viernes, 3 de julio de 2015

Los prolegómenos de "El reflejo de las palabras" de Kader Abdolah

Miniatura producida en Irán de 1755 por Mihammad Riza-i Hindi,
activo artista del siglo xviii, en la que representa un joven calígrafo.


Y así continuaron su marcha los hombres de Kahaf, hasta que por fin buscaron refugio en la cueva, diciendo: «Tened misericordia de nosotros.»
         En esa cueva, Nosotros les tapamos los oídos y los ojos durante muchos años.
         Y cuando saliera el sol, lo verían levantarse a la derecha de la cueva.
         Y cuando se pusiera, lo verían retirarse hacia la izquierda.
         En el medio, en la cueva, se encontraban ellos.
         Pensaban que estaban despiertos; sin embargo, dormían.
         Y Nosotros lo hacíamos volverse a la izquierda y a la derecha (…).
         Unos decían: «Eran tres, y el cuarto era quien velaba por ellos.»
         Otros afirmaban: «Eran cinco, y el sexto era quien velaba por ellos», aventurando una posibilidad.
Y había quienes aseguraban: «Eran siete.» Nadie sabía nada.
         Nosotros los despertamos, para que pudiesen interrogarse mutuamente.
         Uno de ellos dijo: «Hemos permanecido aquí un día o menos de un día.»
         Otros replicaron: «Vuestro Dios es quien mejor sabe cuánto tiempo ha pasado. [Conviene] que enviemos a uno de nosotros a la ciudad con esta moneda de plata.»
         Nosotros tenemos que obrar con cautela. Si descubren quiénes somos, nos lapidarán.
         Al cabo de la conversación, Yemilija abandonó la cueva con la moneda de plata en la palma de la mano.
         Cuando llegó a la ciudad, notó que todo había cambiado y que no entendía la lengua.
         Habían dormido trescientos años en aquella cueva y no lo sabían. Después añadieron otros nueve años a los anteriores.


Ésa era la palabra de Dios, la historia de Dios. Y «La cueva», una historia que figuraba en el libro sagrado que Aga Akbar tenían en casa.
         Hemos empezado por Su palabra, antes de intentar descifrar los apuntes secretos de Akbar.
         Somos dos: Ismail y yo. Yo soy el narrador omnisciente. Ismail es el hijo de Akbar, que era sordomudo.
         Aunque soy omnisciente, no puedo leer esos apuntes.
         Contaré sólo la parte de la historia que precede al nacimiento de Ismail. Dejaré que él mismo relate el resto. Pero al fin volveré, pues Ismail no es capaz de descifrar la última parte de las notas de su padre.

Views of Constantinople de Michale Wolgemut, Nuremberg Chronicle, c. 1493.


Estamos frene a los prolegómenos de El reflejo de las palabras del holandés Kader Abdolah (Arak; 1954), escritor iraní nacionalizado holandés. Una historia de poco más de trescientas páginas que utiliza como fuente una cueva en «las montañas mágicas de la ciudad de Seneyán» para narrar cómo un libro redactado en un lenguaje único, quizá indescifrable, entabla lazos indelebles entre un padre sordomudo e Ismail. Seneyán, que se distingue en la historia iraní por sus alfombras tejidas con la estampa de un ave o un tren o…, encierra una escritura cuneiforme original creada por un viejo monarca. Esa escritura será fuente del diario de Aga Akbar, grabada para relatar un mundo de silencio y pasmosas realidades y fantasías.
         Decidí reproducir íntegros los prolegómenos porque se encierran los misterios del relato y las formas narrativas de la historia. Por un lado, los misterios del relato, que haciendo uso de las formas retóricas de los libros antiguos se instala en los tiempos sin tiempo, en un remoto pasado que se pierde en la memoria instalándose en un limbo real y fantasioso. Por otro lado, las formas narrativas de la historia que retoma el canto del tiempo ido y anuncia distintas voces; ya la de el omnisciente narrador, ya la del relato vivo, ya la del personaje. Unidos, los misterios del relato y las formas narrativas de la historia, crean una introducción que atraen al lector, dando pistas que a lo largo de la anécdota se reconsideran, se reinterpretan, se reescriben.

Esta imagen es un extraña y única muestra de un dibujo Maya,
tazado entre los años de 1200 al 900 a.N.E., localizado en Juxtlahuaca, Guerrero.

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