En La Biblioteca de noche, Alberto Manguel
(Buenos
Aires, 1948) expone quince
maneras en que ésta se convierte en mito, orden, espacio, poder, sombra, forma,
azar, taller, mente, isla, supervivencia, olvido, imaginación, identidad,
hogar. Quince maneras en las que «No busco, pues, una revelación de ningún
tipo, ya que todo lo que se me dice está limitado necesariamente por lo que soy
capaz de oír y comprender. Ni un conocimiento que vaya más allá del que, de
alguna forma secreta, ya conozco. Ni una iluminación a la que el razonablemente
no puedo aspirar. Ni una experiencia, ya que, en última instancia, sólo puede
tener conciencia de lo que ya está en mí. ¿Qué es lo que busco, pues, al final
de la historia de mi biblioteca? || Consolación, quizá. Quizá consolación».
Pero Manguel, que quizá sólo busca
consolación en su Biblioteca, olvidó por lo menos una manera más. Hay
Bibliotecas que se extravían. Hay las que se queman o se venden. Hay las que se
inundan o se hurtan. Hay las que sufren infames penurias o viven execrables
pecados, pero también hay las que son inconcebiblemente materiales. Me explico.
Cuando Benjamín Morquecho (Pinos, 1933-2014) partió, se llevó una Biblioteca más grande, rica, variada y singular, que
la que tapiza las paredes del segundo piso de su casa. Una tan versátil y
desorganizada, que en el mismo estante mezclaba filosofía, medicina,
literatura, anecdotario, historia, política y rumiadas sabias de un abuelo
caminado por terracería. Una a veces incomprensible, juguetona, simpática y que
bien podía distraerse si un par de ojos juveniles entraban al lugar para
recibirlos con su jovial estilo cantaor.
Manguel olvidó las Bibliotecas que se mueren, como la de Morquecho. No una carbonizada,
pero sí incendiada en un eterno instante sin dejar ceniza, apenas rastros o
detalles de aquellos que la visitaron. Una que en el peligro del injusto olvido
viene a la memoria de otras Bibliotecas. Cuando Benajmín Morquecho fue a
habitar los cielos de oriente llevó consigo una envidiable Biblioteca, más
grande, más rica, más versátil, más copiosamente armada, que la material de su
propiedad. Cuando Benjamín Morquecho fue a habitar cielos que abren los días
con soles picantes dejó una Biblioteca que hoy espera vuelvan algunos libros
prestados y, en honor del personaje, habitarse de nuevo, leerse de nuevo para
de nuevo abrazar este fuego, fuego, fuego Morquechino.
[Texto impreso en La Gualdra: http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/160]
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