De libros y librerías de viejo
En
camino al Decálogo del buen librero de viejo
Edgar A. G. Encina
Apertura
La
tarde del ocho de marzo Isabel Grañen Porrúa, Presidenta de la Fundación Harp
Helú Oaxaca y autora de Los grabados en la obra de Juan Pablos (Porrúa,
2010), dio parte de la noticia en Twitter:
Tristes despedidas en
estos tiempos. Hoy perdimos a uno de los más grandes libreros de México, esos
que escasean, el muy querido Enrique Fuentes, propietario de la Librería
Madero. Una pérdida que deja una gran ausencia en el mundo del libro.
Sin
acotaciones, porque el libro es universal, el evento removió buena parte del
circuito cultural del país. A Enrique Fuentes se le debe mucho por muchos; su
trabajo silencioso alimentó la producción creativa, académica e intelectual de,
por lo menos, buena parte de los últimos 40 años. Fue, es, una barca en el
océano. Personalmente le conocí en 2013 cuando, en vez de irme a un congreso de
Filología en la unam, preferí
tomar la aventura por la Donceles. Fue pieza clave para entender rápido el
proceso editorial del país y para rascar de aquí y de allá hojas sueltas,
revistas y libros. En la navidad de 2017 me envió Imagen de México. Mapas,
Grabados y Litografías de Electra L. Mompradé y Tonatiúh Gutiérrez, editado
por Salvat en 1976, para celebrar mi doctorado. El obsequio tenía truco, debí
pagar el envío del impreso, que ronda los tres kilogramos, y hacerme cargo de
las observaciones de un proyecto que meditaba llevar a imprenta. De entonces y
hasta la fecha de su muerte la comunicación fluyó como río de montaña; claro, sin
pausas.
Tradición y memoria
Enrique
Fuentes representa, por lo menos, dos temas substanciales para el universo del
libro en México. Uno, la tradición. Otro, el resguardo. Del primero vale citar
lo que Juana Zahar Vergara especifica en Historia de las librerías de laciudad de México:
Fueron [los españoles] Tomás
Espresate [Portbou, 1904; CdM, 1994] y Enrique Naval [1901-1958] los fundadores
de la Librería Madero. La establecieron en la calle del mismo nombre, en el
número 12, en 1950. Durante los dos primeros años, el acervo de la librería
estuvo formado por “libros muy baratos”, por saldos que llegaban de Argentina y
por libros de texto. Después cambió la política de selección y empezaron a imponerse
de Francia, Estados Unidos e Inglaterra, revistas y libros de arte y de
literatura en ediciones especiales, en encuadernaciones de lujo…
En los años ochenta se
hizo cargo de la librería [la hermana de Alba Cama de Rojo] Ana María Cama
[quien al tiempo administraba la Librería Londres]... La librería decayó por
razones ajenas a sus dueños y desde [entre] 1988 [y 1989] quedó en manos de
Enrique Fuentes Castilla, mexicano, originario de Saltillo, Coahuila. Fuentes
desde muy joven tuvo el privilegio de vivir en contacto permanente con los
libros, circunstancia que más adelante lo tornaría en un experto buscador tanto
de novedades bibliográficas recién publicadas como de libros antiguos especialmente
de historia y de literatura y también de libros agotados, según sus propias
palabras.
El
quehacer de Fuentes aportó a la librería alto sentido nacionalista y valor a
las regiones, convirtiéndola en una del sector especializadas en temas
mexicanos. También, como parte de las labores substanciales, no dejó en el
olvido el otro oficio hermano; el de editor. Tomás Espresate y Enrique Naval,
que ya antes en Argentina había formado con Epifanio Madrid la Editorial Bajel
donde publicó Rafael Alberti, fundaron en 1996 la empresa Crédito Editorial,
imprimieron algunos títulos en los Talleres Gráficos de la Librería con la
participación de León Felipe y participaron en la creación de Ediciones Era, en
1960. Ana María Cama erigió, junto con Vicente Rojo, ediciones Artífice donde cooperó
Esther Seglison Enrique Fuentes publicó algunos pocos títulos raros y legó la «edición
homenaje» la Antigua Madero Librería: el arte de un oficio editada por
Caja de Cerillos en 2012.
Decálogo a Resguardo
En
respuesta al fallecimiento de Fuentes, Adolfo Castañón y Jorge F. Hernández
publicaron artículos. El primero, con largas pinceladas, destella las reglas
originales que debe tener un librero anticuario. El segundo, en relación con el
universo borgiano de la biblioteca, piensa en la Librería como un lugar
imperecedero; el Edén. Ambos, a su manera, suman las normas que debe tener el vendedor
de libros de viejo; del anticuario bibliófilo que se viste de «consejero
espiritual», «tejedor de vidas» e imaginaciones, «suerte de sacerdote o
banquero» que custodia.
1.
El
librero tiende puentes con el tema de comercialización y alimenta bestias
invisibles que engendran bibliotecas
2.
Pregunta,
atiende y responde; es un conversador caudaloso y sorprendente
3.
Conoce
los libros por fuera y por dentro; sabe lo que está en juego
4.
Expande
redes, es cazador avezado y comprador leyente
5.
Alma
edificante y foco subversivo; eje de imantación del espacio social
6.
Tiene
rigor crítico, comercial y desapego; considera los productos paladares
7.
Es
mediador, agente y artífice
8.
«…hombre
con algo de homérico y de cristiano viejo, con algo de gambusino y de viajero»[4]
9.
Es
artista de un oficio amoroso, paciente testigo de mostrador que convoca en el
aquelarre invisible a la conversación
10. «librero, librero,
tienes, cuando eres mueble, alma consejera y, cuando eres comerciante, espíritu
de acaparador…»
Cierre
Agrego en las notas personales un par de dudas que me inquietan. ¿qué futuro le depara a la Librería Madero?, ¿el siguiente en el orden continuará la tradición y el orden del resguardo? La librería es una construcción de la modernidad. Su ascenso fue de la mano del libro impreso, aquel que revolucionó Gutenberg a finales del siglo xv; de entonces a la fecha ha tenido fases, evoluciones, cambios y adaptaciones. Entrada, apenas, la segunda década del segundo milenio sobre la librería se ha posado tormenta; el libro digital, el avasallamiento del pdf, la piratería y, en menor medida, las fotocopias, han asestado golpes de mareo al mercado del libro. Quien más lo reciente son ellas, las librerías de todo tipo; de nuevo, no tan nuevo, de viejo, de barrio, en el mercadillo o en el zaguán y de mano en mano. Estas librerías, como la Madero, han pasado a llenar las redes con fotografías de imágenes románticas y hasta melancólicas; lugar edénico para el famoseo que se cimbra en la crisis. Si usted ve una no lo dude, entre y compre un par de impresos, poesía, filosofía y narrativa breve viene bien ahora.
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