La editorial quinceañera
El
sábado 30 de noviembre la editorial zacatecana Texere celebró quince años de
andanzas. Recuerdo apenas algo del cotilleo que propicio en sus inicios. Se me
nubla la memoria si fue en un café del centro de la ciudad o en alguna reunión
o en la caminata irregular o quién sabe dónde o quién me enteró de lo que se
fraguaba. Entonces, como ahora, un acontecimiento del tipo desató la lengua del
mundillo que se pintó asombrada, llevándose las manos a las mejillas como El
grito de Munch. ¡Qué barbaridad con esta muchacha!
Durante
ese tiempo he visto y, sobre todo, comprado poco más de dos docenas de los
títulos salidos de sus prensas. Amigos, colegas y conocidos tienen libros
producidos en sus oficinas que, una semana sí y la otra también, sorprenden por
la productividad y proyección. Más allá de las frivolidades públicas que han
funcionado para posicionar el sello, como la fotografía temática de los
viernes, siempre ponen en el radar el título de la semana. Hasta ahora ninguno
de mis trabajos ha sido publicado directa o indirectamente en/por Texere. La
vida nos ha evitado, pero creo que la amistad no tanto. Conozco a Judith desde muy
joven, cuando ambos estudiábamos la licenciatura y ella hacia boruca con unos y
yo con otros. Boruca es una palabra que evidencia nuestra edad y que también
dice un poco más de ambos. Siempre hemos hablado en corto y sin dobleces. Luego
están Alexandra R. Acevedo y Susana Maciel, que son y/o fueron parte del equipo
editorial, con quienes desarrollé algunos proyectos y tengo en estima por su
inteligencia emocional e intelectual.
Creo
recordar que lo último que nos reunió de manera profesional fue una mesa que organizamos
para conmemorar el Día Nacional de Libro hace más de cinco años y que se
transmitió en vivo por el canal televisivo Sizart, cuando había apertura sin
sesgos. En aquella mesa nos acompañaron Janea Estrada, Yolanda Alonso y Marco
Antonio Flores Zavala. La propuesta, que lastimosamente no se cocinó, era armar
programas que dialogaran en torno al «estado actual» de la literatura
zacatecana poniendo las visiones de los editores, libreros, autores,
impresores, académicos, distribuidores, intelectuales y, sobre todo, lectores.
Debut y despedida.
De
entonces he acumulado una buena cantidad de anotaciones e información variada
en torno al circuito editorial, pensando que allí suena un diapasón importante
para la cultura escrita de la región. La celebración de Texere puede ser el pretexto
para recapitular aquellas intenciones, pero replicando las maneras que Felipe
Ponce hace en Letra bastarda (Arlequín, 2022). Por ejemplo, valdría la
pena hacer un escaneo de lo que sucede con las empresas editantes en la ciudad,
mirar cuáles tienen un circuito de distribución y su funcionamiento real sin
espejismos, cuáles son los modelos de negocio y cómo han tejido relaciones con
instituciones públicas y privadas.
No
se me tome a mal. No vengo de aguafiestas ni a amenazar, ¿quién soy para darme
tanta autoridad? De haber estado en la ciudad hubiera asistido al jolgorio.
Jolgorio, otra palabra que no sé si nos pertenece generacionalmente, pero
cuando la utilizo siento como se reúne el color de las jacarandas con el sonido
de las maracas. He dicho que esos quince años pueden ser la oportunidad para
revisar nuestra relación contemporánea con los libros, con los patronazgos, con
las entidades editantes, con la extinción de las librerías y con los programas
de incentivo de la lectura, por ejemplo. Pienso, además, en la valía de
recuperar las experiencias e impresiones de llevar una empresa del tipo por el
semidesierto; seguro que los costos no son sólo económicos.
Que
no pare la música ni dejen de bailar, texerianas.