dEl encanto de la
contemplación y el Movimiento
Entrevista a distancia a Maritza M. Buendía
The Painter’s Family, Henri Matisse (Francia; 1864-1954), 1911
Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en el semanario cultural Crítica. Fondo y forma.
No
es la primera ocasión que me atrevo hacer públicas algunas líneas motivadas por
el trabajo de Maritza M. Buendía (Ojocaliente; 1974). Sino mal recuerdo, esta
es la segunda vez. La primera, años ha, fue a propósito de las masomenos 128
páginas de aquella Isla de sombras. Una
aproximación a la vida y a la obra de Roberto Cabral del Hoyo, editada en el
cada vez más lejano 1998. Este segundo momento es más bien oportunista. Le he
pedido que responda a un breve cuestionario y me aprovecho para hacer la introducción.
Resistiéndose, Maritza se piensa las palabras, las
lleva apenas; cada una puesta en su lugar, pensada un par de veces. Planeadas.
Entablan un diálogo que huele a soliloquio interno. La imagino escribiendo como
al viajero que prepara la maleta; ya pone un abrigo, ya quita las zapatillas
para la lluvia, ya descarta un par de camisetas azules, ya se piensa si llevar
un eléctrico como la secadora o hacer espacio para los souvenirs del retorno. No quiere demorar; es de ida y vuelta, es
porque le han invitado, es porque ha dicho que sí, es porque se trata de
cumplir. Planeadas. Aún, es un compromiso y se ha dispuesta seria a fraguar su narrativa;
dispuesta la maleta de viaje, sabe a dónde va, a qué va y porque va.
Por otro lado, yo he esperado su arribo. Le leo
subrayando algunas palabras; intento tejer a mi manera la urdimbre que ella
aquí ha tramado. Deseo. Imposibilidad. Presencia de algo terrible. Algo que no
se puede decir. Anhelo de ver el cuerpo desnudo. Dolor Abrazo amoroso.
Cachetada: contundente. Expresar y sostener. Todas, elementos de viaje, llegan,
se asientan, plantean una semántica que, lo menos, provoca.
Lector, dejo apenas estas líneas que no remarcan ni
la inmolación del escritor ni el decir acallado del autor, pero que –muy a mi
manera- presentan a M. Buendía, que sin escribir de política lo ha hecho
contundentemente.
La imposibilidad de escribir poesía.
No sé si exista esa
imposibilidad. Existe y no, ahí la trampa. Como el amor o el erotismo, o la llama doble de Paz, escribir poesía
se relaciona a ese deseo, impulso o fascinación de querer tocar la llama a
pesar del riesgo y la quemadura. La esencia de lo humano se representa
justamente ahí: en el encanto de contemplar esa llama, en la tentación y la
reserva. Luego, el deseo de escribir poesía existe siempre como imposibilidad,
no hay alternativas. Como humanos, como seres imperfectos, el terreno de la
poesía nos está vedado, es un espacio consagrado a los dioses. Por eso, de
fondo, las palabras evidencian la presencia de algo terrible: aquello que no se
puede decir, no porque no tengamos palabras para decirlo, sino porque no
existen palabras para ello. Para una escritora como Inés Arredondo esa es la
apuesta de sus cuentos: lograr que sus personajes ahonden en el misterio de
“las sensaciones totales”, para Borges es “El Aleph”. Dentro de los mitos, es
la sentencia que emite la diosa Diana cuando Acteón la descubre en el baño:
“Ahora ve a decir que me has visto sin velo, si puedes hacerlo, yo consiente”.
Y claro está, Acteón, voyeur,
presencia lo sagrado pero es un simple mortal, y esa mirada tiene sus
consecuencias, su castigo: Diana convierte a Acteón en un ciervo y los perros
con los que él solía cazar terminan por devorarlo. A la hora de su muerte,
convertido en bestia, de la garganta de Acteón no brota ningún sonido.
Toda
verdadera escritura (independiente de la forma que la contiene: llámese cuento,
novela, ensayo o poema) pone a prueba esa imposibilidad, esa falla implícita
que tienen las palabras y que Acteón representa en el momento de su muerte. No
obstante, eso no elimina la belleza del intento: el deseo de tocar la llama, el
anhelo de ver el cuerpo desnudo de la diosa.
Narrativa poética o prosa poética.
Escritura. Los géneros se
tocan, se mezclan, se confunden. Cuando se escribe, los géneros se nublan. No
desaparecen, sólo se nublan. Entonces pesa más la libertad, el sentimiento
gozoso de estar sumergido en la escritura. Sentimiento gozoso, placentero, más
no por eso ausente de dolor, de conmoción. La escritura con-mueve porque el escritor se
mueve con aquello que escribe. Es una invitación de brazos abiertos para
que el lector se deje conducir por esa danza en una especie de abrazo amoroso.
Como resultado, en la escritura pesa más la coherencia, la verosimilitud, el
ritmo, el tono, es decir, la respiración del texto. La pregunta es la misma:
¿con qué aliento se escribe? La escritura y el deseo se asemejan, obedecen a
una misma fuerza: movimiento, acción, riesgo, a pesar de su imposibilidad, de
su fracaso. Ya lo dijo Eloísa: “Sólo se desea lo que no se puede poseer”. Y la
literatura es generosa, sí, pero como nuestra mejor amante (como la única
amante), es celosa y escurridiza, inatrapable. Acaso tan sólo regala la ilusión
del cortejo. Y el escritor se rinde, claro que se rinde, el escritor se entrega
de lleno a ese cortejo.
Temas tabú, temas de imposible trato.
La política.
Los favores del cuento. Las libertadas narrativas.
Un cuento debe ser como una
cachetada: contundente, con toda la mano abierta, bien plantada. El artificio
consiste en la suavidad con la que se percibe ese golpe, suavidad entendida
también como asombro, pasmo, desconcierto. Sí, un cuento es un golpe que se
recibe como caricia. Ahí su magia.
Escribir ensayo.
Creo que la narrativa y el
ensayo parten de un anhelo, pero se diferencian por la manera como abordan ese
anhelo. Surge una idea, un algo que se quiere decir a través de las palabras.
La narrativa buscaría describir esa
idea, crea personajes, escenarios, tiempos, ambientes, y todo ello se dispone
al servicio de esa idea. De igual manera, el ensayo surge también de una idea,
de algo que se quiere decir, pero, a diferencia de la narrativa, busca argumentar esa idea para ponerla a
prueba, para sopesarla, para ver si se modifica o se mantiene. El ensayo busca
la re-flexión, es un volver a para producir otra cosa, por
eso se ampara de estrategias que lo ayuden a expresar y a sostener su
pensamiento.
Cuentos y novelas, mitos. Y no precisamente en una tina.
·
Historia de O, de PaulineRéage
·
El baño de Diana, de Pierre Klossowski
·
Las Metamorfosis, de Ovidio.
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