viernes, 27 de diciembre de 2019

De «El lector a domicilio» de Fabio Morabito


El castigo, la pena, el premio
de «El lector a domicilio» de Fabio Morabito

Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista digital Quehacerde la Universidad Autónoma de Zacatecas



Eduardo Valverde, administrador de la «Mueblería Valverde», ha sido enjuiciado por un delito menor. Gracias a sus conexiones familiares y de negocio, el juez optó por imponerle como castigo leerles a familias pobres, desposeídas y/o con problemas sociales. Eduardo aceptó la pena, porque la otra opción era lavar baños públicos o tallar paredes grafiteadas. Empero, en las 161 páginas de esta historia que Fabio Morabito (Egipto, 1955) tituló como El lector a domicilio (Sexto Piso, 2018) jamás nos enteramos cuál fue la infracción, aunque para los amigos y la familia fue un «grave» y «penoso» acontecimiento.
         En El lector a domicilio, obra reconocida en 2018 con el Premio Xavier Villaurrutia para Escritores, vemos un hombre visitando hogares para leer Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski, La isla misteriosa de Julio Verne, Otra vuelta de tuerca de Henry James, La metamorfosis de Franz Kafka, Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote y cuentos de Agatha Christie, entre otros. Empero, dos elementos consienten la trama de la obra; por un lado, la imposibilidad del personaje a concentrarse en su quehacer y, por el otro, las historias entre Eduardo y su familia, y Eduardo y una mujer de la que se ha enamorado. Allí, en el centro de los relatos, «Tu piel» de Isabel Fraire (México, 1934-2015), provee de sentido y ritmo:

Tu piel, como sábanas de arena y sábanas de agua
en remolino
tu piel, que tiene brillos de mandolina turbia
tu piel, a donde llega mi piel como a su casa
               y enciende una lámpara callada
tu piel, que alimenta mis ojos
y me pone mi nombre como un vestido nuevo
tu piel que es un espejo en donde mi piel me reconoce
y mi mano perdida viene desde mi infancia y llega hasta
               el momento presente y me saluda
tu piel, en donde al fin
               yo estoy conmigo.

La novela, que a finales de 2019 0btuvo el Premio Roger Callois por su versión al francés, presenta una historia de gran ritmo, escrita con una prosa suave y delicada que, más que preocuparse por las imágenes, se centra en ideas profundamente preocupantes para una sociedad decadente ¿o, entonces, por qué leer sería un castigo?

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lunes, 7 de octubre de 2019

A propósito de «Luz (desecha)» de Miguel Ángel Cid


De libros brujos


Edgar A. G. Encina

Este artículo fue publicado en la revista Crítica. Fondo y forma



Susan en el quehacer de su lectura lleva un estricto ritual; por la mañana durante el desayuno y en la noche antes de dormir. Prefiere las novelas pesadas a las escuálidas que abundan en el mercado; la temática le funciona siempre que antes haya leído un par de reseñas. Nunca va a tientas ni a ciegas. Siempre, pero siempre, debe saber a dónde y por dónde. De entre sus manías resalta la predilección por subrayar con marcador amarillo las palabras que llevan «x» y con rosa o azul los espacios que se hacen entre las palabras. Días atrás, Susan me llevó Al límite (TusQuest, 2014) de Thomas Pynchon para que atienda las páginas 230 y 231. «Son magníficas —pronunció— un suave contoneo de hamaca que va y viene y al centro te da un breve váguido, como si el corazón quisiera detenerse…», a lo que, seguido, me arrebató el libro, lo cerró y esperó mi reacción. No es la primera ni la duodécima vez que acomete su trasegado protocolo, aunque todo el tiempo obtiene la misma respuesta: tonto de mí, pongo ojos de plato, brazos cruzados y palabras titubeantes que nada articulan. La salvedad es que esa semana le esperaba; había articulado un plan simple, pero profundamente malévolo.
Las secciones detonantes que atraen la mirada de Susan en las lecturas son páginas de alargados párrafos donde los espacios entre palabras se conectan, produciendo con sus marcadores rosa o azul figuras. Alguna vez creí distinguir un rostro, en otro una patita de perro u otra señal; esa última ocasión fueron líneas escurridas y puntos manchados, gotas de agua pegadas al parabrisas que se paran y engordan o que corren abriendo brecha por su lizo recorrido. Es de suponerse que a la fecha jamás he leído aquellas magnificencias que amenazan con provocarme un paro cardiaco, pero sí que he visto una mujer, el andar de un cuadrúpedo y una tarde lluviosa. Me pregunto si ¿será que Susan invita a iniciarme a un rito secreto y debo desvelar sus acertijos?, ¿o es su forma de revelarse como consumada lectora de imágenes encubiertas?, ¿o que me quiere llevar a su lugar de locura para tenerme de vecino? Esa ocasión, tuvo la más malvada y terrible de las respuestas; una contestación infernal que devoraría su alma, haciendo de su espíritu chicharrón en salsa verde.

