar por ese rojo chispeante que terminó por seducirnos. Si un material se vuelve opaco. Si una textura sale a iluminar la sala. Si una textura que provee calor. Si, siempre un sí que nos cuenta una historia, tan humana como la de cualquier otra, sólo que contada por Dunn.


El trabajo de Patricia Dunn se exhibe en este momento (agosto, 2011) en la sala principal de la galería de arte contemporáneo «Irma Valerio» [www.galeriasirmavalerio.com]. Se encuentra preparando la exposición «Lugar: Visto y Escuchado» para el Centro de las Artes de San Luis Potosí [centrodelasartesslp.gob.mx], en el mes de septiembre. Su biografía se resume a títulos universitarios, en Español, lengua y literatura, en SUNY Plattsburgh [www.plattsburgh.edu], un posgrado en la Universidad de Colorado [www.colorado.edu] e innumerables exposiciones públicas y privadas, además de aparecer en varios libros, catálogos y más publicaciones. Su vida se relata desde una granja lechera en el estado de New York, el tiempo en Colorado y la estancia en Zacatecas. Este abstrac es frío e infiel, pues la vida y el carácter intenso, desosó y cargado de ánimo de la artista rebaza por mucho la frialdad del currículo hecho resumen.

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