miércoles, 25 de marzo de 2015

«Encuentro Internacional de Escritores», 2015





En el programa del «Encuentro Internacional de Escritores», celebrado en el marco del «29 Festival Cultural Zacatecas», presenté y comenté «El cielo árido» (Mondadori, 2012) de Emiliano Mongue. He aquí el texto:




El autor de la novela y yo, detrás del dibujo de la novela. 
Gracias, Martín Solares (léase con marcado sarcasmo)




De lectores, narradores, personajes y lugares: Uno más de los utópicos
 lugares legendarios

Comentarios-Presentación a Cielo árido [Mondadori, 2012] de Emiliano Monge
[xxviii Premio Jaén de Novela]
[«Encuentro Internacional de Escritores», «29 Festival Cultural Zacatecas», 2015]


por: Edgar A. G. Encina



«Este libro está dedicado a las tierras y a los lugares legendarios: tierras y lugares porque a veces se trata de auténticos continentes […] y otras veces de pueblos, castillos o […] viviendas», sentencia Umberto Eco en las primeras líneas de sus Historias de las tierras y los lugares legendarios.[1] Se trata de una obra que no hace ni de diccionario ni de repertorio de lugares inventados ni de compendio de circuitos legendarios o alimentados por la mitología. Se trata de una obra que sí inscribe, en quince apartados, lugares que han creado quimeras, utopías e ilusiones, porque muchos lectores han creído que existen realmente, porque son sitios novelescos que sus lectores fantásticos ansían identificar o descubrir o desean comparar. Son historias de lugares y de tierras que cruzan la ciudad, el monte, la llanura, hasta perderse en la noche, en el tiempo y reviven en la fuerza del relato como producto de la invención lectora, que bien puede originar flujos de creencias o hacer realidad tales reconocimientos.
Son historias de lectores, apenas un fragmento estelar en las infinitas constelaciones que se descargan aplastando nuestras cabezas. Son historias en que los lectores desean habitar y los buscan en la realidad o en sus mundos fantásticos o que habitaron y huyeron porque no podían soportar el calor del suelo o el ambiente frío que congela al respirar o las ventiscas terregosas que ciegan con ardor. Son historias leídas, posiblemente parecidas a la realidad o extraídas de la realidad o inspiradas por la realidad o todo lo contrario, que pasman, alienta, evanecen, convulsan y dan materia para otras escrituras, para otras lecturas y para otros fragmentos ideales que conforman los muy personales lugares legendarios de historias de las tierras. Ahí quiero situar el Cielo árido que Emiliano Monge (Ciudad de México; 1978) narra de la meseta Madre Buena, con sus abiertos espacios abrazados por la resequedad, el marchitante calor, el altiplano que atestiguando la desaparición y la fuga revive la «[…] luz [que] arde en los ojos y el sol castiga a los hombres y a las cosas […] cuando el sopor, la lentitud y los murmullos que deja tras de sí la primavera se apoderan de la tierra[…]».[2] Cielo árido que, para fortuna, sólo está interesado por:

[…] los quiebres que dirigen, entorpecen o desvían la línea de una vida: cuatro hombres torturando un sacerdote, un muchacho que atrapado en un baúl de hierro grita: ¡auxilio!, un par de jóvenes que huyen a otra patria, un muchacho que se enfrenta a su padre, unos hombres que les cortan a otros hombres las orejas y los párpados, un hermano que pregunta: ¿qué le han hecho a mi hermana?, una mujer que al parir escucha decir a alguien: ¡viene muerto!, un perseguido que decide dejar sola a su pareja mientras huyen, un hombre que nervioso toca en la puerta de una casa: esta puerta, esta casa y este hombre que ahora vemos y que no son ni Germán Alcántara Carnero [personaje principal] ni la puerta de su casa.[3]

Cielo árido, se titula la novela de Monge, y ya desde ahí el tufo de Juan Rulfo y Daniel Sada no se escapa del referente, un tufo de algo que está por perderse y al Gran perezoso que habita los cielos parece sólo importarle como espectáculo, un tufo de que todo se fue a la chingada y este canijo –su autor- no la pone fácil en el recuento, en el relato de daños. Cielo árido, se titula la novela del tal Monge, en la que cocina un personaje central que no es ni héroe, ni antihéroe, ni villano, ni malora, ni todo lo contrario; en la que cocina con un narrador que es personaje pero no es personaje y se debate por vestirse en la historia y al tiempo le saca a los chingadazos; en la que cocina con un lector avisado, advertido todo el tiempo, que es agredido implícitamente y se le dice que será, que se le adelanta al precipicio y éste –masoquista- aguarda porque el entramado estético-narrativo no le deja soltar el libro. Cielo árido que sabemos que es árido porque su autor, ese Monge, lo dice aquí, ahí; que no lo dice pero lo cifra allá y acá; que sabemos cómo es porque se parece al cruel lopezvelardeano[4] y que de a poco construye la historia de una tierra.
Vuelvo.
Vuelvo, porque el círculo no quedó marcado. Vuelvo, porque en la arena, cuando niño, hacíamos una moneda grande y al volver evadiendo al resguarda que te congelaba salvabas tu vida, la de los congelados y la de todos tus amigos. Vuelvo, como los perros hacen cuando orinan un poste, nada más para marcar territorio, para molestar a los otros perros, para encontrar mi propio rastro. Vuelvo porque sí, porque frente al novenario de «La renuncia», «La concepción», «La fortuna», «El alumbramiento», «La decepción y el desagravio», «La desaparición y la fuga», «La conversión y el desamparo», «Los ascensos» y «Las exequias», se trazó una galería de relatos a la manera de disección de instantes, como faros en la niebla cada uno es intervalo que pudo ser el comienzo o el entreacto de una vida, como la nuestra, que pasa su mayor tiempo sin pasar nada. Vuelvo:

