∙ Los sin club ∙
[Ho, stop]
Para el año de 1999 se estrenó la cinta «Fight Club» y casi al instante sus ocho reglas se universalizaron; podían encontrarse pintas en barrios peligrosos, alguna de ellas era pronunciada en el café o en la cantina, fueron emuladas en reuniones, múltiples asociaciones las hicieron propias e incontables citas fueron leídas en baños, parques o respaldos de autobuses. Aún más, el soundtrack fue uno de los más vistos en su tiempo; junto con la selección de contundentes imágenes la banda sonora de Pixies con «Where is my mind?», se volvió leyenda. Al tiempo, Google da referencias aproximadas a 1,830,000 sitios que aluden, en lo menos, el título del filme –va en aumento-; Wikipedia semi-detalla la película proporcionando citas de estudio y recomienda links con regular atino; en la página oficial de la Fox 20 Century está a la venta el Dvd, con sinopsis, la tarjeta de equipo, características, trailer, descargas, promociones, newsletter, aunado al punch que otorga Tyler Durden acusando al lector: «¿Qué tanto conoces de tí [sic]mismo si nunca has estado en una pelea?»; todo ello es mínimo al lado de direcciones que emulan, citan y/o estimulan clanes prototipo.
. El principio de identidad y diferencia: el eje simplista de la otredad se hacía/es tan evidente. Sólo un miembro conoce otro cofrade; con la mirada, por las señas, quizá con alguna secretísima cortesía desconocida, porque «nadie», «NADIE» debe hablar del Club… Ergo el que no es o desea-ser o ignora lo que no es. Sin embargo, si desea-ser o lo hace público o lo niega, pero en lo privado no lo hace. Si ignora es peor, aunque no doloroso; sin sufrimiento desconoce esa vida «esotérica». El que es posee-discierne un color más en/a diferencia del que no: la identidad frente a la otredad. Ser del Club entinta, coloreando, a su vez, el entorno: un juego de adjetivos. El concepto masificado devino en un principio de identidad –me atrevo a afirmar, casi tan profundo como el que Steiner da al café para entender Europa-. En esa idea, Clément Rosset en su en su ensayo «Identidad social e identidad personal» cita las líneas de Michel Tournier:
. El principio de identidad y diferencia: el eje simplista de la otredad se hacía/es tan evidente. Sólo un miembro conoce otro cofrade; con la mirada, por las señas, quizá con alguna secretísima cortesía desconocida, porque «nadie», «NADIE» debe hablar del Club… Ergo el que no es o desea-ser o ignora lo que no es. Sin embargo, si desea-ser o lo hace público o lo niega, pero en lo privado no lo hace. Si ignora es peor, aunque no doloroso; sin sufrimiento desconoce esa vida «esotérica». El que es posee-discierne un color más en/a diferencia del que no: la identidad frente a la otredad. Ser del Club entinta, coloreando, a su vez, el entorno: un juego de adjetivos. El concepto masificado devino en un principio de identidad –me atrevo a afirmar, casi tan profundo como el que Steiner da al café para entender Europa-. En esa idea, Clément Rosset en su en su ensayo «Identidad social e identidad personal» cita las líneas de Michel Tournier:
Había una vez un hombre que había tenido una escaramuza con la policía. Una vez acabado el asunto, queda una carpeta que corre el riesgo de resurgir a la primera ocasión. Entonces, nuestro hombre decide destruirla y se introduce con este fin en los locales del Quai des Orfèvres. Naturalmente, no tiene ni el tiempo ni el medio de encontrar su carpeta. Entonces debe suprimir todo el «sumario», lo que hace en efecto incendiando los locales con la ayuda de un bidón de gasolina.
Esta primera aventura coronada por el éxito y su convicción de que los papeles son un mal absoluto del que conviene liberar a la humanidad lo animan a perseverar en esta vía. Habiendo convertido su fortuna metódica de las prefecturas, los ayuntamientos, las comisarías, etc., incendiando todas las carpetas, todos los registros, todos los archivos, y, como trabajaba solo, era inatrapable.
Ahora bien, he aquí que constata un fenómeno extraordinario: en los barrios en los que había llevado a cabo su obra, la gente caminaba curvada hacia el suelo, de su boca escapaban sonidos inarticulados, en resumen, estaban en vía de convertirse en animal. Terminó por comprender que queriendo liberar a la humanidad, la rebajaba a un nivel bestial, porque el alma humana está hecha de papel.
Esta primera aventura coronada por el éxito y su convicción de que los papeles son un mal absoluto del que conviene liberar a la humanidad lo animan a perseverar en esta vía. Habiendo convertido su fortuna metódica de las prefecturas, los ayuntamientos, las comisarías, etc., incendiando todas las carpetas, todos los registros, todos los archivos, y, como trabajaba solo, era inatrapable.
Ahora bien, he aquí que constata un fenómeno extraordinario: en los barrios en los que había llevado a cabo su obra, la gente caminaba curvada hacia el suelo, de su boca escapaban sonidos inarticulados, en resumen, estaban en vía de convertirse en animal. Terminó por comprender que queriendo liberar a la humanidad, la rebajaba a un nivel bestial, porque el alma humana está hecha de papel.