jueves, 27 de mayo de 2021

Reflexiones en torno a «Las Fiestas del Libro» de Édgar A. G. Encina



 Reflexiones en torno a Las Fiestas del Libro
de Édgar A. G. Encina

Por: Salvador Lira

Este artículo fue publicado en la página 22 de la revista digital Quehacer
de la Universidad Autónoma de Zacatecas


En los últimos años se han destinado una serie de esfuerzos relevantes, tanto en la Academia, como en el mundo literario, para reflexionar en torno a los avatares del Libro. Desde las investigaciones se han suscitado proyectos y amplios resultados sobre su historia, las imprentas, los grabados, las sociabilidades y más recientemente las marcas de sello o posesión. En el mundo de la literatura, por su parte, ha sido el pensamiento de sus nuevos formatos, las posibilidades de escritura en el mundo de las interconexiones, el traspaso de la experiencia lectora o bien el fenómeno de “posesión”, por cuanto que la aparición del libro electrónico ha hecho que las editoriales pongan un mayor interés en el cuidado de ediciones impresas y también digitales.

Retomo ambos puntos de partida a propósito del reciente título Las Fiestas del Libro de Édgar A. G. Encina.Aunque pareciera que tales miradas no serían del todo “compatibles”  por sus propósitos –unabusca el generar conocimiento, la otra el placer estético–, el presente libro tiene tal particularidad de hacer un binomio entre la escritura de saber intelectual (con implícitos teoría y método), así como el mal de la escritura, en el desasosiego del yo escribo o, en palabras del autor, yo releo.

De esta manera, son tres los tópicos que destaco del presente título, (1) la ritualidad festiva de las letras, (2) la pervivencia de la escritura literaria y (3) la nostalgia por los muchos libros, los muchos festivales.

Respecto a las ritualidades festivas de las letras, Édgar A. G. Encina propone una nueva mirada de revisión historiográfica. Por lo general, los investigadores del libro han postulado sus revisiones en torno a la trasmisión de obras en espacios o corredores fundamentalmente en la Edad Moderna y su traspaso a la Contemporánea.

Este libro reflexiona e incide en las formas o cuestiones de los festivales o ferias de libros. Las comparativas que realiza respecto a espacios como la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, la Feria Internacional del Libro en Madrid o el Hay Festival, entre otros, ofrece una fórmula novísima en la revisión, no sólo desde el marketing, sino en perspectiva del valor cultural, político, social e inclusive psicológicodel que envuelve la materialidad del objeto libro.



Hay una especial atención, por ejemplo, en el ensayo [autógrafos]. Édgar A. G. Encina señala las dimensiones culturales y sociales que giran alrededor de una presentación editorial y la solicitud de firma por parte de los “consumidores”. “Viven los que valoran su biblioteca por la colección de autógrafos; jactanciosos van adquiriendo las más de las obras en presentaciones a sabiendas de que el escritor estará a dispuesto a soltar la pluma con frías improntas. […] de ese rasguño de tinta que anote “Querido”, “Apreciado” o “Estimado” en la glacial apertura de la dedicatoria.” Se trata, en suma, de un protocolo aceptado por la sociedad mercantil del festival y la presentación de un libro, una especie de entronización del autor y de la obra.

Como forma ritual, aquí estamos, dos grandilocuentes que lanzan aseveraciones para el consumo de la novedad editorial. Disertaciones del autor por su manera y griego perfil de ver el mundo, sus letras, sus propósitos y los agradecimientos. La venta o gratuidad de la obra, para su nueva formulación y –cuando los recursos hay–, el espaciodel brindis gratuito con el tiempo suficiente para felicitar al autor y solicitar su firma (de suerte que ahora la virtualidad impide el testimonio y autógrafo en pluma BIC).



Más allá de esta ironía, el asunto es la manera en que el libro se inserta en las intermediaciones de la posesión actual. No veo a un Góngora en una mesa presentando sus Soledades y destilando la pluma al “Estimado Quevedo”, como opción y posicionamiento. Más aún, toda esta producción que inclusive se deja en las fórmulas fortuitas de la misma producción editorial actual. Lo que hace Édgar A. G. Encina es propiciar es una reflexión que documenta y estima las posibilidades de la producción comercial del libro, la lectura y las dimensiones que, así como por ejemplo se notan en el más reciente título de Dartnon, veremos como parte de la circulación en la cultura letrada entre la galaxia Gutenberg y el universo deZuckerberg.

