lunes, 30 de septiembre de 2024
jueves, 26 de septiembre de 2024
Males bibliófilos. Los libros plegados
Males bibliófilos
DEl libro plegado al biblioTocapelotas
Edgar A. G. Encina
una versión de este documento ha sido impresa
en la Gaceta Universitaria de septiembre de 2024
Uno
The
Church of Dead Girls de
Stephen Dobyns es una novela de suspenso publicada a finales del siglo xx por Metropolitan Books. Se trata,
sólo para reseñar a vuelo de pájaro, de un trabajo consistente con la línea de
creación del prolífico y reconocido autor norteamericano al que la crítica le
ha catalogado en el género de la literatura negra. Por lo poco que he
explorado, tengo la impresión de que el libro obtuvo un buen empujón de ventas
gracias a los comentarios elogiosos realizados por Stephen King. Adquirir un
ejemplar nuevo, sobre todo del castellano, no es sencillo. Traducida por
Gabriel Zadunaisky al español para Círculo de lectores en el 2000, La
capilla de la muerte recrea o ficcionaliza —¿cómo saber la diferencia?— la
vida de una pequeña localidad próxima a New York en la que han desaparecido
tres niñas, provocando la desconfianza en los forasteros y despertando rumores,
terror y rencores en los tradicionales habitantes de la localidad. Lo sé porque
así anota la descripción de la trama en la página de la editorial, no porque me
haya dado a la lectura de las más de cuatrocientas páginas de la historia, tema
en el que, por el momento, continuaré así hasta que adquiera un segundo
ejemplar, porque el que tengo me impide soslayarme.
La reseña física de un ejemplar de
segunda mano que se oferta en Amazon afirma que La capilla de la muerte fue
encuadernada «en tapa dura de editorial con sobrecubierta ilustrada». El impreso
en mis manos no tiene la sobrecubierta, aunque sí mantiene el tono negro
acéfalo de la tapa; como caja mortuoria impoluta que no permite manchas ni
rasgaduras. El libro —esto es importante para el relato— lo he adquirido en una
tienda que vende objetos decorativos, no en una librería. Se ubicaba en un
estante alto, puesto sobre muebles que ofrecían prendas de vestir y utensilios kitsh
«para que la casa se vea bonita», según recuerdo dijo la encargada. Me decidí a
adquirirlo por sus hojas que, para ponerlo en palabras bibliografiantes,
habían sido «intervenidas» por un desconocido «artista argentino» que vive de
ello sin firmar sus creaciones, quizá renuente a hacerse acreedor a la fama de
mutilador o doblador de libros. Esta «intervención» no es otra cosa que el
plegado de las páginas para formar imágenes más o menos sencillas, como
palabras cortas o flores o animales o lo que se le venga a la cabeza. Sabía de
la preexistencia de esta «manifestación artística» por medio de las redes
sociales y los stickers que de pronto comparten para dar saludos o
desear buenos días, pero que hasta entonces creía se trataba de diseños
gráficos no reales.
Por treinta euros, poco más de
seiscientos pesos mexicanos, me traje a casa La capilla de la muerte que
con sus hojas se conformó una calavera. Al principio pensé que se trataba de un
intento por intertextualizar la apariencia atáudica de la edición con lo
mortuorio de la figura. Después encontré que la «intervención» había ido dos
pasos adelante y guardé la esperanza que ese desconocido hombre, que vive de
doblar hojas, busca relacionar el cuerpo de las historias con los libros y así,
para consuelo de tontos, asestar un golpe sordo al imperante capitalismo. Aún
no sé cómo interpretar esta última idea porque el libro de Amazon está tazado
en cuatro mil pesos, unos doscientos euros, y en IberLibro está en un euro más
envío, veinte pesos. Aquí hay artimaña engañabobos o la obra no se vendió en
España, porque en México es más bien desconocida, o no me entero.
Hasta
allí todo funcionaba más o menos con un sonrojo que podía manejar hasta que me
enfrenté al momento de ponerlo en el librero. ¿Dónde debía ir? ¿En la sección
de libros por leer o de novelas norteamericanas o de libros de arte o sólo
verlo como objeto de decoración? Opté, y no he cambiado de idea, por la última.
Se trata de un libro objeto; como tal lo considero, observo y mimo. No es para
leerse, pero sí para verse y sacudirse alguna vez, porque su nueva forma invita
a la acumulación de polvo y bichos. Para atenuar el sentimiento mezclado entre
culpa, fraude y cinismo, he anotado el título para leerlo el verano del próximo
año después, claro, de adquirir otra edición, quizá en epub, porque no estoy dispuesto a leer sobre este amasijo de
páginas dobladas, enrolladas, engordadas ni a caer en esa trampa que han
tendido las librerías digitales.
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