martes, 5 de enero de 2010

Searched Playa Salamanca
En la vida conocí mujer igual a la flaca
[...]
Por un beso de la flaca daría lo que fuera,
Por un beso de ella, aunque uno solo fuera
Jarabe de Palo en La flaca
De pronto apareció una escena que me tenía en un camino bicéfalo: por un lado el analítico o frío, por el otro el carnal, por ende morboso. Decidir la postura no me fue fácil y continúa no siendo sencillo, aún cuando redacto estas líneas. La sinopsis advertía: «Al ganar un viaje para dos personas a un paradisíaco lugar llamado Playa Salamandra, Marina (Cecilia Suárez) descubre que no tiene con quién compartir su premio, por lo que decide invitar a Víctor (Enrique Orreola), un completo desconocido. Juntos descubrirán que para enamorarse no importan los escenarios idílicos ni las situaciones perfectas; si no existe la complicidad necesaria para amar, no habrá forma de mirarse a los ojos con amor». __________ Es obvio que no tendría por qué sentirme ofendido: el estilo en la redacción de este género jamás alerta de las imágenes trascendentales de filme alguno. Sentarse en la sala del cine después de leer esa pequeña anécdota de predicciones vagas no resguarda de nada en lo absoluto: pueden aparecer actos infantiles desgarradores, cruentos disparos que hagan volar partes humanas o sinuosas olas en un mar tan apacible que harían ver el paraíso bíblico como una vieja cantina maloliente. Estar en las butacas del salón con esas mínimas admoniciones no indican que se verán cafeterías u hoteles, viajes a un planeta en una galaxia conflictiva o hayan cortos que me recomienden tal o cual producto. __________ ¿Para qué diablos anotar eso de que para ser amantes es necesario la previa complicidad? Con una frase así, Saramago pudo escribir otra de sus dulces novelas o Pérez Reverte proferir una serie de insultos a la inteligencia lectora con el tradicional «me cago en la cabeza de cristo». Y, sin embargo, ver encuerada [que no desnuda] a Cecilia Suárez, en su papel de Marina, presta al coito en un estado semi frígido, devastador para una mujer entrada en años, que debe abrir las piernas para dejarse penetrar por un casi desconocido Víctor, actuado por Enrique Arreola, no tenía caso de espera. Sabía que ese par tendría que hacer algo carnal. Esperaba una escena en otro motivo, con distinto sentido; quizá más rosada, con leves temblores o miedos reflejados en los movimientos de las manos al recorrer el cuerpo ajeno. Pero no. No fue así. __________ Respeto el trabajo de los demás. Aún cuando sea malo, a pesar de que deje a desear, no lo critico. Guardo el comentario y listo: secreto a la tumba. Pero entre Ernesto –director- y Carlos Contreras –guionista- lograron que el cuadro fuera a otro filme: leer la imagen propone otra obra –tema para otro texto-. En fin. Me detuve en otra cosa. Preferí los detalles en el cuerpo de ella. Decidí conscientemente rentar la película para volver a ese momento; quería ver los pormenores de la textura corpórea de la señora: la piel, los huesos, la carne. Como carnicero, ver los cortes, devastar cada lugar y seccionar, seccionar, seccionar... __________ Luego, la busqué en el mundo real. Sigo buscándola. No porque quiera penetrarle como Víctor o busque la muñeca sin alma: cero colores, cero aromas, cero ánimos de llevarlo al éxtasis. La busco por un capricho de tocar las costillas. La busco por un capricho de rosar la piel perfecta. La busco por un capricho de saborear todos los rincones. La busco por un capricho de encontrar la diVa que me pierda el corazón.
- ¡Corte! No queda, seguimos mañana. Estoy hasta la madre –agotado.

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