Alguien dice algo que sólo puede ser escuchado
Para
escuchar Así leo cuando veo de Edgar A. G. Encina
José Méndez
Versión publicada en la revista electrónica Quehacer
En agosto de 2020, a pesar de las circunstancias que
aquejan a la industria internacional, Christopher Nolan estrenó en cines Tenet (2020), poco bastó para que las críticas sucumbieran entorno a la mezcla de sonidos
que el director experimenta en el filme. Lejos
de la mancuerna que hasta Dunkirk (2017)
había realizado con Hans Zimmer, lo nuevo de
Nolan manifiesta un campo sórdido
que recompone los sentidos más extraños que experimenta
el ser. La mezcla de sonidos y el soundtrack corren a cargo del mencionado y del compositor Ludwing Göransson quien
recientemente se había hecho acreedor al Oscar
por Black Panther (2018).
La crítica, de quienes tuvieron la oportunidad de
ver el largometraje en la pantalla grande,
no se hizo esperar, la mayoría asegura que el sonido se antepone a los
diálogos, por ende, se pierde el
sentido de la imagen y la trama que, dicho sea de paso, hay que ser un erudito
en las matemáticas y obstinado
del tiempo para contemplar la estética.
Ahora bien, para algunos,
la música y lo que en ella se experimenta, está lejos de lo que la mancuerna Nolan-Zimmer había
logrado en la trilogía del Caballero de
la Noche (2005, 2008, 2012). Ante la disputa,
el director manifiesta que lo que se escucha
o no dentro de Tenet (2020) está minuciosamente
considerado, esto como el resultado de una dirección ultraconsciente. A lo anterior, hay que agregarle que a lo largo
de dos horas con 30 minutos que
dura el filme, podemos escuchar la respiración del director, un trance que hace
más caótico el experimento.
Ante lo expuesto, la mezcla de sonidos, las imágenes
y las letras pretextadas por Edgar G.
Encina en Así leo cuando veo, son
parte del sueño y la melancolía que pretende al momento de reavivar
la fantasía y la memoria.
El giro del tiempo que una fotografía provoca en el lector es desmenuzado de forma meticulosa que incluso la lectura se llena de pigmentos a color, en ocasiones, a blanco y negro,
porque ¿quién nos asegura una alta resolución en la interpretación de una imagen? No obstante, el autor lo logra y
no sólo eso, desvela lo que detrás de
ésta se escucha, poner un soundtrack a una
imagen es labor de guionista o aficionados a la atmosfera, no así, a la locura.
La lectura en
Así leo cuando veo, se manifiesta
como un juego de niños, un canto que se guarda en el rincón
más inocente de la memoria,
ahí donde la luz alcanza
a vislumbrar unos zapatos recién lustrados, la música
que acompaña los nueve ensayos y la presentación construyen un castillo de arena capaz de remitirnos a la
añoranza y el dolor, a los pies descalzos
sobre el barro impregnado de llagas, a las uñas pobladas de tierra que sujetan
esas botellas vacías de Coca-Cola
saturadas de canicas y es que, la mejor forma de recordar una imagen y todas su
letras es a través de la contemplación pura de la ingenuidad que provocan éstas.
Gaspar Noé, cineasta argentino que, hace cine francés dicho sea de paso, advierte
que la magia de éste
proviene del hecho de que los niños memorizan mejor las cosas con las canciones, la voz de un niño puede
resultar más conmovedora que la voz de un adulto, incluso, asegura, la escena donde un personaje
canta, puede ser la mejor de la película. Espor ello que, el clímax que se avecina desde las primeras
letras pronunciadas en la obra de
G.
Encina nos orillan a la incertidumbre y el deseo, a la nostalgia, en cada línea
cerrada se está a la espera de que el
escritor nos muestre su mejor voz y enfatice el canto, aunque no así, por momentos, sí logramos escuchar,
al puro estilo de Nolan, su respiración entintando su mejor ensueño.
En Dunkirk (2017) de Christopher Nolan, musicalizada por Hans Zimmer,
nos ofrecen una lectura del
tiempo por medio de la música que a lo largo de la película se convierte en sonido, ésta al mismo tiempo,
asume el rol de protagonista, el borde de la silla se ocupa ante la perplejidad y la desesperación, pues es preciso
mencionar, que los diálogos son
menos ante la inminente saturación y mezcla de sonidos encontrados en la
atmósfera, basta con mencionar que desde el inicio de la cinta
deben pasar dos minutos con 30 segundos
para que se pronuncie el primer diálogo de los pocos que encontramos en
la hora con 46 minutos que dura la
cinta. La analogía es clara, en el libro que ahora presentamos, tiene que pasar una Presentación y un párrafo más
del primer ensayo para encontrar las primeras
reminiscencias a una canción, sin embargo, desde la portada
podemos escuchar la saturación de sonidos e instrumento que nos
aguardan, la pluma del autor se manifiesta como una voz en Off que nos remite a los filmes de Terrence Malick. La imagen
es la gracia y el resultado de la música y las palabras vivas.
Edgar G. Encina, logra en plenitud un silencio
interno para exaltar con su razón y movimiento
una musicalización de cada letra pronunciada, el goce y el éxtasis son un juego de lenguaje que sustituye una Babel, la
simbiosis es latente al momento de versificar la imagen, a la manera de Emmanuel Lubezki, la fotografía sale de
su eje más plano para procurar una
oscilación entre la pendiente y su pintura, los óleos más claros, su semilla
más viva recrean el tránsito del entresueño
al sopor de los acordes literarios.
La fotografía, la música
y la literatura que pretexta nuestro autor es un cuerpo delgado que reviste la sombra a contra luz, es la saturación
exquisita de un tiempo y sus acordes
musicales, en Así leo cuando veo, la
forma no es la letra y sus significado, es la
oscuridad donde se guarda el cuerpo anticipándose y atestiguando la
soledad, es en voz del autor, un
pre-guion, que para nosotros, inventa la mejor forma de hacer ensayo, es un
filme consagrado en una lectura perfecta,
el tiempo se sujeta a una hora 46 minutos con el mejor soundtrack de su elección.
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