Martin Koole, The well read gril, Dutch, 1956.
Los límites de una biblioteca particular
Edgar A. G.
Encina
Una versión de
este documento ha sido publicada en el vol. IV, No. 8 de Memoria Universitaria
Samuel Pepys, inglés que vivió en el
siglo XVII, aseguraba que la biblioteca de un caballero debía estar organizada «en
pocos libros y en el espacio más reducido», alimentada con los mayores temas
que al propietario interesaran y salvaguardando otros que no, porque los libros
tienen la obligación de decir lo que se quiere oír y lo que se niega a escuchar.
Esta biblioteca debía contener la cantidad precisa de tres mil libros, cifra
que media entre el peligroso exceso y la brevedad de lo insustancial. Así,
recuerda Joaquín Rodríguez en Bibliofrenia o la pasión irrefrenable por los
libros (UACh, 2016), que «La cantidad que Pepys estableció después de una
vida delicada al acopo, el coleccionismo, el expurgo y la catalogación, fue de
tres mil, cantidad que hoy puede verse integra e inalterable en el Magdalene
College de Oxford». Anotación aparte es que la colección poseía el carácter de
la inquietud, pues continuamente los ejemplares cambiaban de lugar dependiendo
de las exigencias e intereses.
Con diferencia en la literatura del
tema, sobre todo las de los siglos XVIII y XIX, Pepys hacía latente el problema
de los límites del amor por los libros. La bibliofilia, que es la pasión irrefrenable
por los libros, tiene demarcaciones, aunque poco se ha dicho sobre estas y más se
ha escrito sobre los riesgos que encara dejarse llevar hasta bibliomanía. El
tope, que para un lector más o menos avezado del siglo XXI parece corto, en el
tiempo que se planteó representaba un universo bibliográfico extenso y
coherente con la realidad. Empero, de tomar la recomendación del inglés ¿qué
criterios deberían considerarse para cercar los límites de una biblioteca
particular?
Una posible solución la plantea Georges
Duhamel, francés que vivió de 1844 a 1966, en su Carta sobre los bibliófilos
(Trama, 2021). El autor, «Médico escritor en su juventud, escritor médico en su
madurez» anota José Luis Checa Cremades, presenta como alternativa el Beauve
livre. La idea central reside en que el lector-coleccionista ponga especial
atención en los libros hermosos, que son los livre d’amateur. La forma
de reconocer un ejemplar con/de tales características estriba en notar que en
su elaboración y composición se honraron las «costumbres cultas [del libro], [con
la participación de] artesanos especializados, un material apropiado,
ilustradores hábiles, papeles ricos y sólidos y telas de calidad, una
encuadernación impecable».
Tanto para Pepys como en Duhamel, a
pesar de separarlos un par de siglos, el epicentro de la biblioteca está
contenido en un lector/público culto e interesado en la materia. También, en
ambos, el tema económico es insustancial; se da por dicho que entre un libro y la
atracción de por medio no debe privar la bagatela del dinero. La propuesta del
francés es interesante, porque no sólo invita a buscar en los anaqueles de la
historia, sino también a fijarse en las propuestas editoriales contemporáneas
donde en muchos casos, como en los sellos Piel de salmón, La Dïéresis, La tinta
del silencio o El dragón rojo, por nombrar un selecto grupo, retoman los
conocimientos del pasado con un juego de elementos actuales y propuestas
arriesgadas, lúdicas y fascinantes. Visto así, tres mil beauve livre son
pocos y cifra promedio de bellos impresos para todo amateur.
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