Interiores de la biblioteca del palacio de Buckingham
Grandes esperanzas
De series y novelas
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Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista Quehacer universitario
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Este fin de semana pude ver la tercera temporada de The Crown, la serie escrita por Peter Morgan, musicalizada principalmente por Hans Zimmer y producida por Stephen Daldry y Peter Morgan, que recrea el ascenso y la monarquía de la reina Isabel ii de Inglaterra. Culpo a los algoritmos de mi llegada tardía, aunque también celebro el retraso que me deja fresco al estreno siguiente, el de la cuarta temporada el 15 de noviembre. Ignoro los motivos que me impidieron buscarla directamente en la plataforma, porque tenía los antecedentes de haber leído algunas críticas y comentarios que ponderaban la producción, la calidad visual y la fineza tratada en asuntos políticos y relaciones de poder. Lo que he visto no desmejora con las anteriores entregas en ningún aspecto. Por el contrario, encuentro algunos valores estéticos y actuaciones que sobresalen en el manejo narrativo de la serie que provoca no soltarle hasta el final.
De lo anterior, lo que más me ha llamado son las vistas a la sala privada de la familia y al despacho principal en el Palacio de Buckingham. Ambos escenarios comparten por igual un fantástico decorado, con estantes de libreros pegado por las cuatro paredes y atestado por guiño ejemplares de elegantes portadas. En medio de estos escenarios que en su recubrimiento que no dejan centímetro libre para otro impreso aparecen los cómodos sillones y una televisión o el distinguido escritorio victoriano cargando algunos documentos y enceres de trabajo. Sin embargo, a la reina no se le verá leer.
Preciso, ella jamás leerá libros allí, que sí documentos oficiales y cartas. Contrario a la imagen preconcebida, en esos espacios que son para el recogimiento personal o las labores cotidianas no hay lugar para la lectura lúdica ni el ojeo fortuito, a pesar de que se sugieren los libros como joyas. ¿Sería un mero acto voluntarioso e inocente pensar en Isabel como lectora de literatura? Ignorante del tema, acudí a las fuentes y en medio de la vorágine de títulos recomendados, me he pedido la traducción que Jaime Zulaika realizó para Anagrama de The Uncommon Reader (Una lectora nada común) de Alan Bennett. Ha sido esta y no otra porque acá se sugiere que la:
reina de Inglaterra que, un buen día, descubre en su jardín el vehículo de una biblioteca móvil del ayuntamiento, aparcado junto a las puertas de las concias de Palacio. Sorprendida, se acerca, ausculta, pr
egunta y decide llevarse un libro. Empieza entonces todo el periplo de los miércoles en los que la reina cambiará un libro leído por otro nuevo. Dejará su estatura hierática que sólo se ocupaba del «deber», para acercarse al mundo de los libros, que le mostrarán vidas ajenas, sentimientos humanos y experiencias diferentes, con verdadero
detalle. Su
consejero es un joven pelirrojo que trabaja en la cocina palaciega y cuya
pasión siembre fue la lectura [ha escrito Jacinta Cremades en El cultural].
Lo he hecho porque conozco el trabajo y humor característico de Alan Bennett en las traducciones de Anagrama con las novelas Con lo puesto, Dos historias nada decentes y La dama de la furgoneta, de la que han hecho película. A pesar de que noviembre parece aún lejano, me he querido preparar para la siguiente entrega de la serie animando poco o mucho las grandes esperanzas de que la reina al fin lea en estos lugares y, también, iniciar una línea de tiempo para imaginar qué puede estar leyendo en la recámara, antes de dormir.
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