El asedio contra las librerías
Dos fotografías y un apunte
Edgar A. G. Encina
El
22 de julio la Revista Gatopardo publicó las «Librerías independientes
de la Ciudad de México, espacios de resistencia» escrito por Jair Ortega de la
Sancha. El reportaje da cuenta de las experiencias de Polilla Librería,
administrada por Cecilia Castro y Daniel F. Álvarez, Glaciar Libros Helados, fundada
por Daniel Bolívar y Alfonso Santiago, y U-tópicas, administrada por Luis
Castro Hernández y Laura Linares (directora de comunicaciones). Polilla
Librería y U-Tópicas, vale anotar, tienen su propio sello editorial. El
artículo sirve para evidenciar las desventajas con que las librerías
independientes mexicanas libran sus batallas por la subsistencia frente al
asedio de las librerías de cadena y la escases de culturas políticas estatales.
Para ello, enfatiza la ausencia de incentivos fiscales y la omisión de apoyos
técnicos, y exhibe la vitrina de la disparidad, donde la que la balanza
artística apuesta más por otras expresiones como la música o el cine o el
teatro, desdeñando al ámbito libresco. En general, coinciden los libreros en
señalar la inexistencia de programas públicos que estimulen la apertura y robustecimiento
de librerías o editoriales, en la ausencia de apuestas por la
profesionalización del sector, en la falta de alicientes para la exportación de
títulos y el poco interés gubernamental por que circulen impresos producidos
por editoriales emergentes.
Tres días después, el 25 de julio,
circuló en redes sociales un Comunicado de la Red de Librerías Independientes
dirigida al presidente del Fondo de Cultura Económica, Francisco Ignacio Taibo
Mahojo, y a la opinión pública. La RELI, que al momento es integrada por cincuenta
librerías, exhibe en ese breve escrito —por ponerlo en lenguaje futbolístico—
una cancha de juego dispareja en la que el FCE aprovecha la organización de
eventos para ofrecer títulos por debajo de los precios que los libreros pueden
ofrecer sin sufrir mermas financieras. Estas «ventas de descuento» afectan a
todo el ecosistema del libro porque «estos beneficios deberían ser equitativos
y extensivos a los lectores de todas las librerías del país y no sólo a
aquellos que pueden acudir a las administradas por el Estado» en contadas
ciudades.
Más allá de que el artículo de Gatopardo
se queda miope al mirar sólo librerías chilangas y no considera que a las
problemáticas en los estados se les suma, por ejemplo, el cobro de piso, el
coyotaje cultural y el volumen de ventas, lo que alcanzamos a distinguir es un
par de retazos de una historia que transexenalmente se ha venido contando. Sin
importar el tinte ideológico del gobierno municipal, estatal o federal, año con
año damos cuenta del desprecio e ignorancia con el que el mundo libresco es
desdeñado, incomprendido y asfixiado. Al parecer nos situamos en un punto álgido
en que el Estado mexicano tiene y alimenta comportamientos monopólicos propios
de los consorcios capitalistas, afines al más puro espíritu neoliberal. De no
transitar por una política pluralista libresca que apueste por los creadores,
productores y consumidores, como la ley del precio único, estamos claros que el
cierre del año será crítico. Ursula K. Le Guin llamó comercial fatwas a
esos ataques al libro, ¿será esta la versión mexicana de la expresión? Tiempo
al tiempo.
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