La casualidad del éxito: Kurt Wolff
Las marcas de la edición
EdgarA. G. Encina
Una versión de este documento ha sido publicada en la revista QuehacerUAZ
Tomé atención del
nombre Kurt Wolff (Bonn,
1887-1963) por
La marca del editor (Anagrama, 2014) de Roberto Calasso (Florencia,
1941-2021).
Para el italiano, Wolff es el único genio de la edición que puede compartir
páginas con Aldo Manucio (Bassiano,
1449-1515).
La categoría se la ganó fundamentalmente por dos aspectos. El primero, su carácter
innovador en la arquitectura editorial. El segundo, por ser el último
representante europeo de lo que hoy se considera editor de primera línea.
Wolff
se inició en la editorial alemana Rowohlt, fundada en 1908 por Ernst Rowohlt (Bremen, 1887-1960) y que continúa vigente.
Al poco tiempo, en 1913, tomó la aventura personal de abrir, junto con su
esposa Hellen, Kurt Wolff Verlag que debió cerrar en 1930 por desajustes
financieros. En esa época combinaba labores con Pantheon Case Editrice, del que
fue cofundador en 1924. Al iniciar la década de 1940 la pareja migró a New York
donde, en 1942, al lado de Jacques Schiffrin (Bakú, 1892-1950) echaron a andar PantheonBooks, que a la postre André Schiffrin (París, 1935) tomaría la batuta hasta 1990. De
vuelta en Alemania fundaron Kurt & Helen Wolff Books en 1961.
Vale
destacar un par de asuntos. El primero, que en reconocimiento a sus labores se
estableció en 1996 el «Helen & Kurt Wolff Translator’s Price», otorgado por el Goethe-Institut
New York [https://www.goethe.de/ins/us/en/sta/ney.html] con el monto de 10 mil
dólares y la residencia en el festival Literarisches Colloquium Berlin. El segundo, el
matrimonio fue testigo hablante del cambio que avecinaba en el mundo editorial,
pues cuando en 1959 un sello norteamericano decidió postular el mercado de valores
el sector inició la transformación a sociedades anónimas, que sólo atienden al
beneficio de inversores
A Wolff se le señala
como el descubridor de autores como Franz Kafka, Heinrich Mann, Georg Trakl,
Franz Werfel, Karl Kraus, Robert Salser, que dio a conocer en la colección Der
Jüngste Tag (El
día del Juicio),
de 1913 a 1921. Esto, señala Calasso, no sólo permite descubrir su gran olfato,
también lleva a ver el refinado gusto para el diseño de libros, muchas veces
apoyado por artistas gráficos reclutados para aportar al sentido estético. La
colección estuvo pensada en impresos en material de buena calidad, empastados
en caja oscura con el centro en postulantes claros para remarcar los créditos.
El más famoso de los libros del repertorio es el número 34, Das urteil. Eine
Geschichte (El
proceso) de
Kafka. Este elemento corrobora la primera tesis de Calasso: el alemán impuso un
carácter innovador en la arquitectura editorial, entendida desde el diseño de
impresos hasta la formación de lectores.
En
Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor, seguidode la correspondencia del autor con Franz Kafka (Acantilado, 2010) Kurt Wolff escribe a
la manera de las memorias. El inicio no puede ser más memorable:
Llevo cincuenta y
cinco años oyendo la pregunta: «¿Dónde aprendió usted su oficio?». La respuesta
es siempre la misma: en ninguna Parte.
Se me antoja un atractivo especial de
nuestra profesión el que no pueda aprenderse. Me contestan: «¿No sería útil
haber trabajado en una imprenta y taller de encuadernación?». ¿Por qué? Yo no
pretendo ni componer ni imprimir ni encuadernar libros. O me dicen que al menos
sería deseable haber trabajado una temporada corta, en una librería. ¿Por qué?
Desde los doce años he pasado horas y horas, casi a diario, en librerías, tanto
en mi país como cuando estaba de viaje. Me es indiferente estar a un lado o al
otro del mostrador, ser comprador o vendedor. Quien siente pasión por los
libros y por la profesión de editor se siente como en casa en las librerías.
Tampoco creo en la importancia de doctor.
Al
carácter empírico del oficio suma la fortuna y algo de temeridad. Con ese
conocimiento y audacia, sumado al gusto literario, el editor puede determinar si
una obra o un autor tendrá lectores o no. Pues por:
buen gusto no sólo
entiendo la capacidad de juzgar y de detectar la calidad de una obra literaria.
El buen gusto debería comprender también un sentimiento de seguridad con
respecto a la forma –formato, composición, tipo de letra, encuadernación,
camisa– en la que debe presentarse un libro. El gusto literario, por otra parte,
tiene que estar unido al instinto para saber si un libro tendrá acogida entre
una minoría de lectores o si su tema u su forma resultan adecuados para un
círculo amplio. Eso determina de manera decisiva las cifras de la tirada y la
publicidad del libro, y hay que tener cuidado con no dejarse llevar por el
entusiasmo personal y crearse expectativas demasiado optimistas.)
Las anteriores referencias permiten entrever la valía de las memorias de los editores porque, por ejemplo, exhiben la defensa del autor literario y, en este caso, retrata la época de los editores de primera línea, ahora en peligro de extinción. Para estos personajes el valor está en el catálogo y en la fuerza de sus autores, con diferencia de nuestra época que el volumen de ventas, las conexiones políticas y la sustentabilidad financiera dominan intereses. La credibilidad del catálogo provee de confianza al lector y, con ello, la comprobación de la segunda tesis de Calasso que vio en Wolf al, quizá, el último de los representantes europeos en la edición de primera línea.
[1] Pantheon Books fue adquirida en 1961
por Bennet Cerf para formar parte de Random House. En la actualidad es parte de
Knopf Doubleday Publishing Gorup.
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