viernes, 1 de enero de 2010

Hugo-Sheldon


Los idus de agosto

[…]tu, eva, además de sufrir todas las incomodidades del embarazo, incluyendo las náuseas, también parirás con dolor, y, pese a todo, sentirás atracción por tu hombre, y él mandará en ti, Pobre eva, comienzas mal, triste destino va a ser el tuyo[…]
Estaba sorprendida consigo misma por la libertad con la que le había respondido al marido, sin temor, sin tener que elegir las palabras, diciendo simplemente lo que, en su opinión, el caso requería. Era como si dentro de sí habitase otra mujer, con nula dependencia del señor o de un esposo por él designado, una hembra que decidía finalmente, hacer uso total de la lengua y del lenguaje que el dicho señor, por decirlo así, le había metido boca adentro.
José Saramago en Caín

La vista que tuve de la escena fue espléndida. Cerca de H, a unos sesenta o setenta centímetros, y alejado para ver lo que sucedía a su alrededor. Las miradas se posaban todas, completamente, sobre él. Ninguno de los presentes dudaban en quitarle de encima momento de atención; de hacerlo perderían un instante de esos que ya casi no existen. Un par de compañeros de la universidad lo acompañaron; un ritual que los hacía cómplices obligados a toda lealtad. Casi místico, el tiempo se le detuvo en los dedos, entre las manos. Ahora que lo recreo pienso que en su ensimismado momento no escuchaba ni el viento, ni el ruido, ni los leves balbuceos ni nada, nada. Todo consistía en abrir ese paquete. Lo hacía con temor, prudencia, esmero, con cualquiera de esas palabras que se designan para abrir algo que debe-requiere ser abierto con el mejor y el mayor de los cuidados. Sacó despacio su nueva, «de paquetito», notebook: negra, con ese olor que tienen las cosas nuevas, le fue quitando toda envoltura y poniendo y ubicando los implementos sueltos que debería llevar incrustados. Querido lector, deberá pensar que esta lectura es ociosa y/o cansada, pero es de vital importancia reproducir en la imaginación de cada uno de nosotros este hecho porque ahí se encuentra la clave de estas letras. El hecho de abrir ese paquete intimó con rompimientos y enfrentamientos de maneras casi milagrosas para él y su madre, para el y su historia generacional, para el y nadie másLa golpiza recibida fue tremenda. El médico recomendó una medicina que era, por el lugar donde se encontraban, inconseguible: no habían formas «civilizadas» de llegar a la capital y eran costosas, además. Así que con ungüentos y algunos trucos de medicina tradicional la mujer pudo recuperarse al tiempo. Sin embargo, la paliza había valido la pena. Ahora su señor, ese del que el cura habla y en las pláticas de la parroquia dicen se debe obedecer porque es palabra divina, tuvo que aguantar: ella había decidido y, a pesar de los golpes, había ganado. Sus palabras fueron más fuertes y contundentes que los puñetazos de su esposo en el rostro. -No, dijo ella. No puede ser. Él tiene que irse. Para eso es la vida. No, dijo alzando la voz. No puede quedarse. No puede conocer sólo esto: tierra, resequedad, vacas; un campo que siempre está triste y el sol parece encaprichado en quemarnos. No, tratando de calmarse. No dejaré que se quede: debe irse, intentarlo. Quizá nunca, después de un tiempo, vuelva. Ese será el mejor pago.- Su señor no respondió. Los puños se alzaron para castigar primero la boca, luego cualquier parte del cuerpo. Cuando H trató de controlar la situación la tormenta se desató: también fue paleado, con puños hechos mazos y duros puntapiés. No se defendió. Su objetivo era quitarle ese monstruo de encima. Él era quien se iba, el debía pagar la cuota, H tendría que soportar ese calvario, porque así es, así debería ser… Ese pequeño objeto sintetizaba una o mil luchas llevadas ahí. H había decidido irse a la capital, a estudiar, con un sinfín de precariedades y retos por cumplir. Así que la notebook era abrir no un premio obtenido por una beca secreta… Ojos que brillaban, como cuando la espera ha sido tan larga que ese premio, ahí, es casi increíble, imposible de saber que fue así… Digo antes que fue un ritual cómplice porque sus compañeros universitarios lo habían incitado a violar otra regla: la de enviar el dinero de la beca al pueblo, donde su padre la recibía para embriagarse. Esta ocasión los meses de ahorros se fructificaron con la adquisición. H no ignoraba que esa transgresión tendría nuevos altos costos: estaba dispuesto a pagarlos. Así que mirar la computadora reproducía un leve, apenas leve, movimiento de los dedos, nervioso y eufórico y tenso… Yo, desde aquí no tendría que tomar acto del hecho: cómplice espero su vuelta con los ojos morados.

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