Problemas de liquidez
Un niño corre descalzo
sobre el pasto jugando a aprisionar el aire entre sus manos. Toma vuelo e intenta
saltar lo más alto que le dan las fuerzas para alcanzar arriba, allá donde el
aire parece más limpio y azul; tomar un trozo de ese oleaje invisible por el
que las aves se deslizan. Luego, con ambas manos, apresa una tajada de ese
viento y lo encierra. Acerca esa etérea bola a su rostro y asoma el ojo por un
rabillo que queda entre los dedos, pero no ve nada. Ve su carne, pero no ve
nada. Al día siguiente abre la llave del agua del patio e intenta hacer pelotitas
de agua. Con el agua atrapada en forma de bola siente en sus pequeñas palmas
mareas que chocan entre sí. Vuelve a asomarse por el rabillo y, a pesar de que ve
algo transparente, se le diluye. Ve su carne, pero no ve nada. Pasan los días y
así, el niño, un día intenta coger al viento y el otro al agua. Sus desvelos
están en asir lo invisible. Lo que siente, pero no ve, a excepción de su propia
carne. Aire. Agua. Y nada. Aunque consigue ver el aire y el agua por un breve
instante no alcanza a poseerlos. Agua. Aire. Se le escapan. Huyen. Se escurren.
Ahora, sentado en el último escalón del portón de casa, espera a sus padres a que
lleguen del trabajo. Tiene un deseo. No quiere pastel ni obsequios ni payasos
ni fiesta. Anhela que el aire y que el agua permanezcan. Entonces María, la
vecina de enfrente, ha vuelto de la feria y al bajar del auto lo hace con un globo
rosa y este niño, ya sólo quiere que el agua se aquiete.
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