Por suerte para el curso de esta historia, una historia que será mejor no asociar con esta idea: el curso, es decir: por suerte para los saltos de esta historia, aunque nuestro hombre cumpla con lo que ahora, sin dejar de ver el picaporte de la puerta, vuelve a prometerse, es decir: aunque consiga olvidar todas las anteriores a esta hora en la que estamos, aquí estoy yo para acordarme y remendar lo que haga falta: en mi poder están las hojas que un día escribió Germán Alcántara Carnero, los cinco testimonios que levanté entre sus muchachos, las noticias que en su día recorté yo de la prensa, las notas que tomé en su momento y el relato de los hechos que he debido imaginar para dar forma a esta historia: la historia de Germán Alcántara Carnero, de la región en que vivió y de la era que marcó a sangre y fuego, una historia que ya dije: no conviene asociar a esta palabra: curso, pues es antes que un continuo una galería de momentos.[5]

Vuelvo.
Vuelo porque la soberbia del narrador me agrada, con ese tono de me importa sólo lo que digo, como lo digo, porque lo digo así, porque es mi manera de relatarlo y no otra que puede ser la tuya pero que no, no es la de él. Vuelvo porque ese truco narrativo que alude a las formas estéticas como actos y experiencias comunicativas hacen de Germán Alcántara Carnero, el personaje principal, «Nuestrohombre», «el gringo», hijo de «Elprimero» y la «Quecontiente», hermano de Sagrario y Heredí y que olvidó a Anne Lucretius Ford y al Delmónico Macías Osorio. Vuelvo:

Porque en este punto de esta historia, una historia que por fin ya sabe cuál podría haber sido su comienzo aun a pesar de no tener comienzo y también sabe que seré yo en algún punto del relato un nudo más en su hilo, el instante que ahora importa es únicamente el instante que con menos luz irradia la existencia de nuestro hombre al volver sobre éste la mirada: un instante que aun así podría haber sido el comienzo de esta historia, nuestra historia, si alguien más la hubiera relatado y si éste: Alguienmás, nos presentara los sucesos deslumbrantes que sostienen la existencia de […] manera lógica, lineal, inmóvil, monolítica y vacía.[6]

Vuelvo por tercera vez.
Vuelvo, como «alguienmás», para enterarme que he leído «Una historia en la que luego de aceptar: [que] no seré nunca personaje, debería aceptar también: [a su vez, que] tampoco seré un nudo atado a su hilo […]».[7] Que he presenciado-leído fragmentos de vida de «[…] un hombre que sin saberlo fue su siglo y la de un lugar que se condensa aquí […]»,[8] allá. Vuelvo porque en todas las líneas la violencia es la historia y es acto narrativo; porque el filo del conflicto que se asoma en cada párrafo donde la solución es pelear y la razón se esconde en el entramado ilógico del relator y la agonía de su lector, se descubre todo, se descubre así como resultado de las acciones que, en el nódulo, está la tragedia imaginada de un ser como el que ahora lee, como el que mañana o esta noche abrirá el libro, no podrá escapar de su historia, ni huir menos de su sombra. Vuelvo al lugar imaginario que se construye en la narrativa, al que el personaje desea huir y sólo lo alcanza en la muerte.


[1]      Umberto Eco, Historias de las tierras y los lugares legendarios, Barcelona, Lumen, 2013, p. 7.
[2]     Emiliano Monge, El cielo árido, México, 2012, Literatura Mondadori, 508, p. 101.
[3]     Op. Cit., El cielo árido, p.45.
[4]     Cfr. Ramón López Velarde, «La bizarra capital de mi estado…», en La sangre devota, México, 1916.
[5]     Op. Cit., El cielo árido, p. 16.
[6]     Op. Cit., El cielo árido, pp. 59 a 60.
[7]     Op. Cit., El cielo árido, p. 161.
[8]     Op. Cit., El cielo árido, p. 13.


Publicado en el suplemento cultural«La Gualdra» del diario La Jornada Zacatecas, en http://ljz.mx/2015/04/13/la-gualdra-no-193/?doing_wp_cron=1428932140.2753911018371582031250


El programa del evento en: http://issuu.com/malinkagaby/docs/programa-escritores/1?e=3855944%2F11990882



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