El segundo tópico, es el de la pervivencia literaria. A. G. Encina es lector y escribe. Verdad de Perogrullo, aunque lo hace desde el género de la diatriba. Poco más de una veintena de ensayos en donde se asisten las voces del académico, el deseo del literato y el yo lector. El libro se inserta en la tradición de autores como Guillermo Sheridan –por el estilo mordaz y sus paisajes intelectuales a manera de álbum–, así como el de Gabriel Zaid por las obsesiones librescas y sus vueltas de sí. Juegos de escritura, desasosiego por el consumo, saudade con música de los Auténticos Decadentes, porque quizá la propiedad no implica lectura.

Este libro hace reflexionar sobre el presente del ensayo literario. ¿Es argumento, glosa, dato o placer estético? ¿Impersonal, en plural o solitario? ¿Contestatario, erudito o universal? “Somos peces que mordemos el anzuelo”, sentencia en la crisis de las editoriales y en la posibilidad de aquel estigma que no a la gran mayoría de los autores les gusta pensar, las agencias.

Finalmente, el tercer tópico es la nostalgia por los muchos libros, los muchos festivales. La obra reitera una cita de Steiner, que hace pensar en la inmensidad y el saber, como razón contrastable a la tristeza humana. Los proyectos editoriales y los proyectos de presentación sin duda –este Festival da prueba– sufren de trasformaciones que van más allá de cualquier pandemia. Es el acto mismo de la novedad, la creación y, en su circulación, la libertad de tomar, pertenecer. El lado “b” del libro, ¿sería la piratería? 

Las Fiestas del Libro es una revisión y a la vez nostalgia de las ritualidades del libro y el hombre.




jueves, 13 de mayo de 2021

José Méndez, «Para escuchar “Así leo cuando veo” de Edgar A. G. Encina»

 


Alguien dice algo que sólo puede ser escuchado
Para escuchar Así leo cuando veo de Edgar A. G. Encina

 

José Méndez

 Versión publicada en la revista electrónica Quehacer

 

 

En agosto de 2020, a pesar de las circunstancias que aquejan a la industria internacional, Christopher Nolan estrenó en cines Tenet (2020), poco bastó para que las críticas sucumbieran entorno a la mezcla de sonidos que el director experimenta en el filme. Lejos de la mancuerna que hasta Dunkirk (2017) había realizado con Hans Zimmer, lo nuevo de Nolan manifiesta un campo sórdido que recompone los sentidos más extraños que experimenta el ser. La mezcla de sonidos y el soundtrack corren a cargo del mencionado y del compositor Ludwing Göransson quien recientemente se había hecho acreedor al Oscar por Black Panther (2018).

La crítica, de quienes tuvieron la oportunidad de ver el largometraje en la pantalla grande, no se hizo esperar, la mayoría asegura que el sonido se antepone a los diálogos, por ende, se pierde el sentido de la imagen y la trama que, dicho sea de paso, hay que ser un erudito en las matemáticas y obstinado del tiempo para contemplar la estética.

Ahora bien, para algunos, la música y lo que en ella se experimenta, está lejos de lo que la mancuerna Nolan-Zimmer había logrado en la trilogía del Caballero de la Noche (2005, 2008, 2012). Ante la disputa, el director manifiesta que lo que se escucha o no dentro de Tenet (2020) está minuciosamente considerado, esto como el resultado de una dirección ultraconsciente. A lo anterior, hay que agregarle que a lo largo de dos horas con 30 minutos que dura el filme, podemos escuchar la respiración del director, un trance que hace más caótico el experimento.

Ante lo expuesto, la mezcla de sonidos, las imágenes y las letras pretextadas por Edgar G. Encina en Así leo cuando veo, son parte del sueño y la melancolía que pretende al momento de reavivar la fantasía y la memoria. El giro del tiempo que una fotografía provoca en el lector es desmenuzado de forma meticulosa que incluso la lectura se llena de pigmentos a color, en ocasiones, a blanco y negro, porque ¿quién nos asegura una alta resolución en la interpretación de una imagen? No obstante, el autor lo logra y no sólo eso, desvela lo que detrás de ésta se escucha, poner un soundtrack a una imagen es labor de guionista o aficionados a la atmosfera, no así, a la locura.

