jueves, 13 de mayo de 2021

José Méndez, «Para escuchar “Así leo cuando veo” de Edgar A. G. Encina»

 


Alguien dice algo que sólo puede ser escuchado
Para escuchar Así leo cuando veo de Edgar A. G. Encina

 

José Méndez

 Versión publicada en la revista electrónica Quehacer

 

 

En agosto de 2020, a pesar de las circunstancias que aquejan a la industria internacional, Christopher Nolan estrenó en cines Tenet (2020), poco bastó para que las críticas sucumbieran entorno a la mezcla de sonidos que el director experimenta en el filme. Lejos de la mancuerna que hasta Dunkirk (2017) había realizado con Hans Zimmer, lo nuevo de Nolan manifiesta un campo sórdido que recompone los sentidos más extraños que experimenta el ser. La mezcla de sonidos y el soundtrack corren a cargo del mencionado y del compositor Ludwing Göransson quien recientemente se había hecho acreedor al Oscar por Black Panther (2018).

La crítica, de quienes tuvieron la oportunidad de ver el largometraje en la pantalla grande, no se hizo esperar, la mayoría asegura que el sonido se antepone a los diálogos, por ende, se pierde el sentido de la imagen y la trama que, dicho sea de paso, hay que ser un erudito en las matemáticas y obstinado del tiempo para contemplar la estética.

Ahora bien, para algunos, la música y lo que en ella se experimenta, está lejos de lo que la mancuerna Nolan-Zimmer había logrado en la trilogía del Caballero de la Noche (2005, 2008, 2012). Ante la disputa, el director manifiesta que lo que se escucha o no dentro de Tenet (2020) está minuciosamente considerado, esto como el resultado de una dirección ultraconsciente. A lo anterior, hay que agregarle que a lo largo de dos horas con 30 minutos que dura el filme, podemos escuchar la respiración del director, un trance que hace más caótico el experimento.

Ante lo expuesto, la mezcla de sonidos, las imágenes y las letras pretextadas por Edgar G. Encina en Así leo cuando veo, son parte del sueño y la melancolía que pretende al momento de reavivar la fantasía y la memoria. El giro del tiempo que una fotografía provoca en el lector es desmenuzado de forma meticulosa que incluso la lectura se llena de pigmentos a color, en ocasiones, a blanco y negro, porque ¿quién nos asegura una alta resolución en la interpretación de una imagen? No obstante, el autor lo logra y no sólo eso, desvela lo que detrás de ésta se escucha, poner un soundtrack a una imagen es labor de guionista o aficionados a la atmosfera, no así, a la locura.

La lectura en Así leo cuando veo, se manifiesta como un juego de niños, un canto que se guarda en el rincón más inocente de la memoria, ahí donde la luz alcanza a vislumbrar unos zapatos recién lustrados, la música que acompaña los nueve ensayos y la presentación construyen un castillo de arena capaz de remitirnos a la añoranza y el dolor, a los pies descalzos sobre el barro impregnado de llagas, a las uñas pobladas de tierra que sujetan esas botellas vacías de Coca-Cola saturadas de canicas y es que, la mejor forma de recordar una imagen y todas su letras es a través de la contemplación pura de la ingenuidad que provocan éstas.

Gaspar Noé, cineasta argentino que, hace cine francés dicho sea de paso, advierte que la magia de éste proviene del hecho de que los niños memorizan mejor las cosas con las canciones, la voz de un niño puede resultar más conmovedora que la voz de un adulto, incluso, asegura, la escena donde un personaje canta, puede ser la mejor de la película. Espor ello que, el clímax que se avecina desde las primeras letras pronunciadas en la obra de

G. Encina nos orillan a la incertidumbre y el deseo, a la nostalgia, en cada línea cerrada se está a la espera de que el escritor nos muestre su mejor voz y enfatice el canto, aunque no así, por momentos, sí logramos escuchar, al puro estilo de Nolan, su respiración entintando su mejor ensueño.

En Dunkirk (2017) de Christopher Nolan, musicalizada por Hans Zimmer, nos ofrecen una lectura del tiempo por medio de la música que a lo largo de la película se convierte en sonido, ésta al mismo tiempo, asume el rol de protagonista, el borde de la silla se ocupa ante la perplejidad y la desesperación, pues es preciso mencionar, que los diálogos son menos ante la inminente saturación y mezcla de sonidos encontrados en la atmósfera, basta con mencionar que desde el inicio de la cinta deben pasar dos minutos con 30 segundos para que se pronuncie el primer diálogo de los pocos que encontramos en la hora con 46 minutos que dura la cinta. La analogía es clara, en el libro que ahora presentamos, tiene que pasar una Presentación y un párrafo más del primer ensayo para encontrar las primeras reminiscencias a una canción, sin embargo, desde la portada podemos escuchar la saturación de sonidos e instrumento que nos aguardan, la pluma del autor se manifiesta como una voz en Off que nos remite a los filmes de Terrence Malick. La imagen es la gracia y el resultado de la música y las palabras vivas.

Edgar G. Encina, logra en plenitud un silencio interno para exaltar con su razón y movimiento una musicalización de cada letra pronunciada, el goce y el éxtasis son un juego de lenguaje que sustituye una Babel, la simbiosis es latente al momento de versificar la imagen, a la manera de Emmanuel Lubezki, la fotografía sale de su eje más plano para procurar una oscilación entre la pendiente y su pintura, los óleos más claros, su semilla más viva recrean el tránsito del entresueño al sopor de los acordes literarios.

La fotografía, la música y la literatura que pretexta nuestro autor es un cuerpo delgado que reviste la sombra a contra luz, es la saturación exquisita de un tiempo y sus acordes musicales, en Así leo cuando veo, la forma no es la letra y sus significado, es la oscuridad donde se guarda el cuerpo anticipándose y atestiguando la soledad, es en voz del autor, un pre-guion, que para nosotros, inventa la mejor forma de hacer ensayo, es un filme consagrado en una lectura perfecta, el tiempo se sujeta a una hora 46 minutos con el mejor soundtrack de su elección.




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