En el programa del «Encuentro Internacional de Escritores», celebrado en el marco del «29 Festival Cultural Zacatecas», presenté y comenté «El cielo árido» (Mondadori, 2012) de Emiliano Mongue. He aquí el texto:
El autor de la novela y yo, detrás del dibujo de la novela.
Gracias, Martín Solares (léase con marcado sarcasmo)
De lectores,
narradores, personajes y lugares: Uno más de los
utópicos
lugares legendarios
Comentarios-Presentación a Cielo árido [Mondadori, 2012] de Emiliano Monge
[xxviii Premio Jaén de Novela]
[«Encuentro
Internacional de Escritores», «29 Festival Cultural Zacatecas», 2015]
por: Edgar A. G. Encina
«Este libro está dedicado a las tierras y a los lugares legendarios:
tierras y lugares porque a veces se trata de auténticos continentes […] y otras
veces de pueblos, castillos o […] viviendas», sentencia Umberto Eco en las
primeras líneas de sus Historias de las
tierras y los lugares legendarios.[1] Se trata
de una obra que no hace ni de diccionario ni de repertorio de lugares
inventados ni de compendio de circuitos legendarios o alimentados por la
mitología. Se trata de una obra que sí inscribe, en quince apartados, lugares
que han creado quimeras, utopías e ilusiones, porque muchos lectores han creído
que existen realmente, porque son sitios novelescos que sus lectores
fantásticos ansían identificar o descubrir o desean comparar. Son historias de
lugares y de tierras que cruzan la ciudad, el monte, la llanura, hasta perderse
en la noche, en el tiempo y reviven en la fuerza del relato como producto de la
invención lectora, que bien puede originar flujos de creencias o hacer realidad
tales reconocimientos.
Son historias de lectores, apenas un fragmento estelar en las infinitas
constelaciones que se descargan aplastando nuestras cabezas. Son historias en
que los lectores desean habitar y los buscan en la realidad o en sus mundos
fantásticos o que habitaron y huyeron porque no podían soportar el calor del
suelo o el ambiente frío que congela al respirar o las ventiscas terregosas que
ciegan con ardor. Son historias leídas, posiblemente parecidas a la realidad o
extraídas de la realidad o inspiradas por la realidad o todo lo contrario, que
pasman, alienta, evanecen, convulsan y dan materia para otras escrituras, para
otras lecturas y para otros fragmentos ideales que conforman los muy personales
lugares legendarios de historias de las tierras. Ahí quiero situar el Cielo árido que Emiliano Monge (Ciudad de México;
1978) narra de la meseta Madre Buena,
con sus abiertos espacios abrazados por la resequedad, el marchitante calor, el
altiplano que atestiguando la desaparición y la fuga revive la «[…] luz [que] arde en los ojos y el sol castiga a los hombres y a las
cosas […] cuando el sopor, la lentitud y los murmullos que deja tras de sí la
primavera se apoderan de la tierra[…]».[2] Cielo árido que, para fortuna, sólo está
interesado por:
[…] los quiebres que dirigen, entorpecen o desvían la
línea de una vida: cuatro hombres torturando un sacerdote, un muchacho que
atrapado en un baúl de hierro grita: ¡auxilio!, un par de jóvenes que huyen a
otra patria, un muchacho que se enfrenta a su padre, unos hombres que les
cortan a otros hombres las orejas y los párpados, un hermano que pregunta: ¿qué
le han hecho a mi hermana?, una mujer que al parir escucha decir a alguien:
¡viene muerto!, un perseguido que decide dejar sola a su pareja mientras huyen,
un hombre que nervioso toca en la puerta de una casa: esta puerta, esta casa y
este hombre que ahora vemos y que no son ni Germán Alcántara Carnero [personaje
principal] ni la puerta de su
casa.[3]
Cielo árido, se titula la novela de Monge, y ya desde ahí el tufo de
Juan Rulfo y Daniel Sada no se escapa del referente, un tufo de algo que está
por perderse y al Gran perezoso que habita los cielos parece sólo importarle
como espectáculo, un tufo de que todo se fue a la chingada y este canijo –su
autor- no la pone fácil en el recuento, en el relato de daños. Cielo árido, se titula la novela del tal
Monge, en la que cocina un personaje central que no es ni héroe, ni antihéroe,
ni villano, ni malora, ni todo lo contrario; en la que cocina con un narrador que
es personaje pero no es personaje y se debate por vestirse en la historia y al
tiempo le saca a los chingadazos; en la que cocina con un lector avisado,
advertido todo el tiempo, que es agredido implícitamente y se le dice que será,
que se le adelanta al precipicio y éste –masoquista- aguarda porque el
entramado estético-narrativo no le deja soltar el libro. Cielo árido que sabemos que es árido porque su autor, ese Monge, lo
dice aquí, ahí; que no lo dice pero lo cifra allá y acá; que sabemos cómo es
porque se parece al cruel lopezvelardeano[4] y que de
a poco construye la historia de una tierra.