«Susan —increpé— ¿has leído esto?», al tiempo que acercaba Luz (desecha) (Policromía, 2019) de Miguel Ángel Cid. En lo profundo de su intimidad se debatió por no abofetearme y endilgándome maldiciones. Puse cara de póquer. Apostaba un giro dramático propiciado por su falta de deferencia a libros de cuerpo delgado. Arremetí. En la página 25 escucharás el aullido de un coyote, en la 30 el timbaleo de unas maracas y en la 51 una cuesta que amenaza con venir abajo; la vida, pues, un recorrido extraviado, un mapa de trajín del que debes estar atenta porque, como advierte Gombich, son imágenes conjuradas que no debes fiar porque apelan a la parte más baja del alma y de la imaginación (Arte e Ilusión; Debate, 1998). Una lectura corruptora. Echado el lazo, quedó apretar fuerte el cuello: Ve a tientas —advertí— porque aquí está el espíritu de objetos que exploran las debilidades, es la advertencia transformada en papel de lo que Platón vio como algo próximo a la brujería o la prestidigitación (La República, Akal, 2009), matizada por un guion amistoso de Yolanda Alonso y la advertencia del autor que anota la palabra pasión casi con negrillas. Cuida cada página pues, como haz escrito, «el libro no es un arreglo enteramente satisfactorio para poner en circulación general conjuntos de fotografías. La sucesión en que han de mirarse las fotografías la propone el orden de las páginas, pero nada obliga a los lectores a seguir el orden recomendado ni indica cuánto tiempo han de dedicar a cada una» (Sobre la fotografía, De bolsillo, 2008).
Han pasado un par de semanas. La ausencia más larga desde que inició sus aturdidas visitas. Antes de terminar la lectura levanto por tercera vez la mirada, le busco en el público y no, no ha venido. Quizá fue excesivo. Quizá si es un libro brujo que amilana endebles corazones y su autor es portador del espíritu de un viejo chamán que sacraliza con la mirada y un clic.
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miércoles, 13 de marzo de 2019

De «La librería más famosa del mundo» de J. Mercer


Lugar para los que van al margen izquierda
Sitios y visitas a La librería más famosa del mundo de Jeremy Mercer

Edgar A. G. Encina
Profesor de cátedra en la Unidad Académica de Letras, uaz
Conductor de la columna universitaria para radio y multimedios «Certezas y Paradojas»

