lunes, 29 de marzo de 2021

En camino al decálogo del librero de viejo

 

ilustración de Tom Vroman, 1964

De libros y librerías de viejo

En camino al Decálogo del buen librero de viejo

 

Edgar A. G. Encina

 

Apertura

La tarde del ocho de marzo Isabel Grañen Porrúa, Presidenta de la Fundación Harp Helú Oaxaca y autora de Los grabados en la obra de Juan Pablos (Porrúa, 2010), dio parte de la noticia en Twitter:


Tristes despedidas en estos tiempos. Hoy perdimos a uno de los más grandes libreros de México, esos que escasean, el muy querido Enrique Fuentes, propietario de la Librería Madero. Una pérdida que deja una gran ausencia en el mundo del libro.

Sin acotaciones, porque el libro es universal, el evento removió buena parte del circuito cultural del país. A Enrique Fuentes se le debe mucho por muchos; su trabajo silencioso alimentó la producción creativa, académica e intelectual de, por lo menos, buena parte de los últimos 40 años. Fue, es, una barca en el océano. Personalmente le conocí en 2013 cuando, en vez de irme a un congreso de Filología en la unam, preferí tomar la aventura por la Donceles. Fue pieza clave para entender rápido el proceso editorial del país y para rascar de aquí y de allá hojas sueltas, revistas y libros. En la navidad de 2017 me envió Imagen de México. Mapas, Grabados y Litografías de Electra L. Mompradé y Tonatiúh Gutiérrez, editado por Salvat en 1976, para celebrar mi doctorado. El obsequio tenía truco, debí pagar el envío del impreso, que ronda los tres kilogramos, y hacerme cargo de las observaciones de un proyecto que meditaba llevar a imprenta. De entonces y hasta la fecha de su muerte la comunicación fluyó como río de montaña; claro, sin pausas.

 

Tradición y memoria

Enrique Fuentes representa, por lo menos, dos temas substanciales para el universo del libro en México. Uno, la tradición. Otro, el resguardo. Del primero vale citar lo que Juana Zahar Vergara especifica en Historia de las librerías de laciudad de México:


Fueron [los españoles] Tomás Espresate [Portbou, 1904; CdM, 1994] y Enrique Naval [1901-1958] los fundadores de la Librería Madero. La establecieron en la calle del mismo nombre, en el número 12, en 1950. Durante los dos primeros años, el acervo de la librería estuvo formado por “libros muy baratos”, por saldos que llegaban de Argentina y por libros de texto. Después cambió la política de selección y empezaron a imponerse de Francia, Estados Unidos e Inglaterra, revistas y libros de arte y de literatura en ediciones especiales, en encuadernaciones de lujo…

En los años ochenta se hizo cargo de la librería [la hermana de Alba Cama de Rojo] Ana María Cama [quien al tiempo administraba la Librería Londres]... La librería decayó por razones ajenas a sus dueños y desde [entre] 1988 [y 1989] quedó en manos de Enrique Fuentes Castilla, mexicano, originario de Saltillo, Coahuila. Fuentes desde muy joven tuvo el privilegio de vivir en contacto permanente con los libros, circunstancia que más adelante lo tornaría en un experto buscador tanto de novedades bibliográficas recién publicadas como de libros antiguos especialmente de historia y de literatura y también de libros agotados, según sus propias palabras.

 

El quehacer de Fuentes aportó a la librería alto sentido nacionalista y valor a las regiones, convirtiéndola en una del sector especializadas en temas mexicanos. También, como parte de las labores substanciales, no dejó en el olvido el otro oficio hermano; el de editor. Tomás Espresate y Enrique Naval, que ya antes en Argentina había formado con Epifanio Madrid la Editorial Bajel donde publicó Rafael Alberti, fundaron en 1996 la empresa Crédito Editorial, imprimieron algunos títulos en los Talleres Gráficos de la Librería con la participación de León Felipe y participaron en la creación de Ediciones Era, en 1960. Ana María Cama erigió, junto con Vicente Rojo, ediciones Artífice donde cooperó Esther Seglison Enrique Fuentes publicó algunos pocos títulos raros y legó la «edición homenaje» la Antigua Madero Librería: el arte de un oficio editada por Caja de Cerillos en 2012.

