[imagen: corazón de Apolo]
Monstruo de papel
De cómo el papel es cárcel y liberación,
país de fantasmas y ecos
Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista digital Quehacer
La famosa cita de Franz
Kafka (Praga, 1883-1924) que advierte: «los besos por escrito no llegan a su
destino, se los beben por el camino los fantasmas» fue motivada por Milena Jesenská
(Praga, 1896-1944). Escritora ligada a la escuela de la Bauhaus y muerta al
poco tiempo de su liberación del campo de concentración de Ravensbrük, fue para
el autor de La metamorfosis primera traductora de su trabajo y «fuego
vivo» inspirador de Cartas a Milena. De ella sabemos más
a detalle por Milena, biografía que Margarete
Buber-Neuman (Alemania, 1901-1989) trazó a partir de la estancia compartida en
Ravensbrük reivindicando la salud mental de esta feminista pincelada de
lesbianismo, desencantada de la urss,
enfrentada con el nazismo y célebre por escandalizar en bares y cafés de Viena
y Praga, y por su adicción a la morfina.
En
el contexto general de la frase, Kafka destiñe el temor implícito, similar al
de los sueños que en la vigilia se desvanecen en el primer sorbo de café y vuelven
en déjà vu sin sentido.
Las personas
casi nunca me han traicionado, pero las cartas siempre; y en verdad no las
ajenas, sino justamente las mías […] Escribir cartas, sin embargo, significa
desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan ávidamente. Los besos por escrito
no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas. Con este
abundante alimento se multiplican, en efecto, enormemente. La humanidad lo
percibe y lucha por evitarlo; y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre
las personas y lograr una comunicación natural, que es la paz de las almas, ha
inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano, pero ya no sirven, son
evidentemente descubrimientos hechos en el momento del desastre. El bando
opuesto es tanto más calmo y poderoso, después que el correo inventó el telégrafo,
el teléfono, la telegrafía sin hilos. Los fantasmas no se morirán de hambre y
nosotros en cambio pereceremos.
Tremebundos.
Son los espacios kafkianos. Sitios habitados por naturalezas posibles e intangibles,
aderezados con símbolos inflamados en el que la condena es un ejercicio vital
irrenunciable. Acá es la escritura. En ella recae el origen de lo «fantasmal» que
se alimenta de la palabra escrita, aspirándonos, deteriorándonos hasta el
quebranto. Empero, a ese perverso hábitat lo sostiene una paradoja: el
papel es tierra fértil, hogar de júbilo y cárcel infranqueable. Aún con los
avances tecnológicos que liberan estos espectros y que cada letra burilada es
nombre y vida espectral, el papel es paraje que los ata al desdén, a la aflicción,
a la enfermedad y envejecimiento. Ese antiguo invento chino de más de dos mil años
de antigüedad, creado en los orígenes del tiempo donde el mito ensancha sus
raíces y los seres humanos sabían dónde estaban los dioses, fue concebido como
piedra de toque.
Dice Arnoldo Kraus (Ciudad de México, 1951) en Apología del papel (Sexto piso, 2019): «Somos papel. Habitarlo fortalece. Quien escribe por oficio o placer, al hacerlo, se desdobla, se retrata a sí mismo. Los papeles escritos para mirar y mirarse son, Freud lo sabe, un alter ego». Somos visión e ilusión de nosotros mismos contenidos de una extraña y singular forma. No sólo la escritura nos debilita y alimenta ese otro que también somos, junto al papel es vida, tiempo, liberación y cárcel; quizá por eso en esa Apología Vicente Rojo (España, 1932) optó por ilustrar la lectura con papel de china. Expresión cultural mexicana que se utiliza para celebrar, recordar y decorar; que en sus huecos —ahora es tan claro— se sienten las miradas de esos prisioneros que ansían la liberación y al mismo tiempo no desean, jamás, salir de allí. Cóncavos del rostro, el papel de las cartas de Kafka, de la novela de Margarete Buber, del subrayado de Kraus y del de china de Rojo es como este que lees, digital o material: es cárcel y liberación, país de fantasmas y ecos vivos.
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