 Este artículo fue publicado en la revista Crítica. Fondo y Forma



He de confesar que conocí «Shakespeare and Company» [shakespeareandcompany.com] porque el destino me la puso enfrente un día no pensado. Sabía de ella y estaba en la lista de las primeras cinco cosas que re/conocer en París junto a —obvio- el Musée du Louvre, el casco antiguo de LaSorbonne, la Église de la Madeleine y el Musée de laFranc-Maçonnerie. La encontré por casualidad, agotado por una larga caminata en un tour personal que me llevó a visitar la Torre Eiffel, a recorrer en barco el Seine y comer en el Quartier Latin. Estaba de vuelta al hotel, algo extraviado y hecho una sopa a causa de los tradicionales chubascos otoñales que inundan la ciudad, cuando ella apareció en medio de un claro nubarrón, con sus enormes ventanales entintados en verde y su peculiar olor a libros viejos, a gatos, a libros nuevos, a sopa, a libros abandonados, a personas y a toda clase de libros…
         La librería más famosa del mundo es una historia de agradecimiento, cariño, fraternidad, aprendizaje y cien cosas más, que la Independt Bookstore dejó a de Jeremy Mercer (Canadá, 1971). La que he leído es la traducción al castellano que Rubén Martín Giráldez (España, 1979) trabajó para MalpasoEdiciones, en «Lo real» colección dirigida por Jorge Carrión (España, 1976). Es un libro negro, en pasta dura y con los cantos en naranja opaco como de ladrillo, que no pasa desapercibido por sus más de 300 páginas. El título original Time was soft there: a Paris sourn at Shakespeare & Co., fue publicado con el sello de Picador.
         Su visita, de la cual apenas pude adquirir cuatro o cinco títulos la primera ocasión, la he compensado con las añoranzas de Mercer, a la que pude palomear junto a Ripping Yarns Books en Inglaterra, La Torre de Lulio en México, The Last Bookstore en Estados Unidos o La Librería de Ávila en Argentina. Son comercios que ofertan libros en su mayoría de rehuso o viejos que han pasado con penas y glorias el fragor del tiempo y la novedad. Sitios con aroma especial e insólito espíritu que viste a la ciudad que las cobija y significa a sus habitantes y a sus testarudos parroquianos que resisten el embate de lo nuevo y de lo urgente, para recrearse ufanos en el polvo de la búsqueda y rebúsqueda de lo pasado.
La historia inicia con Sylvia Beach (Eua, 1887-1962) que abrió en 1919 la «original» Shakespeare & Company en la rue Dupuytren, que tres años después trasladó cerca de Saint-Germain-des-Pés. «El curioso rincón en el que se convirtió la librería fue el centro de toda una generación de escritores americanos y británicos afincados en París. Gente como F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein o Ezra Pound se reunieron allí para llevarse libros prestados, debatir temas literarios y tomar té caliente en el saloncito privado de la trastienda», relata Mercer. En un espacio entre guerras, la librería estuvo cerrada hasta que George Whitman (Eua, 1913-2011) se hizo cargo del negocio, haciendo del sitio desde 1963 «una extraña librería en la margen izquierda de París donde se podía dormir gratis se extendió hasta los confines del mundo. Llegaban allí por miles».
La librería… es una carta de recuerdo. No fue escrita para enviarse, porque equivaldría a un único lector, a su atesoramiento en el cajón de lo invaluable. Por eso, aunque reina el sentido de añoranza, en cada párrafo se descubre el enorme gusto por la aventura y la provocación al destino; por pisarle la cola al gato y esperar que no salte o que salte y huya o que salte y haga cualquier cosa menos que pegar sus uñas al rostro. ¿Qué mayor aventura destinada a perder, a fracasar, a deprimirse que abrir una librería? Y, qué aventura la de sobrevivir con el espíritu abierto, igual que un libro.



miércoles, 27 de febrero de 2019

Un argumento para dos notas curiosas


Diablillos Pintores y Brujas marcadas
Un argumento para dos notas curiosas

Edgar A. G. Encina
Este artículo fue publicado en la revista cultural Crítica. Fondo y forma.




