JF Ptak Science Books Pots 1927
De autómatas, robots e inteligencias artificiales
notas para que el cuñao estocástico deje de parlotear
Edgar A. G. Encina
Una versión de este documento fue publicada en la revista Memoria Universitaria
Es
en el minuto 31 de The best offer que se produce la primera mención de
Vaucanson. El filme, dirigido por Giuseppe Tomator en 2013, retrata la vida de
Virgil Oldman, protagonizado por Geoffrey Rush, un experto crítico de arte y
afamado subastador que es presa de un ardid en el que participaron media decena
de individuos para robarle una invaluable colección de retratos femeninos. La
historia de la cinta importa menos para las intenciones de estas líneas que la
aparición del autómata, figura mecánica que funciona por engranajes y sistema
de cuerdas, como lo hacen los viejos relojes. Esta figura o elemento, según se
le quiera ver, se muestra a lo largo de la historia como un objeto de interés
científico, artístico y económico.
Jacques
Vaucanson, que vivió en la Francia del siglo xviii,
construyó en 1737 El flautista, figura de un hombre en tamaño real que
hacía tocar la flauta y el tambor, El tamborilero y El pato, que
contenía aparato digestivo funcional. En la cinta refieren como «personaje» a
su mayor creación el «androide» que le dio fama y fortuna, pues «movía la
cabeza, se inclinaba y respondía» a preguntas que le hacía el público y pagaba
por verle o escucharle contestar. Las escenas provocadas por esos seres
mecanizados sin alma llevaron a interrogaciones y desconfianzas narradas en
alucinantes crónicas por los diarios de la época. Es extraño y paradójico que
no nos hayamos interesados por revisar filosófica e historiográficamente este
tipo de eventos, sobre todo del siglo xix
que produjo invenciones como la electricidad, el telégrafo, el automóvil, el
linotipo, la cámara fotográfica…
El salto es temporal y conceptual es peligroso, será la ciencia ficción del siglo xx que ponga los puntos sobre las íes. Por ejemplo, Yo, robot de Isaac Asimov en 1950 seguido por ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick en 1968, se plantean la posibilidad de que estos seres no-humanos puedan marcar evoluciones de raciocinio con niveles de conciencia para interactuar con los sí-humanos. En México la bibliografía literaria de máquinas vivientes —si se me permite la expresión— es extensa, quizá las producciones más destacadas en tiempos recientes son: La era de los clones de Blanca Martínez (Ramón Llaca y Compañía, 1998) y Los viajeros: 25 años de ciencia ficción en México por Bernardo Fernández (GA editores, 2010).
Autómatas
y robots o androides son los antecedentes de la Inteligencia Artificial de
nuestro siglo. Los tres tienen su origen en el ingenio mecánico y su alimento
sustancial en el germen del arte, que ha sido la otra inteligencia acompañante.
Sin variación evolucionan. Los autómatas, dice el Diccionario de la rae: son «Instrumento o aparato que
encierra dentro de sí el mecanismo que le imprime determinados movimientos» y
«Máquina que imita la figura y los movimientos de un ser animado». Los robots, por
su parte, más allá del aspecto humanoide, tienen independencia de su
creador-manipulador y, como en 1920 Karel Ƈapek lo expuso en Rossumovi univerzální
roboti y más adelante perfeccionó Alan Turing, alcanzan mayores
posibilidades de acción gracias a la mezcla de entendimientos computacionales y
algorítmicos.
Fue
en 1945 que John McCarthy, Claude Shannon y Marvin Minski acuñaron el término
de Inteligencia Artificial, en el proyecto Dartmouth Summer Research Project
on Artificial ingelligence. A partir de entonces se darán saltos hacia
delante en las teorías y aplicaciones tecnológicas hasta el punto en que nos
encontramos. La lectura histórica argumenta que todo es parte de una evolución,
que los diarios sensacionalizan porque es su trabajo y la fórmula fácil
de ventas. La lectura filológica asoma en la atribución de rasgos y
características a una forma conceptual no-humana creada por el sí-humano. Los
terrores continúan siendo los mismo, con la salvedad que la ia se ha mostrado algo libre con el
lenguaje como un «cuñao estocástico», dice Julio Gonzalo, que encadena
palabras por estadística. Estas invenciones continúan siendo imitaciones humanas
a las que hay que darles cuerda, como al reloj del abuelo.