lunes, 7 de octubre de 2019

A propósito de «Luz (desecha)» de Miguel Ángel Cid


De libros brujos


Edgar A. G. Encina

Este artículo fue publicado en la revista Crítica. Fondo y forma



Susan en el quehacer de su lectura lleva un estricto ritual; por la mañana durante el desayuno y en la noche antes de dormir. Prefiere las novelas pesadas a las escuálidas que abundan en el mercado; la temática le funciona siempre que antes haya leído un par de reseñas. Nunca va a tientas ni a ciegas. Siempre, pero siempre, debe saber a dónde y por dónde. De entre sus manías resalta la predilección por subrayar con marcador amarillo las palabras que llevan «x» y con rosa o azul los espacios que se hacen entre las palabras. Días atrás, Susan me llevó Al límite (TusQuest, 2014) de Thomas Pynchon para que atienda las páginas 230 y 231. «Son magníficas —pronunció— un suave contoneo de hamaca que va y viene y al centro te da un breve váguido, como si el corazón quisiera detenerse…», a lo que, seguido, me arrebató el libro, lo cerró y esperó mi reacción. No es la primera ni la duodécima vez que acomete su trasegado protocolo, aunque todo el tiempo obtiene la misma respuesta: tonto de mí, pongo ojos de plato, brazos cruzados y palabras titubeantes que nada articulan. La salvedad es que esa semana le esperaba; había articulado un plan simple, pero profundamente malévolo.
Las secciones detonantes que atraen la mirada de Susan en las lecturas son páginas de alargados párrafos donde los espacios entre palabras se conectan, produciendo con sus marcadores rosa o azul figuras. Alguna vez creí distinguir un rostro, en otro una patita de perro u otra señal; esa última ocasión fueron líneas escurridas y puntos manchados, gotas de agua pegadas al parabrisas que se paran y engordan o que corren abriendo brecha por su lizo recorrido. Es de suponerse que a la fecha jamás he leído aquellas magnificencias que amenazan con provocarme un paro cardiaco, pero sí que he visto una mujer, el andar de un cuadrúpedo y una tarde lluviosa. Me pregunto si ¿será que Susan invita a iniciarme a un rito secreto y debo desvelar sus acertijos?, ¿o es su forma de revelarse como consumada lectora de imágenes encubiertas?, ¿o que me quiere llevar a su lugar de locura para tenerme de vecino? Esa ocasión, tuvo la más malvada y terrible de las respuestas; una contestación infernal que devoraría su alma, haciendo de su espíritu chicharrón en salsa verde.

«Susan —increpé— ¿has leído esto?», al tiempo que acercaba Luz (desecha) (Policromía, 2019) de Miguel Ángel Cid. En lo profundo de su intimidad se debatió por no abofetearme y endilgándome maldiciones. Puse cara de póquer. Apostaba un giro dramático propiciado por su falta de deferencia a libros de cuerpo delgado. Arremetí. En la página 25 escucharás el aullido de un coyote, en la 30 el timbaleo de unas maracas y en la 51 una cuesta que amenaza con venir abajo; la vida, pues, un recorrido extraviado, un mapa de trajín del que debes estar atenta porque, como advierte Gombich, son imágenes conjuradas que no debes fiar porque apelan a la parte más baja del alma y de la imaginación (Arte e Ilusión; Debate, 1998). Una lectura corruptora. Echado el lazo, quedó apretar fuerte el cuello: Ve a tientas —advertí— porque aquí está el espíritu de objetos que exploran las debilidades, es la advertencia transformada en papel de lo que Platón vio como algo próximo a la brujería o la prestidigitación (La República, Akal, 2009), matizada por un guion amistoso de Yolanda Alonso y la advertencia del autor que anota la palabra pasión casi con negrillas. Cuida cada página pues, como haz escrito, «el libro no es un arreglo enteramente satisfactorio para poner en circulación general conjuntos de fotografías. La sucesión en que han de mirarse las fotografías la propone el orden de las páginas, pero nada obliga a los lectores a seguir el orden recomendado ni indica cuánto tiempo han de dedicar a cada una» (Sobre la fotografía, De bolsillo, 2008).
Han pasado un par de semanas. La ausencia más larga desde que inició sus aturdidas visitas. Antes de terminar la lectura levanto por tercera vez la mirada, le busco en el público y no, no ha venido. Quizá fue excesivo. Quizá si es un libro brujo que amilana endebles corazones y su autor es portador del espíritu de un viejo chamán que sacraliza con la mirada y un clic.
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