 

Decálogo a Resguardo

En respuesta al fallecimiento de Fuentes, Adolfo Castañón y Jorge F. Hernández publicaron artículos. El primero, con largas pinceladas, destella las reglas originales que debe tener un librero anticuario. El segundo, en relación con el universo borgiano de la biblioteca, piensa en la Librería como un lugar imperecedero; el Edén. Ambos, a su manera, suman las normas que debe tener el vendedor de libros de viejo; del anticuario bibliófilo que se viste de «consejero espiritual», «tejedor de vidas» e imaginaciones, «suerte de sacerdote o banquero» que custodia.


1.        El librero tiende puentes con el tema de comercialización y alimenta bestias invisibles que engendran bibliotecas

2.        Pregunta, atiende y responde; es un conversador caudaloso y sorprendente

3.        Conoce los libros por fuera y por dentro; sabe lo que está en juego

4.        Expande redes, es cazador avezado y comprador leyente

5.        Alma edificante y foco subversivo; eje de imantación del espacio social

6.        Tiene rigor crítico, comercial y desapego; considera los productos paladares

7.        Es mediador, agente y artífice

8.        «…hombre con algo de homérico y de cristiano viejo, con algo de gambusino y de viajero»[4]

9.        Es artista de un oficio amoroso, paciente testigo de mostrador que convoca en el aquelarre invisible a la conversación

10.    «librero, librero, tienes, cuando eres mueble, alma consejera y, cuando eres comerciante, espíritu de acaparador…»

 

Cierre

Agrego en las notas personales un par de dudas que me inquietan. ¿qué futuro le depara a la Librería Madero?, ¿el siguiente en el orden continuará la tradición y el orden del resguardo? La librería es una construcción de la modernidad. Su ascenso fue de la mano del libro impreso, aquel que revolucionó Gutenberg a finales del siglo xv; de entonces a la fecha ha tenido fases, evoluciones, cambios y adaptaciones. Entrada, apenas, la segunda década del segundo milenio sobre la librería se ha posado tormenta; el libro digital, el avasallamiento del pdf, la piratería y, en menor medida, las fotocopias, han asestado golpes de mareo al mercado del libro. Quien más lo reciente son ellas, las librerías de todo tipo; de nuevo, no tan nuevo, de viejo, de barrio, en el mercadillo o en el zaguán y de mano en mano. Estas librerías, como la Madero, han pasado a llenar las redes con fotografías de imágenes románticas y hasta melancólicas; lugar edénico para el famoseo que se cimbra en la crisis. Si usted ve una no lo dude, entre y compre un par de impresos, poesía, filosofía y narrativa breve viene bien ahora.


 

 

 

miércoles, 3 de marzo de 2021

Notas al centenario luctuoso de López Velarde: cartas al mentor

 

Sylvie Vanlerberghe, «Noticias de la mañana», 1963, óleo, 60x60cms.


Cartas al  mentor 

Apuntes para leer la correspondencia
entre Ramón López Velarde y Eduardo J. Correa


Este es el primer párrafo de documento publicado en la revista electrónica Quehacer y que forma parte de un proyecto que revisa los ambientes y las culturas librescas que habitó Ramón López Velarde, próximo a publicarse.


  

«Respetable y querido amigo: Esta carta le lleva mi felicitación por el nacimiento de su hijito Luis…», escribe el joven Ramón López Velarde (Jerez, Zacatecas; 1888-1921) a Eduardo J. Correa (Encarnación de Díaz, Jalisco; 1881-1942) en correspondencia fechada el 14 de octubre de 1907. El primero tiene 19 años, el segundo 26. Enfrentamos la escena donde uno es el poeta en ciernes y el otro su mentor. La correspondencia proviene de Jerez, donde el remitente se encuentra desde el 28 de septiembre para disfrutar de las vacaciones veraniegas del Instituto de Ciencias de Aguascalientes donde cursaba la Escuela Preparatoria. Es probable que la misiva fuera escrita en casa de los abuelos o de Salvador Berumen, donde parecía andar más cómodo, y que el destinatario la leyese en la oficina del periódico. Es la carta más antigua de la que se tiene registro.



De las Presentaciones de libros

  Jan Saudek, Marriage presentaciones de libros Notas para un ensayo   Edgar A. G. Encina       No recuerdo donde leí a Mario ...