las tristezas del libro
Edgar A. G.
Encina
Una versión de este documento fue
publicada en la revista Memoria Universitariavolumen 4, número 7, septiembre de 2023, p. 40
Escribo
este artículo la semana que corre del 17 al 23 de septiembre alegrado por la librería
de uso El Árbol que comunica la presentación de su versión digital, en la que
han «trabajado durante algunos meses». Tienen en almacén público más de
dos mil títulos a los que se suman otros cada semana. El evento es una
respuesta algo tardía al desfavorable ambiente nacional que se cierne sobre la
industria de los impresos. Apenas el ocho de septiembre Marco Antonio Flores
Zavala en la columna «Travesías», publicada en el diario NTR, señaló el
cierre de la Librería André-a, una de las emblemáticas en la ciudad y la región.
Si bien el bajón de cortinas responde a varios factores, es indudable que la grave
crisis por la que atraviesa el sector aceleró el evento.
Históricamente
los hacedores y ofertadores de libros nunca han vivido el paraíso, pero es que
ahora predican por el desierto. En México existe una librería cada seis
municipios y los números se ponen más raquíticos si lo llevamos a las editoriales.
Aún en épocas doradas, como la de Aldo Manucio o el boom latinoamericano,
los nubarrones siempre se han dejado sentir. Es un dicho multiplicado que los
libros no hacen millonarios, pero sí dan de comer y proveen de satisfacciones
al espíritu. Sin embargo, hay momentos de fractura que presentan mayores
conmociones y todo parece indicar que estamos atestiguando un sismo de gran
magnitud.
La
numeralia presentada por el Instituto Zacatecano de Cultura respecto a la Feria
Nacional del Libro en Zacatecas celebrada del 18 al 26 de agosto provee indicios
del problema. Los datos son los siguientes:
*
19, 036 asistentes.
*
1,338 jóvenes.
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815 niños.
*
8 talleres.
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7 actividades de fomento a la lectura.
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5 actividades infantiles.
*
72 editoriales y librerías
participantes.
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29 presentaciones editoriales.
*
14 presentaciones artísticas.
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2 conversatorios.
*
2 lecturas en voz alta.
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12 creadores provenientes de 12 estados.
*
Atención en 6 municipios.
Falta
el informe financiero, el reporte de gastos y el análisis costo-beneficio para
un estado en el que, según datos de Gobierno, existen al menos 69 mil personas
económicamente activas. Más que señalar que a la fiesta de los libros le faltó
carnaval, en el análisis general continúan haciendo falta acciones para
fortalecer el evento como:
*
tener un estado invitado por edición,
*
tejer un sistema funcional para que
autores, libreros, editores y promotores acudan a escuelas, principalmente
secundarias, preparatorias y licenciaturas, a leer, a escuchar, a dialogar;
*
la programación de libros exprofeso
comprometidos por instituciones gubernamentales y de educación, e
*
incentivar a que el sistema editorial
apueste con sus propios recursos por autores regionales sin depender del
subsidio.
El
primero de septiembre Milenio publicó «La agonía del libro en México» de
Rafael Pérez Gay, el cual es un retrato de la situación nacional, en el que
apunta que: «Entre las muchas destrucciones que este gobierno le ha impuesto a
la sociedad mexicana, no la menor de ellas es la del libro, la frágil y
debilitada industria editorial se acerca al punto más bajo de productividad con
todo lo que ello implica: editoriales medianas y pequeñas en riesgo de
desaparecer, librerías en serios problemas financieros, rendimientos negativos,
desempleo, menos lectores».
Para
sustentar la hipótesis de que el gobierno-estado, en todos sus niveles, ha
abandonado los bienes de consumo editorial, remite al informe de Gerardo
Jaramillo, ex director del FCE y Educal, el cual aseguró «que se acabaron los
apoyos directos e indirectos a la industria editorial mexicana mediante
diversos esquemas: ferias de libro nacionales y extranjeras, coediciones,
compra de libros para bibliotecas públicas o sistemas como el bachillerato o la
educación superior por las reducciones definitivas al presupuesto»
Si bien esta columna inició con un
párrafo agridulce que celebra el catálogo en línea de una librería de uso y el
cierre de otra, al final la realidad avasalla. El cambio de ruta esencialista
de las políticas públicas sobre el sector editorial, libresco y bibliográfico
han puesto al libro en un desierto donde nada crece. He sido disperso, pero no
inocente, con estas líneas porque, por donde se le vea, esto puede ir a peor en
niveles demenciales.
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