diablillo pintor
Con algo de acento guasón, en una nota periodística de más de dos minutosAtresmedia[www.atresmedia.com] dio a conocer «El fraude de las pinturas rupestres declaradas Bien de Interés Cultural de Cádiz». Se trata de unas pinturas ubicadas en lo alto de un pedregal montañoso en Algodonalesque, en 1985 por su aparente similitud con trazos prehistóricos, fueron nombradas Bien de Interés Cultural, pero que son obra de un autor contemporáneo.
El principio de la historia se escribió cuando la Junta de Andalucía [www.juntadeandalucia.es]promovió el nombramiento,orillado por las conclusiones delsimposio de Altamira en el que un matrimonio de excursionistas llegara a relacionarsu hallazgo con arte del paleolítico. La trama se ha desvelado 30 años después cuando Manuel Román, vecino del lugar, aseveró que el autor de aquellos dibujos es Diego Escorza Márquez, «Dieguito», oriundo de allí.
         La reportera corresponsal Elena Álvarezacometió que«…recuerdansubiendo a esta sierra para pintar a lo largo de este tajo unas doce pinturas de animales o también de tribus danzando que se asemejan a las pinturas rupestres. Pero, es que también allá arriba hay dibujos de La Santa Cena o de unasMeninas. Son pinturas al óleo, nada qué ver con las prehistóricas. Por eso, aquí… lo tienen claro. No hay misterio qué resolver. El artista se llama Dieguito…»

Brujas marcadas
Imposible que no llamara mi atención el título que The Guardian[www.theguardian.com] dio a esta información: «Hundredsof symbols at gorgecould be Britain’sbiggestcollectionofprotectivesigns». Se trata de una nota que advierte la existencia de marcas apotrópicasenel desfiladero de piedra caliza deCreswell Crags, en East Midlands, Inglaterra,casadel Museum&PrehistoricGorge. Home of the Ice Age Hunter[www.creswell-crags.org.uk].
         Tales marcas son letras, símbolos y patrones que, según expertos, sugieren que «este lugar es la entrada al “inframundo”» y puestas para alejar los malos espíritus. Se afirma que esos símbolos tallados están allí para «disuadir influencias dañinas o malignas», coincidentes con las estampadas en puertas y ventanas de casas e iglesias construidas entre los siglos xvi y xix, cuando el asunto de la brujería era de preocupacióngeneral.
         Entre las marcas que sobresalen están «vs», «pms» e «is» en referencia a la Virgen María o Virgen de vírgenes, Pace María y Jesús. Estas filigranas conocidas como «Marcas de brujas»fueron asociadas a la protección, a la manera de losamuletos, más que a algún símbolo religioso. Lo importante, afirma Ronald Hutton, es la cantidad,«porque esas marcas pueden encontrarse por toda Gran Bretaña». Luego de su identificación en octubre pasado, el acceso al público ha sido limitado, pero está la posibilidad de darse una idea en un video que corre por redes sociales con el título «Witches’ Marks».

Un argumento
Debí recomendar para esta lecturaescuchar Boum(Verve, 1959)interpretada por BlossomDeariey el Agnus Dei(EpicSoundtrax,1967)de Samuel Barber, porque no encuentro otra forma de caracterizar las distancias entre las historias de un pueblo que dejó crecer la mentira del arte prehistórico y la cueva en medio de un bosque de la que pueden entrar o salir entes maléficos. Empero, ambas informaciones conectan con un ejercicio visual; las pinturas y las marcas son productos originarios de un individuo y de personas que aluden al gen original humano. Refieren expertos que los niños de todo el mundo, cuando todavía su«cultura» no ha permeado, más o menos antes de los tres años, son idénticos y podemos verlo en sus dibujos, los cuales cambian con el tiempo.
Teniendo en cuenta esto, en ambos relatos descubro tiempos personales y tribales que exponen momentoscandorosos, pues cuando la aventuray el pensamiento mágico dominan los cieloses posible hacer la andanza en el monte apenas con los pinceles a cuestas o al temer la oscuridad en la cueva descendente. Anécdotas que,entre la curiosidad, lochispeante y la superstición asoman lo que fuimos, lo que somos.



De las Presentaciones de libros

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