[El privilegio
de los sentidos]
Abracadabra es una palabra mágica. Pronunciarla debe ser pensado más de una vez y, en caso de arriesgarse a hacerlo, saber sus posibles connotaciones. Es necesario conocer que su pronunciación es universal. Es ineluctable entender que existen tres definiciones generalizadas de su significado, las cuales son: «Envía tu fuego hasta el final», «Yo creo como hablo» -del arameo- e «Iré creando conforme hable» -del hebreo-. Es inexcusable elucidar que las tres versiones poseen categorías místico-mágico-esotéricas. Que, en lo particular, le debo respeto a cada una de sus letras y fonemas; que prefiero la primera traducción porque atiende cosmogonías poéticas personales. Creo, con firmeza, que deberíamos usarla con elegancia, en momentos especiales y, al hacerlo, tener en cuenta la probabilidad de que los dioses volteen a verte, a escucharte, a atenderte. Abracadabra no es una palabra cualquiera, igual que amor, humanidad, orgullo, esperanza… [PS] Tengo la convicción de que las palabras no sólo viajan por el viento, entre nosotros, para ser escuchadas; sino que también lo hacen para ser sentidas. A pesar de no estar presentes cuando tal o cual fue dicha, hemos, habremos de sentirla, ya su fuerza intrínseca ya la energía proferida. Más allá de lo que es posible ver, oír, sentir conscientemente, las palabras viajan para alojarse, coquetear, desahuciar o revitalizar. Las palabras se escabullen, como los peces al viajar de océano a mares entre corrientes o sabores, para llegar a aguas cálidas y ser, procrear o morir. Un «efecto mariposa del decir», si quiere verse de esa forma. Un efecto poético carga a cada una, hasta la mínima de ella, si se desea se entenderá: esa es la magia, el poder de la palabra, afirman los poetas y filósofos. [PS] Ninguno decimos «te amo» a diestra o siniestra. Nadie afirma que será repuesto su orgullo cuando es tropezado por un mal paso. Sería cosa de locos negar tener esperanza en el porvenir, en la humanidad. Sería aventurado no aceptar que noche a noche nos vamos a la cama con la esperanza de un día mejor al siguiente amanecer o de no hacer propio el sueño que perturba o aquieta. No lo hacemos. Cuidamos lo que decimos. Velamos por esas palabras. Velamos por lo universal que, en mi voz, se hace propio sistematizando las emociones, privilegiándonos…
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