Uno, dos y hasta tres explosiones. Tres explosiones
fueron las que se escucharon. Las personas que vivieron en las proximidades lo
atestiguan. Después, el fuego. Al final, todo se vino abajo. Tres explosiones que
advertían que algo ocurría. Algo malo, sin lugar para las dudas. Luego de la
tercera, muchos optaron por salir de sus casas y buscar la fuente de tales detonaciones.
Era el Palacio de gobierno en Plaza de Armas. El fuego se elevaba. El calor era
intenso. ¡Se quema el archivo!, gritaban al dar en cuenta con el origen. El
baile de las llamas que cambiaban de un fúlgido amarillo por un arrebatador rojo
se elevaba intensamente. Prestos, los pobladores se organizaron. Formaron
cadenas humanas que salían o entraban, según se vea, de casas cercanas hasta
las proximidades del edificio. Cubetas de agua iban. Gritos alentadores volvían.
Era la solución inmediata, no había otra manera de palear esa contrariedad.
Mientras tanto, a poco más de 120 kilómetros, los bomberos de Aguascalientes
aprestaban el viajar. Nunca se habían hecho preparativos para contingencias
como esta. Nunca se pensó que algo de ese tamaño sucedería. Nunca. Aquí no pasa
nada, por qué esto cambiaría.
Cuando los bomberos arribaron,
luego de más de dos horas de viaje, encontraron una población entusiasta pero
agotada. A pesar de llevar más del par de horas combatiendo el fuego, este no
menguaba. El calor sofocaba. El brillo del fuego enceguecía. A punto de
sentirse derrotados, el equipo de bomberos hizo la primera descarga con lo que
pareció menguar el incendio. Cerraron sus llaves y fueron en busca de más agua,
quizá hasta el Parque de la Encatada. Ahí, el canto de las llamas cambió.
Crujía. Se quejaba. Crujía. Algo le dolía. Crujía. Al notarlo, las personas no
quisieron acercarse más. Pasos para atrás. Temían que se estuviera preparando
para brincar, para quemar las casas cercanas, para calcinar la ciudad entera. Luego,
el techo cedió. Al caer las pesadas lozas sobre los documentos el fuego se
apaciguó. Cuando las tareas de rescate, preservación y catalogación de los
documentos iniciaron, al levantar piezas quebradas de la construcción las
llamaradas volvían a las que presurosos volvían a arrojarle una tina con agua.
Al medir los daños reales y
ficticios de los perjuicios que trajo el incendio, en muchos momentos ponían a
secar al sol los documentos que las ventiscas cubrían de tierra o hacían volar.
Parecía que una bomba había caído allí. Una escena de guerra vista sólo en los
informes o en los cortes noticiosos en el cine. Más que los peritos, la vox populi dio tres causas probables. Primera,
que un descuidado había dejado prendido un cigarrillo. Segunda, que un corto
circuito causado por la instalación eléctrica. Tercera, que unos «gringos»
vistos en la tarde anterior prendieron deliberadamente fuego al archivo para desaparecer
el original del acta de nacimiento de Tomás o Thomas Alba Edison, nacido en
Sombrerete pero que ellos se lo atribuían a Ohio. Lo único que es posible
afirmar es que sí hubo pérdidas considerables y parte de la memoria del
Zacatecas decimonónico y parte del XX se esfumó con aquellas hogueras. Para
evitar otro similar evento, el Archivo reunió otros archivos y documentación, y
se fue al anexo del Museo de Guadalupe y en fechas más cercanas al noroeste de
la ciudad, donde es protegido por personal especializado y con tecnología ad hoc.
¿Y, a usted, sensible lector,
cuál de las tres versiones del incendio le apetece?[1]
Texto impreso en: http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_151
[1]
La memoria de la hemeroteca me ha proporcionado poca
información sobre el evento, apenas unas líneas regadas, aunque El Pregonero. Órgano de difusión del Archivo
Histórico de Zacatecas hizo un recuento. Para recabar y cruzar información
he tomado a su vez de las conversaciones con María Auxilio Maldonado (directora
del Archivo Histórico del Estado de Zacatecas), Jovita Aguilar Díaz (directora
del Centro de la Gráfica de Zacatecas), Manuel González (Cronista de la Ciudad
de Zacatecas) y Marco Antonio Flores Zavala (investigador de la Universidad
Autónoma de Zacatecas), a quienes agradezco cordialmente.
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