La lectura en Así leo cuando veo, se manifiesta como un juego de niños, un canto que se guarda en el rincón más inocente de la memoria, ahí donde la luz alcanza a vislumbrar unos zapatos recién lustrados, la música que acompaña los nueve ensayos y la presentación construyen un castillo de arena capaz de remitirnos a la añoranza y el dolor, a los pies descalzos sobre el barro impregnado de llagas, a las uñas pobladas de tierra que sujetan esas botellas vacías de Coca-Cola saturadas de canicas y es que, la mejor forma de recordar una imagen y todas su letras es a través de la contemplación pura de la ingenuidad que provocan éstas.

Gaspar Noé, cineasta argentino que, hace cine francés dicho sea de paso, advierte que la magia de éste proviene del hecho de que los niños memorizan mejor las cosas con las canciones, la voz de un niño puede resultar más conmovedora que la voz de un adulto, incluso, asegura, la escena donde un personaje canta, puede ser la mejor de la película. Espor ello que, el clímax que se avecina desde las primeras letras pronunciadas en la obra de

G. Encina nos orillan a la incertidumbre y el deseo, a la nostalgia, en cada línea cerrada se está a la espera de que el escritor nos muestre su mejor voz y enfatice el canto, aunque no así, por momentos, sí logramos escuchar, al puro estilo de Nolan, su respiración entintando su mejor ensueño.

En Dunkirk (2017) de Christopher Nolan, musicalizada por Hans Zimmer, nos ofrecen una lectura del tiempo por medio de la música que a lo largo de la película se convierte en sonido, ésta al mismo tiempo, asume el rol de protagonista, el borde de la silla se ocupa ante la perplejidad y la desesperación, pues es preciso mencionar, que los diálogos son menos ante la inminente saturación y mezcla de sonidos encontrados en la atmósfera, basta con mencionar que desde el inicio de la cinta deben pasar dos minutos con 30 segundos para que se pronuncie el primer diálogo de los pocos que encontramos en la hora con 46 minutos que dura la cinta. La analogía es clara, en el libro que ahora presentamos, tiene que pasar una Presentación y un párrafo más del primer ensayo para encontrar las primeras reminiscencias a una canción, sin embargo, desde la portada podemos escuchar la saturación de sonidos e instrumento que nos aguardan, la pluma del autor se manifiesta como una voz en Off que nos remite a los filmes de Terrence Malick. La imagen es la gracia y el resultado de la música y las palabras vivas.

Edgar G. Encina, logra en plenitud un silencio interno para exaltar con su razón y movimiento una musicalización de cada letra pronunciada, el goce y el éxtasis son un juego de lenguaje que sustituye una Babel, la simbiosis es latente al momento de versificar la imagen, a la manera de Emmanuel Lubezki, la fotografía sale de su eje más plano para procurar una oscilación entre la pendiente y su pintura, los óleos más claros, su semilla más viva recrean el tránsito del entresueño al sopor de los acordes literarios.

La fotografía, la música y la literatura que pretexta nuestro autor es un cuerpo delgado que reviste la sombra a contra luz, es la saturación exquisita de un tiempo y sus acordes musicales, en Así leo cuando veo, la forma no es la letra y sus significado, es la oscuridad donde se guarda el cuerpo anticipándose y atestiguando la soledad, es en voz del autor, un pre-guion, que para nosotros, inventa la mejor forma de hacer ensayo, es un filme consagrado en una lectura perfecta, el tiempo se sujeta a una hora 46 minutos con el mejor soundtrack de su elección.




Notas al centenario luctuoso de López Velarde: los juegos, las fiestas, el poeta

Euterpe, R. Wilhem Ekman



Los juegos, las fiestas, el poeta
Notas al Centenario del luctuoso de Ramón López Velarde

 

Edgar A. G. Encina

Este es el primer párrafo de documento publicado en la revista electrónica Quehcaer y que forma parte de un proyecto que revisa los ambientes y las culturas librescas que habitó Ramón López Velarde, próximo a publicarse.

