Δúo
Mario Martín del Campo (1947; Guadalajara, Jalisco) es uno de esos prófugos. Viaja al Olimpo para, en total sigilo, asir algunos objetos. Sin embargo, en su categoría de hombre desconoce los secretos, las palabras mágicas, los toques de vara, que le permitan conducirlos intactos. En/por esa limitante lo que nos muestra son los bosquejos, las ideas, las imágenes de lo que allá para que acá imaginemos cómo, para qué… En esa transición de viajero de mundos se convierte en artista. Es un pasaporte sellado con algunas garantías; así como Dante volvió de los «otros lares» para narrarnos con tinta solipsisma lo que su incrédula vista sobrevoló, de la misma forma Del Campo lo hace; lo que nos trae no son noticias catastróficas o laderas goteantes de sangre sino los juguetes y las visiones divinas de nuestra inspiración. [/¨\] Sus figuras son representaciones del mito central: la ley que guía la rueda eterna del flujo de las cosas –alguna vez escribió Heráclito-. Los dioses no juegan a los dados, es verdad; sus entretenimientos son complejos, animados, estridentes… Alcanzar la imagen, penetrar en la retina del espectador, hacer ver al mortal de esto requiere que Del Campo se ocupe en madera, aluminio, policromadas y óleo; en tela, lino, plata o vidrio; sobre acero, laca y tinta litográfica; con gouache, latón, plata ébano; sobre tallas en caoba, papel en loso, relieve, dibujo y papel de cuatro caras; en bronce, mixta, sobre huevos de avestruz o fósiles de caracol y cochinilla y en encáustica con óleo. [/¨\] «Los poetas [y los artistas] nos han transmitido sus mitos, pero, ¿qué interpretación le daban ellos? Una incógnita» Las creaciones Del Campo lo evidencian: es un ladrón del Olimpo, un hombre que ha robado los juguetes, efigies apócrifas eternales. Una segunda cuestión, no menor, es saber si no ha sido descubierto o goza del albedrío de Zeuz, que quizá divertido ve en nuestras miradas el estruendoso asombro que nos tiene en el cuerpo. Sus imágenes fantásticas, en escultura, grabado y pintura, fueron diseñadas ex profeso. En nuestra moral humana objetos sin sentido que se desdoblan en su universo propio; a la vista pasan ociosas de función definitiva para los dioses. Algunos parecen retratos de insectos, animales fantásticos, de tamaño medio que parecen jugar, observar, meditar por este mundo aún confuso. [/¨\] El Prometeo que encarna Mario Martín del Campo trajo imágenes oníricas cargadas de teatralidad, en una propuesta varia que va de la pintura al dibujo; por la escultura a el arte objeto. Es probable que pueda ser parte de la construcción de este incompleto mundo; un artista-niño que hace figuras afanosas de espíritu o elementos animados que recobran del sueño en las tinieblas de la noche para jugar, vivir. Son en los museos, en las galerías, en los hogares, el re-ánimo de nuestros espacios agotados de hastiada sempiterna vida cíclica. Sus dibujos y pinturas son lugares limpios, divertidos y libres. Limpios, porque la pureza de sus colores no destella mancha alguna. Divertidos, porque juegan sin estar quietos, en su eterno andar trazan informes iconografías hablantes; primero en su interior luego entre nosotros, con nosotros, a nosotros. Libres o no; viajes inconclusos, juguetes robados que sin mecanismo son inanimados e intermediarios ahí-acá.
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