Francois Durif, Cancella le tue tracce, Villa Medici, Roma, 2023.
Calendarios
Una versión de este ensayo ha sido publicado enel vol. IV, núm. 2, p. 25 de Memoria Universitaria
¿Quién y con qué criterios se elaboran
los calendarios escolares? Esta doble pregunta siempre viene a mi cabeza al
inicio de todo ciclo escolar. En agosto y en enero. Nunca he encontrado
respuesta, aunque luego de los años tengo la idea de algunas posibilidades. Cuando
egresé de la licenciatura y hacía pininos en la Secretaría de Educación estatal
acudí a una invitación al Gimnasio Marcelino González. Llegué puntual, primer
error de aquella mañana, porque el lugar estaba abarrotado y me ubicaron en las
últimas gradas. A medio evento la presentadora pidió que explicara unas
plantillas que habíamos diseñado en equipo, segundo error, porque al descender
por esa larga escalinata sentí la mirada de los profesores que, seguro,
pensaban que era medio tonto o tonto y medio, al sentarme allá arriba cuando debía
estar presto en las primeras sillas. La falta fue que no me presenté a la
entrada y seguí las instrucciones de una señora mandona que me dijo: «para
arriba, joven, que acá son los importantes». La verdad, tuve miedo de decirle
que yo era el licenciado García, porque de esos abemos a racimos. Expliqué mi plantilla
y en seguida el Secretario, con ese mayúscula, el gran jefe pluma blanca, explicó
el calendario escolar oficial que llevaríamos. Fue entonces cuando dijo: «¿Preguntas?»
y yo, que tenía dos años en ese menjurje de fechas, levanté la mano. No pudo
evitarlo, me habían cambiado de lugar y ahora estaba en tercera fila, enfrente
de él. Nunca habíamos intercambiado nada, ni el saludo. Recuerdo que hasta
contacto visual hicimos. «Señor, dije, ¿quién elabora el calendario y cuáles
son los criterios para su armado?». El hombre se puso amarillo: «un comité en
la Ciudad de México». Listo, listillo, dejó el micrófono, volvió la moderadora,
todos aplaudieron y a la porra, todos de vuelta a casa.
Aquella respuesta me provocó imaginar un
alto edificio, como los que vemos en las películas que retratan New York o
Tokio; a hombres y mujeres sentados en un salón de juntas en el piso mil
quinientos, decretando que esas fechas eran/son las ideales para que los chicos
tengan el mejor aprendizaje y los profesores puedan desempeñarse de la manera
más adecuada, contemplando siempre su salud emocional. El retrato no ha
cambiado. Sigo imaginando a ese claustro de sabios determinando que los
universitarios mexicanos deben iniciar sus sesiones la segunda semana de agosto
y la tercera de enero, y los niños y adolescentes hasta la tercera de agosto y
la primera de enero. Así igual para los recesos veraniegos y decembrinos. En el
centro de aquella sala de juntas tienen un aparatejo similar a la Quija que les
anuncia con precisión lo supremo, sin contemplar nada más porque los
trabajadores de la educación somos seres mágicos y los estudiantes una especie
de centellas luminosas que dan sentido al universo.
En Europa, por ejemplo, el calendario
está determinado por el clima. Para ellos lo importante es que en verano, a
unos 30 o 40 grados centígrados, los estudiantes estén vacacionando, no
encerrados en cuatro paredes con pésima ventilación. Mejor encerrados en
invierno; una boina o bufanda resuelve el problema. En Estados Unidos los
calendarios se acomodan a las necesidades de los condados, más que de los
estados o la nación, aunque siempre respetando días feriados como el 20 de
febrero, «Día de los presidentes», o el 10 de noviembre, el «día de los
veteranos». Esos condados piensan de la misma manera: evitar las clases en el
alto de las olas calurosas. Algo debe haber allí, ¿no? En México, como en la
mayoría de Iberoamérica, el jaloneo se produce entre dos poderes que quieren
hacerse presente en la vida de los ciudadanos: el poder político y el poder
religioso. Allí tenemos ganancia y podemos estirar el estío dos semanas en
abril. En otros países lo que sucede es que existen días feriados regionales o
locales que pueden responder a eventos históricos o religiosos o tradicionales,
que en nuestro calendario no existen y debería considerarse, al menos como enunciación,
aunque sin inhabilitarlo.
Pero, volvamos, ¿quién y por qué hacen
los calendarios escolares de esa manera? Quizá hay una turbia política escolar
que desea que las clases se celebren, por ejemplo, ahora en agosto, en uno de
los meses más calurosos; seguro tienen información que les dice que los alumnos
adormilados por el clima en realidad desatolondran un lugar del cerebro que les
hace verse así, pero en realidad están entendiendo perfectamente que el cuadrado
del decaedro es la suma de la responsabilidad ecuatorial de quién sabe qué
cosas. A qué caray.