 

 Entre las décadas de 1950 y 1960, el recién nombrado Instituto de Ciencias de Zacatecas (icz), hoy Universidad Autónoma de Zacatecas (uaz), editó la revista cultural Podium, impresa en sus propios Talleres Gráficos. De la publicación resalta el número 9, fechado en noviembre de 1957 con la dirección de Benjamín Rivera Sosa, subdirección de Uriel Márquez Valerio y trabajo de imprenta de Enrique Flores García y Esther Briones Espinosa. Fue tirada especial para celebrar el 125 aniversario de icz donde participaron Roberto Almanza, José Manuel Álvarez, Roberto Cabral del Hoyo, José A. Pino Cámara, Enrique Félix Enciso, Francisco de Paula Muñoz, Salvador Vidal G., Federico del Real E., y Jaime Haro. A ello se sumaron los retratos, elaborados por Genaro Pérez Robles, de Francisco Espartaco García Estrada, Salvador Ibarra Pastrana, José Alfredo Pino Cámara, Roberto del Real Carranza, Salvador Vidal, José G. del Hoyo, José Manuel Álvarez, José Falcón R., Arturo Espino O., Luis Luévano Z., Manuel Chávez, Marcelino González, Alfredo Ramírez y Roberto F. Almanza; políticos locales de carrera, exrectores, maestros y egresados de la institución.

            

sábado, 1 de mayo de 2021

Susana Maciel, «Comentarios a “Así leo cuando veo” de Edgar A. G. Encina»

 


Tres puntos suspensivos para que busques una respuesta

Comentarios a Así leo cuando veo de Edgar A. G. Encina

 

Karla SusanaMaciel García

 

Artículo publicado en la revista Quehacer,
nueva época, año 5, número 65, segunda de abril de 2021, p. 22.

 

Así leo cuando veo es un compendio de ensayos que, pareciera, florecen justo a la mitad de un relato, es decir cuando la historia ya iba a la mitad de su suceso. Es así porque el autor no busca darle un sentido o una voz al origen de la fotografía, de la música o de la literatura, todo lo contrario. La propuesta no es una explicación, es una pregunta «¿puedes sentirlo?» Pregunta el autor «¿puedes sentirlo, incluso cuando ya ha ocurrido?».

            A lo largo de estas líneas está la búsqueda y el hallazgo de la belleza artística que solo podría surgir, si pones atención, en un día cualquiera. Un ejemplo de esto es el tercer ensayo de este libro, «Spheres para la bella suicida»; donde el autor te lleva a un recorrido por tu cuerpo para que veas la foto. Primero, de cerquita. Te pone a David Bowie de fondo, te describe la foto de la chica que yace muerta. ¿Cómo es que ha muerto?, ¿en qué posición se encuentra?, y, justo a la mitad de la canción, aleja el lente para preguntarte por el fotógrafo y te regala tres puntos suspensivos para que busques una respuesta; como dijo el autor «Hay que escucharla para imaginar».




            Entre las preguntas que se sueltan en estas páginas también se encuentra el consuelo ante la incertidumbre, la belleza del no saber y solo por un instante sentir; en el sexto ensayo, El envejecimiento y la inelubilidad del destino. Se habla del imperturbable tiempo que atraviesa al hombre, nunca al revés. En medio de esta carrera, el autor nos pone de fondo I need never get old, nos pide que te detengas, bueno, no que te detengas, pero sí, que alentes el paso para dejarte sentir la música, para ser parte de ella, así como de la foto que te describe con un sentido metafórico. Describe una puerta, el marco, la textura, la postura, la espera, lo que significa la espera, de lo que está afuera, lo que hay adentro y la relación de esto con la vida misma. Solo para recordarte que sí, la vida es muy corta, pero también es lo único más largo que vas a experimentar y, como ya se dijo en el libro «si no lo notaste es porque quizá ya no estés vivo».

            Este libro es una invitación a la reflexión sensorial, se te pide que te dejes sumergir por una historia, un sueño, una pequeña suposición a la par de la música, a veces clásica, a veces moderna; se te pide que mires la foto con ojos de artista, con ojos de fotógrafo, con ojos de modelo y también de cantante; se te pide que creas que la foto es más que una imagen, que la música es más que canción, que lo que está aquí escrito es más que palabras; a cambio de lo que se te pide, se te ofrecen las deliciosas mieles de lo ordinario, de una vida reducida a un instante, una nota que se mantiene sostenida, un verbo que podría dejar de estar pasado.








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