Breve y Soberbio texto que para leerse en el «Festival de semana (no)Santa» o «Fénix Festival».
Edgar A. G. Encina
Que se joda la trama. Lo que hay que capturar es la sensación
de estar vivos. Prefiero seguir la astilla del pensamiento que trazar la secuencia
lógica de unos hechos.
Jenny Offill
entrevistada en The Paris Review
citada por Enrique Vila Matas en El país.
En las paredes del
bar colgaron quizá una veintena de fotografías, todas a/en blanco y negro.
¡Tremenda idea! Aún con que fueron casi imperceptibles, fatigaban. Luego que
las cambiaron, ahora por unos «cuadritos» de los que reservo opinión, las
paredes han medio renovado su estatus. Aún con que la parcialmente restituida
dignidad de cada ladrillo y de la mezcla que les une, el trabajo del albañil y
del yesero noventero ha vuelto a una
posición honorífica no repuesta del todo. ¿Qué pasó por la mente del
administrador del local? ¿Cómo le habrán vendido la idea de que colgar
fotografías y fotografías en blanco y negro, vestiría el establecimiento de
cierto prestigio o cosa alguna? Cualquiera que haya sido el motivo, cualquiera
que haya sido el mérito del fotógrafo o de su promotor, compadecí a la chica
que hace de barman y al tipo que siempre le vigila disfrazado de ayudante.
Pobres de ellos y de su infortunada alma. De verdad pensé, «pobres». Aquí,
tarde a noche, noche a amaneceres, soportando esos manchones. Quizá hubiera
sido mejor la marca de una chancla asesina persecutora de moscas e insectos o
la permanencia de aquella toalla estampada con el puma que atraía despistados y
muchos, muchos borrachines. Pobres de ellos que su espíritu ha sido mancillado
sin una gota de estímulo monetario que les permitiera sobrellevar la mirada
sobre esas espantosas fotografías.
Y sí, esto es en contra de los fotógrafos. Y sí, en especial en contra de
esos fotografines del blanco y negro. Mejor es el plagio que hizo el diseñador
que publicita este evento. Mejor es el plagio que hizo el diseñador que sin
darle crédito a sus pares se hizo el simpático. Mejor, porque simpático lo es. Aquellos
van por ahí, clavando la suela del zapato para hacer ruido, haciéndole al
Leviatán, con su carpeta por todos lados. Esos que sin respetarse terminan por
mostrar su «trabajo» desde la pantalla del celular, afirmando que ya las
imprimirán pero que por ahora así, así se ve lo que quieren... ¡Santo Apóstol
de los adjetivos!, ¿qué tienen en los ojos estas personas? ¡Santa Virgen de los
puntos suspensivos!, ¿qué tienen en los ojos esas personas que cercenaron sus
conductos neuronales?
Mitchel en su Teoría de la imagen
advierte que el reinado de la imagen trae, con peligro rabioso, mentes confusas
y ojos obnubilados.[1]
Los fotografines del blanco y negro constatan la profecía a manera de teoría. Sí,
sus fotografías son imágenes pero hasta allí. No vienen de ningún lado. No van
a ningún lado. Son nada. El viento polvoso de esta ciudad les corre su olvido.
Impresas o en la pantalla del computador o del celular son nada. Aún cuando muestren
niños llorando o episodios sangrientos o edificios en ruina o piel y más piel,
o esto y aquello, son nada. Colgadas sobre la pared, museografiadas y/o
curadas, son nada. Ni una historia. Nada.
El blanco y el negro tienen su lugar. La historia del grabado narra
imponentes siluetas delineadas por el color negro que le hicieron esencialmente
el tono de mayor abstracción existente en el arte. La historia de la fotografía
recuerda el sepia y nos actualiza con pasmosas impresoras, cuasi milagrosas, que aprovechando la mejor era del papel y del
color hacen maravillas sin importar el equipo de origen. Si la fotografía
progresó hasta el suelo que pisamos, si lo hizo con tal gama de colores y
brillos, si todos somos hacedores de ella, porqué rebajarle el sentido,
limitarla y obligarla a vivir en una habitación prestada de la que siempre han
querido echarla, encarcelándola en un inicuo cuartucho oscuro.
Pierre
Bordieu escribe que la fotografía es «Art moyen o el arte intermedio».[2] Art moyen colorido, que aún en sus
inicios le niego ese auto asumido imperio monocromático, concedido con excepción
sólo en los libros y por una inalterable e interpretable necesidad de
establecerse así, allí. Consiento esa fotografía que pinta en los libros, compañera
de la palabra que va para engarzarse en un el lenguaje más, servida para contar-testimoniar
historias, la realidad u objetos.[3]
Consiento la fotografía como ilustración que actúa en la precisión de las ideas
estéticas, impuesta por el autor y su medio gráfico y que se impone valores
originales de reproducción, relevantes-elementales, como el color, la escala,
el estilo, la factura, la textura o las cualidades matéricas.[4]
La fotografía
perpetúa lo que está condenado a desaparecer, el instante. Lo congela y así
permite detallar el movimiento, el acto. Aísla lo que pertenece a un conjunto
vital, aun cuando el fotógrafo componga una secuencia o una serie. Lo que queda
fijado dentro del marco de su mirada ha sido descontextualizado de su
naturaleza y eternizado.[5]
El negro sobre el
blanco le pertenece sólo al Arte y a las palabras. El negro acentuado e intenso
sobre el blanco es potestad sólo del Arte, con «A» mayúscula y sin
intermediarios. El negro sobre el blanco es potestad única de las palabras sobre el papel. El
negro con blanco como el que hacen esos fotografines no existe, acaso es sólo un juego de grises, que me lleva a dudar de
su nivel imaginativo, a cuestionar su creatividad, a poner en tela de juicio
ese «mecanismo funcional» que
perpetúa, congela y detalla un acto vital eternizado.
Así que venga, administrador del local, descuelgue lo que queda de esos
manchones o, en su caso, indemnice a los parroquianos con una ronda a cuanta de
la casa.
[1] Cfr.
W. J. T. Mitchel, Teoría
de la imagen. Ensayos sobre representación verbal y visual, Madrid, Akal,
Estudios Visuales, 2009.
[2] Cfr. Pierre Bourdieu, compilador, La fotografía: un art intermedio, México,
Nueva Imagen, 1989.
[3] Cfr. Carlos Martínez Assad, «El
diseñador de libros» en Revista de la
Universidad de México, México, Nueva época, Número 99, Mayo 2012.
[4] Cfr. Ivnis Jr. William M, Imagen impresa y conocimiento,
Barcelona, 1975.
[5] Doménico Chiappe, «Fotografiar todo aquello
que desaparece» en Letras Libres,
Edición España, «Artes y Medios», Marzo 2014, p. 68.