domingo, 8 de noviembre de 2015

Entrevista a distancia con Gonzalo Lizardo




Gravedad y constancia,
la ingrata misión que el artista debe revelar

Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en el semanario cultural Crítica. Fondo y forma


Esta semana he sido uno más de los factores que le han robado tiempo. Gonzalo, al parecer, vive una vida con tiempos así; robados por los momentos oficiales del posgrado, robados por las presentaciones que se extienden hasta los tragos nocturnos, robados por los congresos y los coloquios que llevan a dilatadas comidas o cenas, robados por sus quehaceres como profesor que ya son una y cien vidas. Partido por ese hurto, Lizardo accedió -apenas pocos días atrás- a responder la pequeña letanía de cinco preguntas y un cuestionario, que –casi intuyo- le llevó más de lo esperado y que debió respondió entre un quehacer y otra cosa que se atravesó de improvisto.
         En medio de una Madrid excitada por la nueva chica Bond, Monica Belluci (Città di Castello, Umbria; 1964), que pasea por sus calles, el concierto de Chick Korea & The Vigil [chickcorea.com] en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, la proximidad del Festival de Jazz [festivaldejazzmadrid.com], Bonard en Mapfre de Recoletos [fundacionmapfre.org] y el ajetreo de las campañas por la presidencia española, he coincidido con Crítica…, para que, alejado un poco de ese barullo, pudiese cuestionar a Gonzalo Lizardo (Fresnillo; 1965).
Gonzalo que, según su perfil Facebook hasta el 26 de octubre del año, se congratulaba por un honorífico examen de maestría, contoneaba su asistencia al Festival Cervantino [festivalcervantino.gob.mx], posaba ausente en una fotografía tomada por Paloma y se rascaba la cabeza con su determinante: «A este paso, pronto descubriremos que la principal causa de cáncer es la vida». Lizardo ha respondido, no sin que yo le desmañanara por los horarios cruzados, sabedor que las preguntas tienen su jiribilla. Quedan, pues, las siguientes líneas que de a poco dicen mucho del escritor que sobrevive leyendo y escuchando.

·        Relación literatura-música.
La primera similitud entre estas dos artes es que se articulan con el tiempo. Así como las pinturas o las esculturas ocupan un lugar en el espacio, las novelas y las canciones nos seducen o nos raptan del tiempo durante segundos, minutos y horas para sumergirnos en el puro disfrute de la temporalidad. Además, la poesía y la música se caracterizan por armonizar lo simultáneo. Mientras lees una novela, no sólo estás escuchando el sonido de las palabras, sino la melodía de las imágenes, el ritmo de los sucesos, la armonía de las emociones que las palabras proyectan sobre la pantalla de nuestro cerebro. La música también provoca imágenes, emociones, por la conjunción simultánea de sus voces y sus instrumentos. Mientras uno oye una buena canción o lee una buena novela, el tiempo deja de ser una carga y se convierte en un placentero tormento o un doloroso deleite para nuestra alma.

·        Escribir con música o en silencio
En lo general, si se trata de leer o escribir, prefiero el silencio, para concentrarme sin distracciones con lo que estoy leyendo. Pero, ciertamente, prefiero estar rodeado por un ambiente confortable para alcanzar esa concentración. Hay música que está creada para crear ese tipo de atmósferas: pienso en la clásica ligera, en el jazz ambiental, cierta música electrónica o el rock más sutil. Por el contrario, cuando de veras quiero escuchar música no me gusta distraerme con lecturas, ni mucho menos escribiendo: prefiero cerrar los ojos para clavarme en la letra o en la instrumentación, o dejar que la música mueva mi cuerpo, bailando o brincando. Así como me gusta leer cosas ligeras mientras tengo que hacer filas o viajar en camión, me encanta escuchar música mientras manejo: con un buen soundtrack, es posible sobrevivir las horas que uno pierde en el auto, y cualquier viaje en carretera se vuelve una buena experiencia.

·        El arte y lo efímero
Si los dioses son efímeros, cuantimás el arte. Por muy sólido que parezca su calidad o su materia, es obvio que ninguna obra es eterna, ni los poemas épicos, ni los grandes monumentos. Pero, paradójicamente, si tiene el arte una misión es la de revelar, a los hombres de su tiempo, las verdades inmutables de lo humano. El poeta, al igual que los profesores o los políticos o los plomeros, debe trabajar para sus contemporáneos, que son mortales y efímeros, aunque, a diferencia de ellos, tenga una misión más ingrata: la de mostrar ante los mortales, precisamente, lo que hay de grave y constante en su naturaleza. Cuando una canción o una pintura o una novela nos conmueven de verdad, es porque consiguen hacernos experimentar, en nuestra propia y efímera carne, la emoción atemporal de sentir el amor, de encarar la fatalidad o, incluso de padecer esta vida efímera nuestra. Esta paradoja entre el anhelo de eternidad y la condena de lo perenne es intrínseca no sólo al arte sino a toda actividad humana en busca del sentido.

·        Lectura y lujuria
Por supuesto, hay un vínculo muy íntimo entre cierto tipo de lectura y cierto tipo de lujuria. Existen muchas motivaciones para leer, por supuesto, y la mayoría son poco placenteras: leemos para aprender, para viajar, para informarnos, para matar el tiempo, para cocinar o, en general, para trabajar o capacitarnos mejor en nuestra vida diaria. Pero también existen, desde hace muchos siglos, libros escritos para excitar nuestra lujuria, por un lado y, por el otro, libros que son leídos con una especie de lujuria: libros que aceleran nuestro pulso, que absorben nuestras energías laborales y excitan nuestro deseo con una pasión muy semejante a la pasión amorosa. Este tipo de lectura se ubica en el extremo contrario al de la lectura “utilitaria” o “funcional”: es una lectura compulsiva, que se consume con el corazón y con el cuerpo más que con la inteligencia o la razón. Por supuesto, es un tipo de lectura muy raro, pero muy extremo y muy, muy intenso.

·        Literatura y mi USB
Se trata, a mi parecer, de una falsa polémica. Desde que la literatura escrita existe, los soportes materiales de los textos —sus formatos concretos— han cambiado continuamente, en función de sus usos específicos. Desde el Renacimiento, el desarrollo tecnológico de la imprenta permitió que surgieran libros en distintos formatos, diseñados para facilitar su uso en diferentes circunstancias, académicas o recreativas. En ese sentido, el libro tradicional no debería sentirse amenazado por el aparente auge del libro digital. En ciertas circunstancias, como la lectura académica y científica, es más cómodo el formato digital, pues en él se facilita la búsqueda de palabras claves o de referencias concretas. El libro físico, material, será siempre más cómodo para la lectura hedonista, por placer, cuando queremos leer en el parque o en la cama. Soy optimista en ese sentido: el buen lector, el lector de verdad, no se intimida con el cambio de formato.

·        Tus cinco rolas preferidas.
Bueno, para empezar, pedirme que elija solo cinco canciones es un poco arbitrario, y me pone en un grave dilema. Poner más canciones, por el contrario, sería abusar de tu complacencia. Así que escogeré solo cinco, pero solo de música clásica, como podría elegir de jazz o de rock en español, por mencionar algunos géneros.
  1. «Piano concerto No. 4» de Ludwig van Beethoven.
  2. «La consagración de la primavera» de Stravinsky.
  3. «Music for 18 musicians» de Steve Reich.
  4. «Spiegel im spiegel» de Arvo Part
  5. «Art of fugue», Johann Sebastian Bach.

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