Literatura y electricidad
Tropos literarios y futuros imaginarios
I/III
Una versión de este artículo ha sido publicada en la revista Memoria Universitaria
Benjamín
acaparó la plática al sentarnos a la mesa en la cena del último jueves de los
jueves de cena y desahogo. Lo noté tenso, nervioso, desde el inicio. Llegó
energizado, con las pupilas igual a cuando uno se ha tomado tres o cinco tazas
de café sin pasar del mediodía. Se le sentía movible, inquieto, irradiante de
calor. Volteaba constantemente arriba, a la nada, con la evidente actitud de
quien desespera por decir algo, pero el tópico de la discusión no llevaba a
ello. Si no mal recuerdo, a su llegada nos poníamos al día con la terrible
noticia de una conocida a la que recién le había sido diagnosticado cáncer de
ovarios. Fue al sentarnos a la mesa, con el primer bocado de la ensalada que se
abrió por completo; contó que venía de una reunión interesantísima en la que le
presentaron los pormenores y beneficios de los paneles solares. «Son una
maravilla», dijo, «basta una inversión de entrada que, al corto plazo, máximo
tres años, se ven los rendimientos». No puedo decir que no sorprendió, sobre
todo porque a él sólo le interesa hablar de moda, televisión, Twitter y las
triquiñuelas en el trabajo que ha llevado a que el director de la oficina a
comprarse auto nuevo o viajar a un lugar nevado.
Benjamín
nunca da nombres cuando se trata de cotilleo, suelta el hilo y lo recoge con la
sutileza de guardarse los apellidos, aunque a veces queda claro de quién habla.
No es un hombre envidioso, a sus 43 años ha terminado de pagar la hipoteca,
tiene un trabajo que no es el ideal pero no le frustra, recién ha celebrado los
primeros cinco años de matrimonio con Eliseo, Riqui, el perrhijo al que
castraron en navidad, ha dejado de ser el remolino que enloquecía a todos, y
está a meses de ser su propio jefe en una empresa que ya ha arrancado donde
ofertan viajes para «adultos de criterio», dice la publicidad. Es parsimonioso,
cauto, medido, aunque no maquiavélico; prefiere escuchar, reír, comer y beber
tequila con jugo de naranja y cereza. Una ocasión al no encontrar jugo, preparó
con agua mineral, Tang, manzanas y mezcal «el mexicano volador», una bebida que
exorcizaba todo espíritu a la velocidad del rayo. Esta ocasión fue otro, como
he dicho, uno ansioso primero y luego exitado-hablador, casi dictatorial.
«Los
paneles solares…, bla, bla, bla… Los paneles solares…, ble, bli, blo». No fui
atento con su charla dominante, casi a gritos. Dejé de tomar atención cuando le
pregunté si cambiaría del giro de los viajes exclusivos a la venta de esas
cucarachas. «¡No! Pero es importante que sepan que…», me volvió a perder. Camino
de vuelta a casa, en el auto preguntó mi pareja qué pensaba de los bichos estos
que habían concentrado la mesa y fui sincero: «ni idea, cariño, tenía la cabeza
metida en otra cosa», y concluimos en que ella se encargaría. Compró la idea y
yo seguí buscando en los archivos mentales un papel con el que no podía dar. Tenía
en la cabeza Electricidad de Ray Robinson (Sexto piso, 2008), porque en
mucho se asemejó a la situación: relatos de hombres puestos en femenino, el uso
de onomatopeyas sin consideración, anécdotas de enfermedades, dolores, acuso de
violencias y despertares. Sin embargo, buscaba algo más.
Para
alivio de mis trastornos conecté con la neurona adecuada dos días después, a
media clase. Me detuve, apunté en la agenda y volví a las labores. Escribí: «Baby
H.P.», Confabulario (Planeta, 1999). En el cubículo recuperé la lectura
para entender porqué me había obsesionado con el recuerdo. En el cuento, Juan
José Arreola narra la existencia de un aparatejo que se inserta en el cuerpo de
los niños para crear electricidad. Este invento se ciñe al sistema óseo, tal
parece de manera natural, sin molestias ni rechazo, para almacenar con el
movimiento energía que después puede ser utilizada en la licuadora, la secadora
o lo que se ofrezca. Era eso. Era que la obsesión por la energía y sobre todo
por el ahorro y consumo de electricidad que había leído en un relato extraviado
en la memoria. Pensé, luego, si la luz es preocupación sólo de adultos y si existía
relación con lo místico, religioso y paradójico; solté el tema, porque no estoy
para desgastar energía en laberintos y sinsentidos.
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