jueves, 9 de febrero de 2023

Problemas de escritura: la firma


James Nares, I don’t know karate, 2005.


 


La firma
Problemas de escritura

 

Edgar A. G. Encina
Una versión de este artículo fue publicado en la revista QuehacerUAZ

 

 

 

Conocí la obra de James Nares (Inglaterra, 1953) a finales de 2022 durante una caminata decembrina. Habían pasado un par de meses de su exitosa instalación All I Know celebrada en la sede inglesa de la galería Kasmin. Su nombre se había revitalizado. Conocía por fotografías algunos de sus trabajos resguardados en colecciones públicas en museos y casas de arte, y verle en la realidad superó infinitamente las sensaciones. Reconoce la crítica el trabajo del inglés por el nivel de textura logrado, pues al elaborar él mismo sus pinceles alcanza mayor control de/en los trazos para dar con el relato deseado. Esto puede verse en cualquier imagen que encontramos en la web, pero como en toda manifestación artística la comunicación queda fraccionada. Es la traición del mensajero.

Olas espumosas, hierros retorcidos, retazos de tela que arrejuntan; no es posible saber estiran o aprisionan. Los dobleces, las ondulantes formas que hacen que la línea no se rompa, son al mismo tiempo sutiles y briosos; un secreto dilatado y desentraño, como una paradoja. Acordeón. He leído que la técnica de Nares se inspira en la caligrafía japonesa y que cada obra es creada en un solo momento, de golpe, justo como ahora hacemos al respirar, y pienso en lo tremendamente complicado que es llevarlo a la escritura. José Juan Tablada (CdMx, 1871-1945), el nombrado padre del haiku hispanoamericano, al respecto se miraba en un reflejo quebrado. Uno de sus poemas que más me ha atraído, «Hombre, árbol», esta escrito con la misma técnica:


Hombre, árbol

superior,

tus brazos, las ramas

tus pies, las raíces

tu rostro, la flor.[1]

Imaginemos a Tablada convertido en pintor, con el lápiz ha ido brincando sin despegar la punta de la hoja. Son pasos lentos, pesados, ancianos. En cada escalada, cuando debe pasar a la otra palabra o bajar a la siguiente línea adelgaza sin soltar. El fogoso rio se convierte en invisible hilo. Recuerdo que durante mi infancia sentía especial atracción por ver a los adultos firmar. Padres, abuelos, profesoras; sin importar andaba el mundo con una hojilla, la servilleta o retazo de periódico, pidiéndoles el autógrafo como un fan exaltado. En realidad, me importaban menos las palabras que los trazos. Aquellos que ponían su nombre con letra de molde, hilada, la que inspiró la cursiva de nuestros ordenadores, eran los que me conquistaban. Fijaba la vista en la mano, en los dedos, en la pluma, en la tinta corriendo sobre el papel. Encantamiento. La onda que llevaba de una letra a la otra me traía la sensación de corredura, como si viera olas levantarse o aves cayendo, nubes encimadas o aullidos que forman avenidas con los otros aullidos.

Paul Cladel, al disertar sobre «La filosofía del libro», ubica el tema de la siguiente manera: «Toda escritura comienza por el trazo de una línea que, unida en su continuidad, es el signo puro del individuo. O bien la línea es horizontal, como toda cosa que en el solo paralelismo a su principio encuentra una razón de ser suficiente: o bien vertical, como el árbol y el hombre, e indica el acto y enuncia la afirmación; o bien oblicua, y marca el movimiento y el sentido».[2] Pienso de vuelta en lo que me produjeron los trazos y el camino de la brocha de James Nares, que es como el acercamiento personalísimo a la firma, a la desusada escritura a mano que se sigue en paralelo, vertical u ondulada y si mi rúbrica tiene eso de acuoso, hilado como tejedora, y potente de lo que me fluye.












[1]     Cfr. José Juan Tablada, «[Hombre, árbol]» en Intersecciones. El alma en pena. Lectura digital en: https://www.iifl.unam.mx/tablada/interiores/poesia.php?pos=3&coleccSel=18

[2]     Paul Claudel, «La filosofía del libro» en la revista de la Biblioteca de México, núm. 49, enero-febrero de 1999, p. 51.

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