Vuelvo.
Vuelvo, porque el círculo no quedó marcado. Vuelvo, porque en la arena,
cuando niño, hacíamos una moneda grande y al volver evadiendo al resguarda que
te congelaba salvabas tu vida, la de los congelados y la de todos tus amigos.
Vuelvo, como los perros hacen cuando orinan un poste, nada más para marcar
territorio, para molestar a los otros perros, para encontrar mi propio rastro.
Vuelvo porque sí, porque frente al novenario de «La renuncia», «La concepción»,
«La fortuna», «El alumbramiento», «La decepción y el desagravio», «La
desaparición y la fuga», «La conversión y el desamparo», «Los ascensos» y «Las
exequias», se trazó una galería de relatos a la manera de disección de
instantes, como faros en la niebla cada uno es intervalo que pudo ser el
comienzo o el entreacto de una vida, como la nuestra, que pasa su mayor tiempo
sin pasar nada. Vuelvo:
Por suerte para el curso de esta historia, una historia
que será mejor no asociar con esta idea: el curso, es decir: por suerte para
los saltos de esta historia, aunque nuestro hombre cumpla con lo que ahora, sin
dejar de ver el picaporte de la puerta, vuelve a prometerse, es decir: aunque
consiga olvidar todas las anteriores a esta hora en la que estamos, aquí estoy
yo para acordarme y remendar lo que haga falta: en mi poder están las hojas que
un día escribió Germán Alcántara Carnero, los cinco testimonios que levanté
entre sus muchachos, las noticias que en su día recorté yo de la prensa, las
notas que tomé en su momento y el relato de los hechos que he debido imaginar
para dar forma a esta historia: la historia de Germán Alcántara Carnero, de la
región en que vivió y de la era que marcó a sangre y fuego, una historia que ya
dije: no conviene asociar a esta palabra: curso, pues es antes que un continuo
una galería de momentos.[5]
Vuelvo.
Vuelo porque la soberbia del narrador me agrada, con ese tono de me importa
sólo lo que digo, como lo digo, porque lo digo así, porque es mi manera de relatarlo
y no otra que puede ser la tuya pero que no, no es la de él. Vuelvo porque ese
truco narrativo que alude a las formas estéticas como actos y experiencias
comunicativas hacen de Germán Alcántara Carnero, el personaje principal,
«Nuestrohombre», «el gringo», hijo de «Elprimero» y la «Quecontiente», hermano
de Sagrario y Heredí y que olvidó a Anne Lucretius Ford y al Delmónico Macías
Osorio. Vuelvo:
Porque en este punto de esta historia, una historia que
por fin ya sabe cuál podría haber sido su comienzo aun a pesar de no tener
comienzo y también sabe que seré yo en algún punto del relato un nudo más en su
hilo, el instante que ahora importa es únicamente el instante que con menos luz
irradia la existencia de nuestro hombre al volver sobre éste la mirada: un instante
que aun así podría haber sido el comienzo de esta historia, nuestra historia,
si alguien más la hubiera relatado y si éste: Alguienmás, nos presentara los
sucesos deslumbrantes que sostienen la existencia de […] manera lógica, lineal,
inmóvil, monolítica y vacía.[6]
Vuelvo por tercera vez.
Vuelvo, como «alguienmás», para enterarme que he leído «Una historia en la
que luego de aceptar: [que] no seré nunca
personaje, debería aceptar también: [a su vez, que] tampoco seré un nudo atado a su hilo […]».[7] Que he
presenciado-leído fragmentos de vida de «[…] un hombre que sin saberlo fue su
siglo y la de un lugar que se condensa aquí […]»,[8] allá.
Vuelvo porque en todas las líneas la violencia es la historia y es acto
narrativo; porque el filo del conflicto que se asoma en cada párrafo donde la
solución es pelear y la razón se esconde en el entramado ilógico del relator y
la agonía de su lector, se descubre todo, se descubre así como resultado de las
acciones que, en el nódulo, está la tragedia imaginada de un ser como el que
ahora lee, como el que mañana o esta noche abrirá el libro, no podrá escapar de
su historia, ni huir menos de su sombra. Vuelvo al lugar imaginario que se
construye en la narrativa, al que el personaje desea huir y sólo lo alcanza en
la muerte.
[4] Cfr. Ramón López Velarde, «La bizarra capital de mi estado…», en La sangre devota, México, 1916.
Publicado en el suplemento cultural«La Gualdra» del diario La Jornada Zacatecas, en http://ljz.mx/2015/04/13/la-gualdra-no-193/?doing_wp_cron=1428932140.2753911018371582031250
El programa del evento en: http://issuu.com/malinkagaby/docs/programa-escritores/1?e=3855944%2F11990882
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