martes, 13 de agosto de 2024

El asedio contra las librerías. Dos fotografías y un apunte.

 

Richard Debenkorn, Interior whit view of ocean, 1957 


El asedio contra las librerías

Dos fotografías y un apunte

 

Edgar A. G. Encina

 

 

El 22 de julio la Revista Gatopardo publicó las «Librerías independientes de la Ciudad de México, espacios de resistencia» escrito por Jair Ortega de la Sancha. El reportaje da cuenta de las experiencias de Polilla Librería, administrada por Cecilia Castro y Daniel F. Álvarez, Glaciar Libros Helados, fundada por Daniel Bolívar y Alfonso Santiago, y U-tópicas, administrada por Luis Castro Hernández y Laura Linares (directora de comunicaciones). Polilla Librería y U-Tópicas, vale anotar, tienen su propio sello editorial. El artículo sirve para evidenciar las desventajas con que las librerías independientes mexicanas libran sus batallas por la subsistencia frente al asedio de las librerías de cadena y la escases de culturas políticas estatales. Para ello, enfatiza la ausencia de incentivos fiscales y la omisión de apoyos técnicos, y exhibe la vitrina de la disparidad, donde la que la balanza artística apuesta más por otras expresiones como la música o el cine o el teatro, desdeñando al ámbito libresco. En general, coinciden los libreros en señalar la inexistencia de programas públicos que estimulen la apertura y robustecimiento de librerías o editoriales, en la ausencia de apuestas por la profesionalización del sector, en la falta de alicientes para la exportación de títulos y el poco interés gubernamental por que circulen impresos producidos por editoriales emergentes.

         Tres días después, el 25 de julio, circuló en redes sociales un Comunicado de la Red de Librerías Independientes dirigida al presidente del Fondo de Cultura Económica, Francisco Ignacio Taibo Mahojo, y a la opinión pública. La RELI, que al momento es integrada por cincuenta librerías, exhibe en ese breve escrito —por ponerlo en lenguaje futbolístico— una cancha de juego dispareja en la que el FCE aprovecha la organización de eventos para ofrecer títulos por debajo de los precios que los libreros pueden ofrecer sin sufrir mermas financieras. Estas «ventas de descuento» afectan a todo el ecosistema del libro porque «estos beneficios deberían ser equitativos y extensivos a los lectores de todas las librerías del país y no sólo a aquellos que pueden acudir a las administradas por el Estado» en contadas ciudades.

         Más allá de que el artículo de Gatopardo se queda miope al mirar sólo librerías chilangas y no considera que a las problemáticas en los estados se les suma, por ejemplo, el cobro de piso, el coyotaje cultural y el volumen de ventas, lo que alcanzamos a distinguir es un par de retazos de una historia que transexenalmente se ha venido contando. Sin importar el tinte ideológico del gobierno municipal, estatal o federal, año con año damos cuenta del desprecio e ignorancia con el que el mundo libresco es desdeñado, incomprendido y asfixiado. Al parecer nos situamos en un punto álgido en que el Estado mexicano tiene y alimenta comportamientos monopólicos propios de los consorcios capitalistas, afines al más puro espíritu neoliberal. De no transitar por una política pluralista libresca que apueste por los creadores, productores y consumidores, como la ley del precio único, estamos claros que el cierre del año será crítico. Ursula K. Le Guin llamó comercial fatwas a esos ataques al libro, ¿será esta la versión mexicana de la expresión? Tiempo al tiempo.

          

 

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